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La noche que saqué «Dolor y gloria» de la basura

Sobre con la cartulina de «mejor película» de los Premios Goya larazonJulián Herrero

Exultantes, Almodóvar y sus chicos –retratos de su propio pasado– subieron después de la gala a la sala de Prensa del Martín Carpena. El manchego, radiante, y, a su lado, Banderas, anfitrión y también triunfador, se tiraba en la silla como el que se sabe hacedor de una buena faena, sin composturas que cumplir y entregándose en pleno al disfrute. Casi como el que juguetea con los «pa’ luegos» después de una comilona intentando rescatar los jugos de lo que ya es historia.

En cuanto a las palabras, nada nuevo, «lo mismo que nos dijo el primer día», se murmuraba. Pero tampoco era el momento de rascar nada más allá del calentón propio de la felicidad y la pompa goyesca. Igual que vinieron, se fueron, en grupo, todos a una y con ganas de celebrar lo buenamente merecido.

Regresaba así, por primera vez en horas, la calma al lugar, aunque con ciertas referencias a Atila y su séquito. El campamento base de los medios escritos quedaba devastado: periodistas, ya con más ganas de darle al bebercio que de escribir la última palabra, arrasados y los restos de la gloria de los hunos almodovarianos bien presentes. Botellas de Moët & Chandon por doquier vacías y a medio vaciar. Lo que antes eran copas de agua y refrigerios con los que pasar la gala, ahora eran eclipsados por los glamurosos benjamines de champán que habían sido abandonados en cualquier rincón.

Y, entre esas, un sobre boca abajo en la basura: «Premios Goya 34 edición». Por el otro lado: «Mejor película». Y dentro, lo dicho minutos antes por Marisa Paredes y José Coronado: «Dolor y gloria». La tarjeta que había dado la inmortalidad a la cinta fue abandonada, como tantas y para disgusto de los fetichistas, sin más.

Entre los restos de la ceremonia, se clausuraba la «campaña» –palabra empleada por el actor y el director durante la rueda– nacional para darle paso a la «yankee». Reconocía el propio Almodóvar que «los premios ayudan a relanzar la carrera de las películas y la nuestra ha salido este fin de semana en más de cien salas». Dicho esto, el trabajo estaba más que cumplido. Los intereses locales eran enterrados y las miras iban mucho más allá del Atlántico en busca del Oscar. Nada de lo ocurrido importaba ya.

La fiesta del cine español era cosa de otros, de los que se tenían que conformar con las copas gratis de la fiesta «in situ». Las élites actorales tenían sus propios círculos en los que vanagloriarse. Donde, probablemente, no hablaron con tanta vehemencia de la guerra, ni del feminismo, ni de nada que no quede «chic» fuera de plano. Reivindicaciones que volverán cuando otros ocupen La Moncloa. Hasta entonces, silencio y buenas formas.

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