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18 de julio: el día que estalló la guerra

Hoy hace 83 años que la sublevación militar contra la república abrió la puerta a la contienda.
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Hoy hace 83 años que la sublevación militar contra la república abrió la puerta a la contienda.
Desde el 1 de abril de 1931 derecha e izquierdas habían conspirado contra la República. Los primeros porque pensaban, con razón, que se había proclamado ilegalmente, que les excluía y que traería la revolución. Los segundos, principalmente el PSOE y los anarquistas, porque para ellos la republica burguesa era únicamente la antesala de la gran revolución al estilo de la ocurrida en Rusia en 1917. Todo propiciado por el orgullo de los presidentes Alcalá Zamora y Azaña al pensar que la República era suya y solo suya.
Contra todo pronóstico la República sobrevivió a la Sanjurjada, a las revueltas constantes de los anarquista y a una insurrección armada de los socialistas. Incluso soportó que, durante dos años gobernase el centro derecha, el mal llamado bienio negro, que salvo la República al enfrentar con la revolución de Asturias del 34.
Pero la llegada por medio de un descarado pucherazo electoral del Frente Popular trastocó cualquier posibilidad de vida democrática del régimen republicano español en 1936. Violencia política, sectarismo, pobreza extrema de las clases trabajadoras y de los obreros rural, persecución religiosa, odio de clases, todo esto alentado por una casi interminable lista de partidos políticos carentes de criterio y patriotismo, etc. terminó por condenar a los españoles a una nueva guerra civil, la sexta, en poco más de cien años de su historia reciente.
El general Sanjurjo se había sublevado sin éxito en agosto de 1932. Desterrado en Portugal, y con la colaboración de Mola desde Pamplona, lideraba un nuevo golpe de estado, con más apoyos en las Fuerzas Armadas, como consecuencia del deterioro que sufría el estado español desde febrero de 1936, momento en que el Frente Popular, liderado en la sombra por el PSOE de Largo Caballero, llegó al poder.
El alzamiento militar
El 17 de julio comenzó el alzamiento militar en Melilla. Pronto, en todas las guarniciones importantes de España unidades militares y de la Guardia Civil se alzaron en armas contra el Gobierno. En el sur, en Sevilla, Cádiz y Granada triunfó el golpe de estado. La determinación del general muy republicano Queipo de Llano resultó fundamental para que Sevilla y buena parte de Andalucía quedase en manos de los sublevados. En Castilla la Vieja, Galicia, Zaragoza y Pamplona vencieron los sublevados, al igual que en todo el Protectorado Española en el norte de África y en las Canarias bajo el mando de Franco.
Los falangistas de Burgos, Valladolid, Salamanca... acudieron en masa para sumarse a los militares. Igual ocurrió con las milicias de la Comunión Tradicionalistas, los requetés, que en Pamplona formaron en la Plaza del Castillo bajo las órdenes de Mola.
El golpe de estado fue un fracaso. En el norte, en Bilbao, Santander, Oviedo, los sublevados no pudieron hacerse con el control de la situación. En Madrid, Barcelona, Valencia, Cartagena, Málaga... el Gobierno venció. Pero su victoria tuvo dos consecuencias. En primer lugar hizo fracasar el golpe de estado siendo la nación arrastrada a una guerra civil en la que nadie parecía haber pensado. La debilidad del gobierno de Casares Quiroga abrió la puerta a los sectores más radicales y revolucionarios del Frente Popular que subieron a la República al carro de la revolución, lo que no habían logrado en el 34´. Una oportunidad servida en bandeja por el alzamiento fallido de los militares y la debilidad de Casares Quiroga.
Las milicias obreras se hicieron dueñas de la calle. Los arsenales fueron vaciados de armas y entregados a los obreros que se hicieron con el control de las grandes ciudades con el apoyo de un sector importante del Ejército y de las Fuerzas de Orden Público que se mantuvo fiel al Gobierno, como el coronel de la Guardia Civil Escobar en Barcelona.
En toda España uno y otro bando comenzó a pasar factura a los enemigos de su causa. Los defensores sublevados del Cuartel de la Montaña, sito en los ahora Jardines del Templo de Debod, fueron asesinados al rendirse, al mismo tiempo que los sublevados fusilaban a los generales Domingo Batet, Caridad Pita, Miguel Campins, Miguel Núñez de Prado, Manuel Romerales Quintero, Enrique Salcedo Molinuelo, o el contraalmirante Antonio Azarosa Gresillón, comandante del Arsenal del Ferrol, por negarse a unirse a los rebeldes.
Solo falangistas, requetés y los poquísimos partidarios de Renovación Española, monárquicos alfonsinos, se sumaron desde los primeros momentos a los golpistas. Pero el reparto de armas entre las milicias obreras, que impusieron desde el primer momento su ritmo revolucionario, con detenciones y sacas en el que sería Madrid de las checas y de Paracuellos del Jarama, llevó a la clase media española a sumarse a los sublevados. Hasta ahí habían visto el golpe militar con simpatía pero nada más, pensando que sería otro más, sin casi muertos, como el de Primo de Rivera o los que se habían producido el siglo pasado y solo habían servido para cambiar gobiernos sin terribles consecuencias bélicas. Ahora era distinto... España se iba a sumir en un ciclo bélico de desenlaces inesperados en el que el ideario bolchevique, el fascismo castizo y minoritario de los falangistas, la decisión de impedir la revolución social por sectores importantes del Ejército, la Armada y la Guardia Civil se iba a mezclar con el odio de clases de un proletariado urbano y rural al que ni la monarquía ni la republica habían hecho justicia y que les lanzó contra unas clases burguesas, católicas y moderadas temerosas y, en especial, de la anarquía que auguraba el triunfo de los partidos obreros más revolucionarios.
En aquel tórrido verano de 1936, hace 83 años, la mitad de España se lanzó contra la otra mitad, sin que ninguna de las dos partes fuera verdaderamente conscientes de la transcendencia que tendría el camino que habían tomado de forma conjunta ambos bandos.

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