Antropología

¿Cómo luchaban los primeros humanos?

No parecemos especialmente dotados para la lucha, así que… ¿cómo peleábamos entre nosotros?

Los Homo sapiens y los Homo neardentalensis compartieron un periodo histórico, pero se conoce poco sobre cúando fué o que relación tenian entre sí. A la izquierda, cráneo de Homo sapiens. A la derecha, craneo de Homo neardentalensis.
Los Homo sapiens y los Homo neardentalensis compartieron un periodo histórico, pero se conoce poco sobre cúando fué o que relación tenian entre sí. A la izquierda, cráneo de Homo sapiens. A la derecha, craneo de Homo neardentalensis.la razonla razon

Los seres humanos somos animales de piel fina, rosados y suaves. Nuestros huesos no son especialmente robustos y carecemos de uñas o dientes con los que atacar a nuestros adversarios. Por suerte, nuestra inteligencia nos ha permitido desarrollar una cultura y, en ella, tecnología con la que mejoramos nuestras habilidades como cazadores. Aunque, por otro lado, esas mismas herramientas cortantes, punzantes o contundentes empezaron a usarse en otros tipos de situaciones. Son incontables los restos de homínidos prehistóricos con heridas de armas blancas. Las muescas y perforaciones en los huesos nos susurran historias truculentas, pero hay otra cuestión menos estudiada. Porque cabe preguntarse cómo luchábamos antes de los bifaces y las puntas de lanza. ¿Cómo se desarrollaba una contienda entre dos individuos que no tenían armas a mano?

No podemos negar que la lucha ha sido una actividad central para nuestra especie. Y no solo por lo evidente, sino porque, como tantos otros cachorros, nosotros también jugamos a pelearnos. No olvidemos que la lucha es, posiblemente, el deporte más antiguo del mundo y que casi todas las culturas tienen su propia versión deportiva del combate. Es un instinto similar al que nos hace disfrutar de la comida, la bebida o el sexo. Placeres que nos empujan a saciar nuestras necesidades o prepararnos para la supervivencia. Y, del mismo modo que hemos desarrollado toda una cultura alrededor de la comida y el buen beber, también lo hemos hecho con el combate. Son incontables los estilos y sistemas de lucha que hemos desarrollado y perfeccionado a lo largo del tiempo, algunos tan alejados de su función original que ni siquiera pretenden ser útiles en un combate real. Así que, ¿podemos rastrear estos estilos hasta una forma natural de pelea?

Una idea general

La respuesta no es sencilla, porque los registros históricos y arqueológicos llegan hasta donde llegan, pero podemos hacernos una idea aproximada. En primer lugar, debemos evitar dar por hecho que aquellos movimientos anatómicamente más contundentes serán, necesariamente, los que habrían usado nuestros antecesores. Por ejemplo, es poco probable que los primeros Homo sapiens emplearan sus rodillas y codos como hacen los luchadores de muay thai en la actualidad porque su letalidad depende de una serie de ajustes técnicos muy poco intuitivos.

De hecho, lo segundo que debemos tener en cuenta es que hay partes de nuestro cuerpo que pueden lesionarse fácilmente por un mal golpe, y ya no por recibirlo, sino por darlo. Si esas estructuras son claves para la supervivencia, tal vez no convenía arriesgarlas en la lucha. En el reino animal podemos ver que la mayoría de los individuos evitan los combates porque, si pueden resolver la disputa sin ponerse en riesgo, lo hará. Y es que ni siquiera el “ganador” tiene asegurada la supervivencia si para vencer ha tenido que recibir heridas que ponen en riesgo su autonomía.

Lo tercero que debemos hacer es olvidar la perspectiva de los deportes de combate modernos. Si nos guiamos por ello podríamos preguntarnos si aquellas peleas eran más parecidas a los deportes de striking, donde priman los golpes (como el boxeo o el muay thai), o a los de grappling, en los que los agarres, lanzamientos y sumisiones son centrales (como el jiu jitsu brasileño, las luchas olímpica o el judo). Cuando hablamos de la lucha cuerpo a cuerpo por la supervivencia no hay reglas que restrinjan uno u otro tipo de ataques. No podemos esperar un entrenamiento técnico de ningún tipo, por lo que hemos de centrarnos en qué movimientos son más intuitivos, eficaces y seguros para quien los realiza.

Vuelta a la infancia

Aquí viene el problema, porque ¿cómo saber si algo es instintivo o simplemente nos lo parece porque culturalmente estamos acostumbrados a verlo? La cultura popular nos ha hecho a todos testigos, de un modo u otro, de que las patadas existen y que podemos cerrar la mano para convertirla en un contundente puño. Sin embargo, los expertos en defensa personal saben que, alguien sin entrenamiento en deportes de contacto, rara vez lanzará una patada en una pelea. Y, si hablamos del aparentemente intuitivo puño, recordemos cuántas fracturas y luxaciones ocurren por envolver el pulgar con el resto de dedos o impactar con el meñique en lugar de con el nudillo del índice y el anular. Es más, si los boxeadores no se rompen las manos con más frecuencia es porque los guantes y las vendas las protegen y refuerzan para que puedan hacer frente a las descomunales fuerzas que generan.

Un truco para salir de este atolladero es imaginar la típica disputa entre dos niños pequeños. Posiblemente se empujen y se agarren para tirar el uno del otro y, en lugar de puñetazos como los del boxeo, bracearán con la palma abierta. Y si cierran el puño, posiblemente sea para hacer que descienda y golpée con la carne que hay en el canto de la palma, en el lado del meñique, como si fuera un martillo. Todos ellos son movimientos eficaces, que no requieren una técnica compleja y que protegen bastante bien a quien los realiza. Si lo pensamos, estos movimientos también se parecen bastante a los que realizan otros grandes simios cuando luchan. Así que, aunque no podemos estar totalmente seguros de cómo es nuestra forma natural de pelear, podemos hacernos una idea bastante buena si miramos a nuestros parientes cercanos.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Existen multitud de estudios sobre la relación entre la selección sexual, las diferencias anatómicas entre hombres y mujeres y nuestras técnicas de combate, pero es un campo muy polémico donde todavía no existe demasiado consenso. Por ejemplo, un estudio galardonado con un Ig Nobel propuso que la barba reducía un poco el daño producido por un puñetazo en la barbilla. Por otro lado, hay estudios que plantean que la mandíbula de los varones, generalmente más marcada que la de las mujeres, podría haber sido seleccionada evolutivamente por su mayor resistencia a los impactos.

REFERENCIAS (MLA):