Astronomía
Los cazadores de luz: así es el observatorio que los enamorados de las estrellas han construido con sus propias manos
En el Alto del Turia se encuentra el CAAT, un centro astronómico hermanado con la Universidad de Valencia, pero que siempre ha estado vertebrado por el ánimo de los ciudadanos, fueran científicos, contables u obreros.
Avanzábamos hacia el noroeste, persiguiendo el sol de poniente mientras el horizonte se teñía de naranja. Habíamos recorrido unos 100 kilómetros, buena parte a través de serpenteantes carreteras rurales y caminos de tierra colgados del precipicio. La noche se cernía, pero cuando llegamos a Aras de los Olmos todavía había algo de luz, la suficiente como para ver las encaladas paredes del complejo. Tres edificios se alzaban en la cima de aquella montaña. Uno de ellos era modesto y casi cúbico, apenas daba pistas acerca de su contenido, aunque sus dos compañeros eran mucho menos sutiles. A ambos lados de aquel bloque había otras dos estructuras coronadas por unas bóvedas de aluminio, unas cubiertas articuladas capaces de rotar sobre sí mismas y de abrirse de par en par al cielo.
Tan pronto como cayera la noche, aquella cima sería conquistada por cazadores de luz. Aficionados al espacio y noctámbulos empedernidos que, con más o menos formación académica, encomiendan sus horas libres a estudiar los cielos. Con telescopio en ristre y rodeados de un fulgor rojizo, buscan atrapar la luz de las estrellas, las nebulosas, las galaxias e incluso algún cuásar. Coleccionan trampas cilíndricas, cargadas de espejos y lentes gracias a los cuales consiguen dirigir la luz del inabarcable cosmos hasta sus propios ojos o al sensor de alguna cámara de fotos. Sus presas viajan durante miles de años a la velocidad de la luz para, de repente, frenar en sus retinas. Esta es la historia de los cazadores de luz que, enamorados de las estrellas, decidieron levantar, con sus propias manos, un observatorio en el que admirarlas.
Un santuario estelar
En cuanto bajé del coche, Jordi Cornelles salió a mi encuentro y tras saludarnos dio rienda suelta a un torrente de datos y curiosidades sobre aquel lugar. Pese a que ese es su cargo, no hablaba como presidente de la Asociación Valenciana de Astronomía(AVA), su entusiasmo manaba de una genuina pasión por el cosmos y un profundo entendimiento de lo que allí habían logrado. Hace ya 23 años desde que inauguraron el Centro Astronómico del Alto del Turia, un proyecto que nació hermanado con la Universidad de Valencia, pero que siempre ha estado vertebrado por el ánimo de los ciudadanos, fueran científicos, contables u obreros.
Todo comenzó a mediados de los 90 bajo la batuta de Álvaro López García, socio fundador de AVA y antiguo director del Observatorio de la Universidad de Valencia. Por aquel entonces todavía estaban buscando un emplazamiento para el CAAT y la abrumadora contaminación lumínica de la ciudad no parecía ponerlo fácil. Finalmente encontraron el lugar perfecto en una montaña de Aras de los Olmos, a 1.300 metros de altitud, una altura que permitía acotar en la medida de lo posible la atmósfera que tendría que atravesar la luz para llegar del espacio a los telescopios, preservándola mejor que si fuera recogida a nivel del mar. El escaso alumbrado público de la zona era ideal para que los ojos de los astrónomos se acostumbraran a la oscuridad y las cámaras de los astrofotógrafos no quemaran las imágenes bajo la cegadora luz de las farolas.
Pero más allá de la teoría, cuando la noche cubre Aras de los Olmos no hay oscuridad que valga, sino penumbra, pues sobre las cabezas de los cazadores brilla el espinazo de la noche, que llamaba Sagan, la Vía Láctea y su infinidad de estrellas.
Las trampas de luz
Jordi seguía repasando mentalmente la historia del observatorio cuando el Dr. José Bosch se unió a la conversación. Sus investigaciones tratan mayormente sobre las propiedades ópticas de nanoestructuras cuánticas semiconductoras, pero lo complementa con un conocimiento enciclopédico de la astronomía y de los poderosos telescopios con los que cuentan en el CAAT.
Durante las más de dos décadas que lleva en activo el observatorio y gracias a subvenciones, los aficionados han podido hacerse con una buena colección de telescopios. Entre ellos podríamos nombrar el Schmidt-Cassegrain MEADE LX200, el primero que adquirieron. Sus 16 pulgadas permiten una resolución comparable a la de distinguir dos objetos separados entre ellos por 1 metro estando nosotros situados a unos 500 kilómetros de su ubicación. Dicho con otras palabras: sería como ver desde Valencia los dos faros de un coche que circula por Pamplona.
El Dr. Bosch no dejo un detalle sin repasar y, entre los datos técnicos, iba enumerando las muchas investigaciones en las que el observatorio había participado. Destacaba el co-descubrimiento de cometas y asteroides, así como la detección de exoplanetas, pero en especial se elevaba de entre todos ellos el estudio de las estrellas variables, posiblemente, las protagonistas del CAAT. Las variables cefeidas son estrellas que cambian su brillo con una periodicidad milimétrica. Gracias a esto y a la relación entre su distancia y esos ciclos podemos estimar lo lejos que se encuentran en el cosmos y obtener una serie de datos de primera importancia. Esta comunión entre astrónomos profesionales y aficionados ya tiene un nombre e incluso congresos propios: astronomía Pro-Am, una forma de hacer ciencia que parece estar cogiendo fuerzas durante las últimas décadas.
Viaje astral
Salimos del último edificio cuando, por fin, nos rodeo la noche y, tal y como era de esperar, los cazadores ya estaban allí, aguardándola pertrechados con sus trampas cilíndricas, sus luces carmesíes y sus guías del cielo nocturno. Podían haber ido a cualquier otro sitio con sus telescopios, incluso los grandes, fijos bajo las bóvedas, podían ser operados a distancia, por lo que en aquel encuentro podía palparse algo más que necesidad: compromiso, comunidad y una pasión compartida que crecía al comunicarla.
Al principio eran solo un par de voces, cantando los objetos que habían logrado enfocar con sus telescopios, pero pronto se sumaron otras y aquello se convirtió en un fuego cruzado de emes y números, siguiendo la nomenclatura del catálogo Messier. No se trataba de una competición, si no de invitaciones. Nadie quería ser el único que viera una estrella binaria o la galaxia de la aguja, querían compartirlo. Uno de los socios más activos, Ricardo Ninet, acompañaba su barrido del cielo nocturno con todo tipo de historias mitológicas y curiosidades. Y así continuaron a medida que la noche tomaba cuerpo, las horas no parecían pasar para ellos mientras se cobraban sus piezas, una tras otra. Sin embargo, nos quedaban 100 kilómetros de vuelta y llegó el momento de despedirse sabiendo que, en Aras de los Olmos, habíamos sido parte de una de las historias de ciencia ciudadana más sobrecogedoras de nuestro país. Partimos de allí siendo conscientes que aquellos cazadores seguirían contando historias y gritando números al aire hasta que la noche hubiera muerto.
QUE NO TE LA CUELEN:
- El Centro Astronómico del Alto del Turia es, en la actualidad, una instalación de AVA, a pesar de que su origen fuera, en un primer momento, compartido con
REFERENCIAS (MLA):
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