Gastronomía
La poética del asociacionismo gastronómico
«El Gran Colpet», «Arrocito Feliz» y «La trilogía soñada, café, copa y puro», son solo tres ejemplos relevantes y actuales
La tan gastada frase asociación gastronómica, que, a veces pierde cierto significado, se reanima y fortalece gracias al nacimiento de nuevos grupos de aficionados a la gastronomía y en particular a la restauración.
Estas asociaciones adquieren con las relaciones sociales provistas de liturgias gourmet en común connotación de placebo. Donde mora la curiosidad y la complicidad singular por las barras, el «esmorzaret», los arroces, el «cremaet», la coctelería, la hostelería en general.
Lideran el sentir de la calle sobre la restauración con su cháchara de querencias y debilidades mientras se convierten en paladares inquietos, mentes abiertas, gastrónomos cotidianos, gourmets discontinuos, acérrimos clientes con paréntesis enólogo y bestias negras de la «kriptonita» de cierta restauración.
Sus socios nunca distorsionan el pasado y siempre ensalzan el presente sin adoctrinamiento gourmet, ni rutina barista, ni alienación clientelar. Se consolidan bajo el palio de sus actividades y encuentros que en la mayoría de los casos resultan ser anónimos. También es justo reconocer que algunas no superan bien el paso del tiempo
Para quienes nacimos un poco curiosos siento que no prestamos suficiente atención a estas agrupaciones que generan situaciones gastrónomas aparentemente laterales que esconden sin embargo, a poco que uno se pare a pensar en ellas, claves de asuntos determinantes del mundo hostelero. Por supuesto, puede que yo esté equivocado y hayan tenido la difusión que merecen, en cuyo caso les pido disculpas; pero puede que no esté equivocado, en cuyo caso les pido que presten atención también a estos pilares del universo de la restauración.
En estas agrupaciones, los préstamos entre la gastronomía y la amistad tienen doble dirección. Hay influencias mutuas que duran y enriquecen a ambas partes. La garantía de su éxito, sin duda, se basa en una fórmula clara: maridajes de relevancia culinaria y pauta vinícola siempre bajo el influjo de la querencia entre amigos.
No hace falta aleccionarlos, la mayoría atesoran una acreditada experiencia en materia de sumisión a determinados temas y depositan su caudal de conocimiento y criterio en las tertulias que suponen un vademécum gastronómico. Su conversación contiene un afilado verbo y una mirada aguda con la única intención de desenmascarar algunas actitudes y la posverdad de determinada alta restauración.
Aunque es difícil exagerar su importancia, sus nombres invitan a una inmersión para conocer sus porqués y quien está detrás para confirmar la perfecta cocción entre las relaciones sociales y el universo de la gastronomía.
La asociación gastro-enológica «El Gran Colpet» toca todas las teclas del proceso restaurador, visitan todos los establecimientos que se abren, puerta a puerta, prefieren el todo de la singularidad a las partes, controlan todos los tiempos, su pasión por el vino se desnuda cotidianamente. Máxima solemnidad y expectación ante sobremesas, almuerzos y jornadas culinarias que organizan con poniente emocional y gustativo donde la satisfacción y la felicidad soplan cotidianamente. La tentación natural es no inhibirse y volcarse.
Para los integrantes anónimos del grupo de gastrónomos que han creado la asociación «Arrocito Feliz». El arroz suscita satisfacción reverencial y desborda la escala. Es el rey de la sobremesa al que no se puede destronar. Con sus otras motivaciones enológicas y referencias particulares, champán incluido, descubren quincenalmente la osamenta motivacional de un maridaje singular.
Para «La trilogía soñada, café, copa y puro», la frase más sugestiva de su padrenuestro particular es «no nos dejes caer en la tentación». Para cada uno de sus socios fundadores hay tres tentaciones irresistibles, de la que no pueden librarse al probar un puro habano, dominicano y nicaragüense y un espirituoso acompañado de un café. Largo y complejo maridaje que llega como algo justificado después de cualquier sobremesa nos aseguran.
Otros como «Pa i Porta» y «La Cassola» nos dicen que en el bar más modesto palpita una sobremesa grande en forma de «esmorzaret» y «sopar». Y qué razón tienen. La vida gastrónoma no se describe, se protagoniza de manera secundaria. El erotismo «gastrópata» no está en quien muestra lo vivido en la sobremesa sino en quien experimenta por cuenta propia.
Quienes escribimos, puntualmente, sobre gastronomía deberíamos tener la obligación de confesar nuestra debilidad por estos grupos, clubs y asociaciones con identidad propia que con menor o mayor fortuna justifican su existencia. No es cosa extraña convertirse en admirador. Es lo que hay.
Nada se puede añadir a lo publicado, salvo que a veces el mundo de la gastronomía acierta al desprenderse de su coraza mercantil y es capaz de hacer posible conocer a estos robinsones culinarios, exploradores enólogos, cercanos y con duende, categoría poco habitual.
Mi conclusión, después de darle vueltas al asunto es que hasta los gourmets en perpetua perplejidad deberían entregarse como estímulo revitalizante a la poética de estas asociaciones. Créanme, hay más que motivo.
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