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Estrenos de la semana: “Habitación 212”, “Todo pasa en Tel Aviv”, “Anna Karenina” y “Unplanned”

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Crítica de “Todo pasa en Tel Aviv” : ¿Lo romántico es político? ★★★✩✩
Dirección: Sameh Zoabi. Guión: Dan Kleinman y S. Zoabi. Intérpretes: Kals Nashif, Nula Azabal, Yaniv Biton. Luxemburgo-Bélgica-Francia-Israel, 2018. Duración: 100 minutos. Comedia.
A priori resulta estimulante que una película se plantee abordar el conflicto judío-palestino en clave de comedia. Cierto es que Elia Suleiman ya lo hizo en “Intervención divina” pero allí los referentes eran Buster Keaton y Jacques Tati. “Todo pasa en Tel Aviv” lo pone en práctica desde el ‘mainstream’ estableciendo un diálogo entre los códigos narrativos y visuales del culebrón y el propio filme, que se reescribe en forma de comentario insidioso sobre los chantajes morales que atrapan a opresores y oprimidos cuando la guerra amenaza, al perpetuarse, con convertirse en una parodia cruel de sí misma. Es interesante que el personaje de Salam, que trabaja en la productora de su tío por sus conocimientos de hebreo, acabe transformándose en el mensajero clandestino de Assin, un militar judío que secuestra su pasaporte en la frontera con el fin de intervenir en el devenir argumental de una telenovela de la que su esposa es fanática.
“No todo es político”, exclama ella. “Es romántico”. De repente, Salam, flamante e impostor guionista de la ‘soap opera’, es el portavoz del enemigo, pero también sabe plantar la semilla de la reconciliación. Da la impresión de que Samah Zoabi cree que la única zona común donde israelíes y palestinos pueden ponerse de acuerdo es en la de las catacumbas de la cultura popular, en las que se apela a la universalidad de la explosión de los sentimientos utilizando el patriotismo y la identidad nacional como las flechas envenenadas que Cupido lanza en todas direcciones. Así las cosas, el culebrón en cuestión, algo así como un enredo de espionaje situado justo antes de la Guerra de los Seis Días en 1967, ofrece un modelo de relato que contradice a la esposa de Assin: en efecto, lo romántico puede ser político.
Ahí es donde la película, en el contagio de las formas de la telenovela, recreadas con un cierto encanto, a la trama principal, fracasa notablemente. Presionado por la estrella femenina de la serie y asfixiado por carecer de una voz propia (porque escribe, recordémoslo, al dictado de lo que dice el otro bando), Salam es incapaz de mantener el interés de su nueva novia. Su fracaso personal ilumina su camino como creador en tierra de nadie pero responsable de la felicidad de todos: de mantener la moral alta de su pueblo a la vez que satisface las exigencias de su opresor. ¿Se puede nadar y guardar la ropa? ¿Es posible una equidistancia cuando estamos hablando de un conflicto que, después de décadas, tiene pocos visos de resolverse? Es entonces cuando Samah Zoabi no puede evitar la tentación del didactismo en la que caen prácticamente todas las películas que se acercan al conflicto, por muy original que sea su punto de partida.
Lo mejor: La idea del culebrón como espacio comunitario de consenso entre judíos y palestinos es muy fructífera
Lo peor: No puede evitar caer en los lugares comunes de las películas que tratan el conflicto
Sergi Sánchez
Crítica de “Anna Karenina. La venganza es el perdón” : Vuelve el más trágico amor de Tolstói ★★✩✩✩
Director: Karen Shakhnazarov. Guión: Yuri Poteyenko y Karen Shakhnazarov. Intérpretes: Elizaveta Boyarskaya, Kirill Grebenshchikov, Vladimir Ilyin. Rusia, 2020. Duración: 138 minutos. Drama.
Greta Garbo, Vivien Leigh, Tatiana Samoilova... Las tres grandes fueron Anna, la esposa y madre que, enamorada hasta el pecado del conde Vronsky, decidó encararse con la hipócrita sociedad de su tiempo, abandonar a marido e hijo y vivir con el amante. El papel deseado por la mayoría de las estrellas cinematográficas desde el principio de los tiempos, con esa tragedia mayúscula arropando a la joven hasta el final. Año 1904. Han pasado treinta desde la trágica muerte de la bella Karenina en las vías de un tren. El noble y Serguei, primogénito de Anna y doctor militar, son oficiales del ejército al mando de una posición rusa en Manchuria a punto de que la tomen los nipones. Un complicado y tenso encuentro que, sin embargo, irá uniéndoles por el cariño obsesivo e incondicional que comparten hacia esa misma mujer imperfecta, sin prejuicios pero con un dolor que parece no acabar ni siquiera cuando la vida se le escapa. Basada en la novela de Tolstói y «La guerra con Japón», escrita por Vikenty Veresaev, Karen Shakhnazarov intenta ir más allá de la historia primitiva con una especie de hipotética prolongación de la misma en un filme ambientado de manera fastuosa aunque también con una clara vocación teatral que no logra, sin embargo, transmitir del todo el hondo, profundo drama de Karenina, una mujer que solo deseó ser libre. Lo que cuesta, ahora y siempre.
Lo mejor: Su ambientación, fastuosa y decadente, aunque sea una película, al tiempo, con una clara vocación teatral
Lo peor: No logra transmitir como otros filmes sobre Karenina el intenso drama de esta mujer en una sociedad tan hipócrita
Carmen L. Lobo
Crítica de “Habitación 212” : Adictos al desamor ★★✩✩✩
Director y guión: Christophe Honoré. Intérpretes: Chiara Mastroianni, Benjamin Biolay, Vincent Lacoste. Francia-Bélgica-Luxemburgo, 2019. Duración: 86 minutos. Comedia.
Tiene su interés adaptar a la francesa aquellas comedias que el filósofo Stanley Cavell llamaba de “enredo matrimonial” (en el original, “of remarriage”) en las que, en el Hollywood clásico, una pareja atravesaba la tentación del divorcio después de la rutina de la vida conyugal rota (o casi) por la aventura del adulterio, y que indefectiblemente acababan en final feliz. En la línea de sus musicales ligeros (“Las canciones de amor”, “Les bien-aimés”), Christophe Honoré concentra ese proceso terapéutico en una sola noche y (casi) en un solo espacio, la habitación de hotel donde Maria (irresistible Chiara Mastroianni), después de confesarle a su marido (Benjamin Biolay) que tiene más amantes que alumnos caben en su clase de la universidad, se refugia para pensar en su relación.
Es hermosa la idea de que Maria pueda ver a su esposo desde la habitación 212. Tiene el privilegio de contemplarlo en soledad, afectado por su marcha y por su engaño, como si en sí mismo fuera una película melancólica. Kieslowski podría haberla dirigido, pero no, Honoré aparta la mirada, porque lo que va a ocurrir en su nuevo y provisional hogar va a ser mucho más jocoso o vibrante para una mujer como Maria. Allí podrá dialogar con las dos edades de su marido que ahora están apagadas bajo la sombra de un primer amor de adolescencia. Y con esos maridos -sobre todo con uno, interpretado por el carismático Vincent Lacoste- llegarán muchos amantes, y la habitación acabará pareciéndose al camarote de los hermanos Marx, e intercambiarán recuerdos, algunos reproches, volverán a amarse, tal vez.
Volviendo a Cavell, definía la comedia como el acto de alejarnos del mundo “alegando locura”. Podríamos decir que el error de Honoré es, entonces, creerse más loco de lo que está, o haberse estancado en una premisa que, reiterativa en su desarrollo, apelmaza su presunta frivolidad. Este crítico echó de menos a un cineasta que hubiera sacado más partido de la teatralidad absurda del ‘huis clos’ y que se tomara más en serio la musicalidad natural de sus imágenes, algo así como el Alain Resnais de “On connaît la chanson” o “Asuntos públicos, vicios privados”. Un cineasta, en fin, que no desaprovechara la frescura de Chiara Mastroianni, o su tendencia a la locura, como una Diane Keaton o Jill Clayburgh de los setenta preparada para devorar a hombres más jóvenes sin sentirse culpable por ello. Aquí la invocación de fantasmas, el aliento psicoanalítico, los desajustes amorosos, resultan demasiado espesos para lo que debería de haber sido una ‘screwball comedy’.
Lo mejor: Chiara Mastroianni tiene la elegancia y la frescura de una Diane Keaton, de una moderna Katharine Hepburn
Lo peor: Al final Honoré repliega el tono ligero de la premisa y la película dormita
Sergi Sánchez
Crítica de “Unplanned”: Quiero vivir ★★✩✩✩
Directores y guión: Chuck Konzelman y Cary Solomon. Intérpretes: Ashley Bratcher, Brooks Ryan, Robia LaMorte, Jared Lotz, Emma Elle Roberts. EE UU, 2019. Duración: 106 minutos. Drama.
Es una historia real, una amarga historia real. Abby Johnson se convierte en una de las directoras más jóvenes de las clínicas Planned Parenthood que existen en EE UU. Una organización que ofrece servicios de salud sexual reproductiva, planificación y abortos, y ahí es de donde sacan la mayor tajada económica. Abbey cree fervientemente en que se trata de una cuestión relacionada con el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo. Tan fervientemente lo piensa como los que se encuentran tras la valla del edificio, integrantes de grupos pro-vida que intentan convencer a las asustadas jóvenes para que no lleguen hasta el final. La protagonista ignora los rezos, aunque no llega a los límites de desprecio que demuestra su superiora, hasta que un día debe participar en una de esas terribles operaciones y el estómago y la vida se les revuelven de forma violenta. Desde el mismo y durísimo arranque, la cinta no oculta desde qué banda juega, lo que no estaría mal si en ocasiones no lastrase al propio filme, que acaba olvidando que estos personajes necesitaban una mayor profundidad y carne para que el drama, que lo es, resulte más real.
Lo mejor: Nos enfrenta al drama, siempre lo es, del aborto desde la óptica de los pro-vida, lo que no resulta usual
Lo peor: Que el personaje de la primera directora resulta exageradamente «malvado», frío y detestable
Carmen L. Lobo

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