
Cultura
De Viena a Verona: un San Valentín sinfónico en Valencia
Roberto Forés dirigió a la Orquestra de València con una visión intensa y contundente, destacando los constrastes entre los momentos de lirismo y las explosiones de tensión

En el corazón de València, la Sala Iturbi del Palau de la Música se convirtió el pasado 14 de febrero en un templo dedicado al amor, no solo por la señalada fecha, sino también por el programa que conjugó dos formas de experimentarlo: la clásica e idealista de Ludwig van Beethoven, y la dramática y sentimental de Serguéi Prokófiev. La Orquestra de València, bajo la batuta de Roberto Forés, junto al pianista uzbeko Behzod Abduraimov, ofrecieron una velada repleta de emociones y virtuosismo, tejiendo un relato musical que viajó desde los salones de la aristocracia vienesa hasta los amores imposibles de Verona.
La primera obra del programa, el Primer Concierto para piano y orquesta en Do mayor, op. 15 de Beethoven, guarda una historia ligada al romanticismo de su época. Este concierto fue dedicado a la condesa Anna Louise Barbara Keglevich, conocida como Babette, una joven aristócrata que fue alumna y musa del compositor, y, quizá, objeto de su afecto. Beethoven compuso para ella otras obras, como la Sonata para piano n.º 4 en Mi bemol mayor, op. 7, apodada originalmente Die Verliebte (La doncella enamorada). Aunque los detalles exactos de su relación permanecen envueltos en el misterio, esta conexión impregna el concierto de una frescura y un ímpetu que evocan la efervescencia de los primeros amores.
Abduraimov interpretó esta obra con una combinación de técnica impecable y un cuidado musical extraordinario, ofreciendo desde el primer compás del Allegro con brio una ejecución de una claridad y ligereza sobresalientes. La comunicación con la orquestra fue excepcional, dando lugar a un diálogo fluido y orgánico entre el solista y el conjunto. Las dinámicas alcanzaronun nivel admirable: cada matiz fue cuidadosamente trabajado y transmitido con tal precisión que, de no ser por los ocasionales tosidos del público, podría haberse confundido con una grabación. Mención especial merece la sección de viento, que destacó por la exactitud y equilibrio de su sonido. En el Largo, Abduraimov profundizó en las dimensiones más emotivas de la partitura, desplegando un fraseo cantado que destacó por su delicadeza y ternura. Por su parte, el Rondo: Allegro brindó un cierre enérgico, repleto de vitalidad y luminosidad, logrando una interpretación que fue, sin duda, una auténtica celebración al amor.
La facilidad con la que Abduraimov enfrenta los retos técnicos de la partitura es asombrosa. Su articulación detallada, ya sea en arpegios, trinos, escalas o acordes, permite que la música respire y fluya con naturalidad. Esta destreza se vio realzada por un acompañamiento orquestal a la altura, que supo complementar cada momento con maestría, culminando en una interpretación sublime que maravilló al público. Como broche de oro, el pianista ofreció el Preludio op. 32 n.º 5 en Sol mayor de Serguéi Rajmáninov como bis, una obra que ejecutó con una expresividad profundamente conmovedora, cautivando aún más a la audiencia.
En la segunda parte del concierto, la selección de fragmentos de Romeo y Julieta de Prokófiev llevó al público a un universo completamente distinto, dominado por el drama y la pasión. Basada en la obra inmortal de Shakespeare, esta suite captura con habilidad las emociones de los jóvenes amantes y los conflictos que los rodean. La selección que disfrutamos en el concierto permitió seguir los momentos principales de la tragedia inglesa. Forés dirigió a la Orquestra de València con una visión intensa y contundente, destacando los contrastes entre los momentos de lirismo y las explosiones de tensión.
Desde los primeros acordes de Montescos y Capuletos, la orquesta mostró una energía arrolladora. Las cuerdas graves y los metales establecieron una atmósfera funesta que anunciaba los inevitables conflictos entre las familias rivales. En contraste, las secciones dedicadas al amor de los protagonistas, como el famoso Romeo y Julieta, escena del balcón, evocaron un ambiente de ensueño y esperanza, gracias a la expresividad de las cuerdas. La interpretación alcanzó su máximo dramatismo en la Muerte de Tybalt, donde Roberto Forés extrajo de la orquesta un sonido feroz y desgarrador, subrayando la violencia de la obra.
La Orquestra de València brilló bajo la batuta de Forés, un viejo conocido para el conjunto instrumental, ya que comenzó su carrera como violinista en la misma formación antes de dedicarse a la dirección. Su conocimiento del grupo se reflejó en una interpretación cohesionada y profundamente detallada.
Más allá de los aspectos técnicos, la velada fue una celebración del amor en todas sus formas. En el caso de Beethoven, ese amor podría haber sido el que sentía por la condesa Babette, una relación que, aunque poco se sabe de ella, dejó una huella imborrable en su música. En el caso de Prokófiev, se trató del amor eterno y trágico de Romeo y Julieta, un arquetipo que sigue resonando siglos después. En conjunto, las dos obras narraron una historia universal: el poder transformador del amor, capaz de revelar lo mejor y lo peor de nuestra esencia, inspirando las más sublimes alegrías y las más profundas tristezas.
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