Las consecuencias de la riada

Vivir o trabajar junto a una campa de coches de la dana, "no se han molestado ni en empezar por los negocios"

Casi tres meses después se comienzan a retirar de espacios públicos los coches en la zona cero de la riada

La población de Massanassa dos meses despues del paso de la DANA
La población de Massanassa dos meses despues del paso de la DANA KIKE TABERNERLa Razón

Un operario gira la grúa, baja el brazo y busca un coche como si fuera un juguete de una máquina recreativa. El gancho mete sus garras por la ventana del piloto y lo atrapa a la primera. ¡Bingo! No suena el tono del premio, solo el sonido metálico de otro coche que suelta en el camión, listo para el desguace.

«Yo le llamo el pulpo, ahí con los brazos», dice Elena Morales. La escena dura poco más de un minuto y después se repite. Mientras la grúa vacía coches arrasados por la dana en el centro de la campa, una pila de otros cuatro se ve enfrente de la escuela. «No se han molestado ni en empezar por las puertas de los negocios», dice Morales, que regenta la Escuela Infantil Menuts 2 en el polígono de Massanassa.

Casi tres meses después, las campas de los coches arrastrados por la dana comienzan a vaciarse. Empieza el fin de la pesadilla de vecinos y negocios que han tenido que convivir con el hedor, la basura y el miedo a un derrumbe o un incendio que bloqueara sus vidas.

«Me daba miedo abrir con eso ahí, pero los padres me pedían servicio», dice. Explica que buscando soluciones se puso en contacto con la Conselleria de Educación, que se desentendió el problema porque ellos «no tenían grúas».

Un mes después, Morales necesitaba abrir. «Soy autónoma y si no abro, no gano dinero. Tengo a 15 empleadas que tendría que haber puesto en ERTE». Le dijeron que empezarían a retirar los coches, pero días después seguían llegando. «El 3 de diciembre todavía iban dejando allí los que sacaban de los garajes, yo ya estaba desmoralizada». Morales pidió una fecha definitiva, pero el Ayuntamiento no le garantizó que estuvieran retirados para la vuelta a las clases después de Navidad.

Entonces, se puso manos a la obra. La Escuela Infantil Menuts 2 da a dos calles y Morales decidió cambiar la entrada para alejarla de la campa de coches, invirtiendo en una nueva puerta y un interfono. «Por delante no podían entrar: ¿y si se cae un coche encima de un padre?», decía. Todo estaba listo para abrir el 16 de diciembre, pero la tarde anterior llegó una inspección.

Días después recibió una notificación del Consorcio Provincial de Bomberos de Valencia en el que se desaconsejaba la apertura por el riesgo de que si hubiese un incendio dificultase la evacuación de los niños y dejando la responsabilidad en la dirección del centro. «¿Cómo pretenden que abriéramos los negocios? Parece que lo primero fuese fastidiarnos», dice.

Morales decidió seguir con la apertura. Ya llevaba un mes dando servicio a los niños en la primera escuela que abrió en el centro de Massanassa, pero conforme más padres traían a sus niños de vuelta se quedó sin espacio y no aguantaba más. «Haces un esfuerzo y no te dan ni las gracias. Lo he pasado mal, soy fuerte, pero me derrumbo».

Convivir con el hedor

A escasos kilómetros de Massanassa, Albert Antolí se sorprende al no ver los coches al salir de su casa. «Che, al fin los han quitado». Un par de camiones se afanan en retirar los últimos vehículos. Hace poco más de un mes que el ruido de las sirenas le sacaron de su adosado, el último en una urbanización a las afueras de Catarroja.

En el terreno al lado de su casa se desató un incendio en la campa de coches afectados por la DANA. «Fue peligroso, menos mal que no había viento y el humo pasó por encima de mi casa». Desde la puerta todavía se ven a escasos metros muebles y electrodomésticos. «Ahora está seco y no huele, pero el primer mes era una peste», dice el vecino, que asegura que en las neveras y congeladores que todavía se observan había comida que iba pudriéndose. «Los primeros días era la anarquía absoluta», afirma Albert. Los vecinos se quejaron cuando vieron que les dejaban la basura. En lugar de buscar otro sitio comenzaron a traerla de noche para evitar la confrontación.

«Para nosotros ha sido peor el después de la dana, yo tenía un campo despejado y ahora tengo un vertedero pegado a mi casa», dice Albert, que es alérgico al polvo y ha sufrido ataques de tos estas semanas. Ahora vive con el temor de coger una infección o una enfermedad. «Mi jardín se ha llenado de musarañas. El otro día tuve que recoger a tres descuartizados por algún gato que se los comería. Sé que vivo al lado del campo, pero antes veía una cada cuatro o cinco año».

Critica la falta de planificación por dejar residuos cerca de viviendas. «¿Por qué no lo dejaron en el tercer campo que está a 300 metros? Hacía falta un poco de sentido común.