Una monstruosa solución final
El próximo día 27 su cumplen 75 años de la liberación de campo de Auschwitz y, con él, la demostración de que el Holocausto era una realidad. Esa memoria sigue siendo imborrable
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Hitler perdió la guerra, pero alcanzó uno de sus objetivos: acabar con los judíos europeos. Ese «mundo de ayer» que con tanta amargura describió Stefan Zweig poco antes de suicidarse ante el avance de la barbarie nacionalsocialista. Esta gran obra de destrucción fue planificada con precisión en todas las etapas del proceso denominado Holocausto: detención, deportación y esclavitud o exterminio. El número de víctimas admitida es de seis millones, un cifra monstruosa que todavía hoy sorprende que haya sido posible ante los ojos del mundo y de ciudadanos que dijeron no haber visto nada, incluso cuando sus vecinos habían desaparecido de un día para otro. El Museo Memorial del Holocausto de los Estados Unidos, con sede en Washington, emprendió en el año 2000 la documentación de todos los guetos, campos de trabajo forzoso, campos de prisioneros de guerra, campos de exterminio, los llamados «centros de atención» –donde las mujeres eran obligadas a abortar o asesinados sus hijos después del nacimiento– o burdeles de esclavas sexuales. Dicho Memorial ha cifrado en 42.500 los puntos desde donde se ejecutó el Holocausto, que abarcaba toda la Europa ocupada, desde Francia a Rusia, Alemania, Austria, Polonia, Yugoslavia o Países Bajos. Los investigadores Geoffrey Megargee y Martin Dean –que presentaron en 2013 los primeros resultados– cuantificaron entre 15 y 20 millones las personas que fueron asesinadas o encarceladas en estos centros. Eligieron el testimonio de Henry Greenbaum, un superviviente que hoy cuenta con 92 años, para mostrar esta siniestra red de esclavitud y muerte. Con 12 años vivía en el gueto de Starachowice, su ciudad natal en Polonia, luego fue internado en un campo de trabajo en la misma región, mientras su familia fue enviada al Treblinka, donde murieron. Cuando terminaba su jornada de trabajo era obligado a cavar fosas para enterrar a los muertos. Más tarde fue internado en Auschwitz, de ahí pasó a una planta de productos químicos, Buna Monowitz, para fabricar caucho y aceito sintético. Y, por último, con 17 años, terminó en el campo de Flossenbürg, en la frontera checa.