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¿Quién fue el marqués que murió dos veces y da nombre al Barrio de Salamanca?

José de Salamanca y Mayol fue velado y amortajado, pero “resucitó”. Desde entonces, la vida de este hombre polifacético no hizo más que crecer: consiguió el monopolio de la sal, invirtió en Bolsa, en coches y en ferrocarriles y recorrió el mundo
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En sus inicios, José de Salamanca y Mayol fue uno de tantos. Nacido en Málaga en 1811, estudió Derecho en la Universidad de Granada por capricho directo de su padre. Hijo de médico y de familia, digamos, de bien, su visión de la vida cambió al conocer a Mariana Pineda en la ciudad andaluza. Cuenta la leyenda que quedó prendado de ella, aunque, para su desgracia, el amor no fue correspondido. Sin embargo, su figura caló hasta el punto de empezar a poner en valor los ideales liberales. Así comenzaría a juntarse con grupúsculos contrarios al rey Fernando VII y su absolutismo, lo que le terminaría costando la vida a una Pineda que pasaría a ser mártir de la causa.
El espíritu revolucionario (curiosamente rebrotado ahora, y de aquella manera, en el distrito al que da nombre) se mantuvo durante unos años, hasta que fue elegido alcalde de Monóvar (Alicante), primero, y de Vera (Almería), después, y desde donde daría el salto a las Cortes. Pero antes, conviene rescatar un curioso momento de la vida de Salamanca: el de su primera muerte. Sí, tuvo la fortuna, o la desgracia, de fallecer hasta en dos ocasiones.
Tenía 23 años, ya era el regidor de Monóvar y, entre otras, había destacado por su “valerosa conducta” durante la segunda epidemia de cólera del siglo XIX (especialmente notable en esa zona del Levante). Parece que fue esta dedicación la que le llevó al contagio. Lo cuenta Florentino Hernández Girbal en la biografía del protagonista: “En el lecho, los visitantes lo encontraron devorado por la sed, en pleno delirio, aquejado de frecuentes diarreas, con la respiración cada vez más difícil. Hasta que de madrugada lo dieron por muerto”. Así lo certificaron los médicos, por lo que no quedó otra que amortajarlo y velarlo. Se encargaron los actos a su asistente, que se dispuso a pasar la noche junto al supuesto cadáver.
Pero con lo que no contaban era con la vuelta a la vida del “fallecido”: “El criado se creía víctima de una alucinación al ver que su amo había abierto los ojos, se había incorporado, quedó sentado en el lecho y comenzó a hablar, lo que le llenó de espanto forzándolo a abandonar la estancia y a bajar la escalera gritando. ¡Ha resucitado!, ¡ha resucitado!”, recoge el escritor; enfrente, otra versión que cuenta como Salamanca pilló a su sirviente rebuscando en los cajones de la habitación al grito de “¡bribón!”.
De cualquier manera, el joven alcalde no terminó ahí sus días. Continuaría su camino a Madrid, previo paso por el citado pueblo almeriense, y en 1837 ya disponía de un hueco en el Congreso. Su cercanía a los círculos de gobierno le llevaron a encontrarse con José de Buschental, un financiero uruguayo de origen francés que le introduciría en la Bolsa. No tardó en cogerle el punto. Recuerda el historiador Luis Pérez que pronto logró hacerse con una “descomunal fortuna” y que incluso “llegó a ganar tres millones de reales” en una sola sesión.
Salamanca invertiría para hacerse con el monopolio de la sal, pero también estuvo dentro de la creación de la primera casa de baños en España y en una empresa de alquiler de coches, La Comodidad. Su buena reputación le llevó a trabajar para el Ministerio de Hacienda, al que libraría de una deuda con la Bolsa de Londres, además de ser la cartera que terminaría encabezando. Tras ello, se marcharía por un tiempo a Europa, eso si, huyendo de una denuncia en la que se le acusaba de haberse beneficiado de su posición: rebotó de embajada en embajada para que no le atraparan, se escondió en un baúl durante un registro y, finalmente, pasó a Francia disfrazado.
Fue entonces cuando comenzó su imperio ferroviario. Salamanca se introdujo en la industria hasta que regresó a España para levantar la vía del tren entre Madrid y Aranjuez (retomando el trabajo iniciado por el marqués de Pontejos), que más tarde llegaría hasta Toledo. Pero es que su red de ferrocarriles también se iba a extender por Italia, Alemania, Francia, Portugal y Estados Unidos, donde llegaron a bautizar una ciudad con su nombre por ser uno de los principales inversores de la Atlantic and Great Western Railroad.
Pero su sitio siempre fue Madrid, donde se instaló en la calle de Alcalá. Durante sus paseos comprobó la necesidad de ampliar y limpiar la ciudad. Salamanca decidió construir un barrio nuevo en el que no se escatimara en servicios: agua corriente, luz eléctrica, calefacción y baños, recordemos que la suya fue la primera casa de la capital en contar con un aseo completo. Era la década de los 60 del XIX y su promesa fue crear un distrito "de élite, elegante, fastuoso” al estilo del Faubourg Saint-Germain parisino, germen de lo que es hoy la zona. A pesar de las comodidades, el nuevo barrio no dejaba de estar a las afueras de Madrid, por lo que aprovechó sus conocimientos y contactos ferroviarios para acercar el “PAU” a Sol con un tranvía en 1871.
El sueño del ya marqués de Salamanca (así lo consideró Isabel II en 1866, incluida la consideración de Grande de España) se había cumplido, pero el esfuerzo económico fue tal que los 400 millones de reales se habían quedado a cero. El distrito que acababa de construir y que todavía hoy conserva su nombre lo había desplumado. Había dejado de ser el más rico del país. Vendió todo lo que pudo (hasta cuadros de Goya), pero el “crack” se iba a producir sin remedio. Moriría años más tarde, en 1883, en Carabanchel y sin nadie al lado.