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Retrato de los niños bárbaros

Alejandro Landres retrata en “Monos”, su nuevo film, la tiranía de la jerarquía y el comportamiento asilvestrado de unos guerrilleros que están aprendiendo a crecer

Un fotograma del segundo largometraje de Alejandro Landres, "Monos"
Un fotograma del segundo largometraje de Alejandro Landres, "Monos"larazon

Reducir intelectualmente la historia de «Monos», la nueva cinta de Alejandro Landres, al perturbador y sofocante universo literario de «El señor de las moscas» sería un ejercicio insuficiente y no se atendría de forma completa a la realidad. Y es que el segundo largometraje del cineasta colombiano reúne en un onírico escenario asalvajado exento de toda realidad pero fácilmente identificable con la inmensidad de la selva latinoamericana, todas las grandes preguntas de la tierra. La civilización, el odio, la inocencia, el descubrimiento sexual, la crueldad y la violencia bailan poseídos por el fantasma de la modernidad en la cima de una montaña en la que se refugia un grupo de adolescentes enloquecidos por el poder de la vida.

«“El señor de las moscas” constituye sin duda un canon cultural importante y yo quería recoger parte de esta trama para poder construir mi particular relato. Sin embargo, esta no fue la fuente de inspiración primigenia. Me influyeron otros textos bastante bizarros muy poco conocidos. Historias olvidadas por la violencia que llevaban mucho tiempo guarecidas en mi cabeza», admite Landres a la hora de explicar el origen de esta pesadilla contemporánea.

Pata Grande, un enérgico líder cuya diminuta pero fibrosa envergadura no le priva en absoluto a la hora de imponerse sobre sus subordinados a través de la fuerza y la amenaza sistemática, pretende montar una organización en la que las jerarquías actúen como origen y destino de la guerra. Landres apunta: «Ese canibalismo de las organizaciones es algo que intenta reflejarse en la cinta y que yo tenía muy claro que quería hacer de una manera cruda, real». La presencia de una extranjera secuestrada por este grupo de pequeñas fieras incandescentes intensifica la dureza de una trama desdibujada y poderosa en la que el conflicto y la lucha se interpretan a través de un nuevo lenguaje.

Lucha contemporánea

«No doy fecha ni un lugar concreto precisamente para reflexionar de manera universal sobre este tipo de circunstancias. La guerra es algo que logra migrar las ideas. Mucho antes de que existiera internet. Nos sentimos cómodos a la hora de enfrentarnos visualmente a conflictos como la Primera o la Segunda Guerra Mundial en la que los bandos están claros y las ideas por las que se lucha también. Lugares donde existen buenos y malos», anticipa el colombiano antes de diferenciar: «Sin embargo hoy en día los conflictos son más cambiantes. Hay muchos grupos, muchas ideas enfrentadas y mucha confusión social. Hablamos de unas guerras tal vez poco “románticas” y el caso de Colombia es un claro ejemplo de esto, igual que puede serlo el de Oriente Medio».

Para el colombiano lo político tiene que ver con lo social porque asegura que «somos comunitarios, queremos ser amados, queremos pertenecer». Por eso en «Monos» resulta fácil sentir la firmeza de una uña rascando las aristas del estómago. Incomodando el intestino y buscando a ese buen salvaje que sigue, en realidad, más vivo que nunca.