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Contracultura
Orgullo Gay, menos diverso de lo parece
La fiesta de la diferencia sexual tiene elementos uniformadores y excluyentes que sus apologistas se niegan a reconocer

Hace tres años, cuando todas las revistas culturales celebraban el centenario del poeta, periodista y cineasta Pier Paolo Pasolini, se me ocurrió echar un vistazo al programa del Orgullo Gay de Madrid a ver si habían incluido algún acto en su memoria. Me pareció algo casi obligatorio, ya que había sido uno de los grandes pensadores del siglo XX, expulsado del Partido Comunista Italiano por su condición de homosexual y acosado también por el fascismo, que consideraba su figura herética y desafiante. No encontré ningún tributo a Pasolini en los festejos, lo que me hizo pensar que también era una presencia molesta para el colectivo LGTBIQ+ de nuestro tiempo: en el fondo, hablamos de un artista de honda visión católica, militante contra el aborto y detractor feroz de la homogeneización que trae la sociedad de consumo.

Además fue un homosexual cien por cien masculino, un perfil poco apreciado por el lobby LGTBIQ+. Pasolini tuvo incluso la audacia de cuestionar la libertad vacía que caracteriza nuestra época y que está en el centro de las celebraciones del Orgullo: «Esa libertad sexual por la que yo he peleado tanto, hela aquí, la tenemos a nuestro alrededor, todos los días, es algo espantoso, porque se trata de una falsa tolerancia concedida desde arriba, concedida por ese nuevo modo de producción que quiere que el sexo sea libre porque donde hay libertad sexual hay un consumo mayor», denunciaba en su texto «Demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas».
Valores antagónicos
El japonés Yukio Mishima es otro caso de autor de gran prestigio interesado en el lado oscuro de la homosexualidad, ya desde su novela «Confesiones de una máscara» (1949). Fue un homófilo fascinado por la masculinidad clásica, que incluso llegó a casarse, veneraba la disciplina militar y sufría por la modernización de su país, que consideraba destructora de tradiciones milenarias. Escribió que «los homosexuales tienen en sus caras cierta soledad que nunca les abandona». Como en el caso de Pasolini, sus valores son antagónicos a la militancia hedonista que plantea el Orgullo, una fiesta de estética globalista y alérgica al arraigo. También existen ejemplos españoles que pueden ayudarnos a ilustrar la tesis de que el Orgullo actual es menos diverso de lo que parece. El nombre más evidente sería el filósofo trans Paul B. Preciado, uno de nuestros pensadores más internacionales y globalistas, que hace años que defiende la tesis de que debemos abolir la heterosexualidad. Así lo expresaba en 2023, durante una presentación de su libro «Dysphoria Mundi» (2022) en la capital de España: «Me parece perfecto, urgente, que la Ley Trans sea votada, pero me parece más urgente y mucho más necesario que lo que pidamos colectivamente sea la abolición de la inscripción de la masculinidad y de la feminidad en los documentos administrativos. Porque esa inscripción es discriminatoria: cuando aparece ‘‘hombre’’ y ‘‘mujer’’ en realidad lo que aparece es el potencial de algunas de vuestras células para convertirse en reproductores del cuerpo del Estado-nación», explicaba. Dicho de otro modo, Preciado patologiza la existencia de los conceptos de «hombre» y «mujer» y aspira a que se sean borrados.
En coordenadas parecidas se mueve el actor y director español Eduardo Casanova, a quien recordarán por sus pomposos vestidos en la alfombra roja de los Goya y por el grito con el que exigía al gobierno más dinero público para sus películas. Se considera militante LGTBIQ+ y aliado feminista. «No tenemos que olvidar nunca que el que nos oprime es el hombre blanco hetero normativo», destaca en sus entrevistas. La tentación de la inocencia de muchos gays, enganchados a la idea de que son víctimas en pleno siglo XXI, es lo que hace sus propuestas estéticas mucho menos estimulantes que cuando asumían su condición disidente. Otro momento revelador de la homogeneización social gay fue el Orgullo de 2019 en Madrid, del que tuvo que salir escoltada la número dos de Ciudadanos, Inés Arrimadas. También fueron expulsados por activistas de izquierda otros miembros del partido naranja. Antes del incidente, la plataforma COGAM había publicado un manifiesto, titulado «Ni un paso atrás», donde se defendía una política de cordón sanitario a Vox, partido con el que Ciudadanos mantenía pactos de gobierno. En general, dentro del lobby LGTBIQ+ se considera sospechoso o inaceptable ser de derecha, a pesar de la larga tradición homófoba de la izquierda, que incluye a iconos de la talla de Fidel Castro, que no pidió perdón por la persecución de homosexuales en Cuba hasta 2010.
En las últimas elecciones europeas de Francia, celebradas en 2019, una encuesta reveló que el partido más apoyado por la comunidad LGTBIQ+ francesa era Reagrupación Nacional. Tenía que ver, en buena parte, con el creciente temor de los homosexuales a pasear, besarse o abrazarse en barrios periféricos de mayoría musulmana. Esta intuición se ha confirmado muchas veces, la última el pasado noviembre cuando Barbara Slowik, jefa superior de la Policía de Berlín, recomendó a los ciudadanos judíos y homosexuales que tratasen de ocultar su identidad en ciertas zonas de la capital alemana con amplias mayorías árabes. Los judíos y personas LGTBIQ+ no pueden sentirse protegidos por la policía, ya que los agentes son el colectivo más atacado en esos barrios de Berlín.
Montero, Díaz y Urtasun
El último episodio de intento de secuestro del colectivo gay por la izquierda tiene lugar este fin de semana en Budapest, donde han acudido Yolanda Díaz, Ernest Urtasun e Irene Montero a apoyar una marcha del Orgullo prohibida por el orbanismo en virtud de una legislación de protección de menores (se trata de evitar que al salir a la calle vean manifestantes desnudos o performances de alto contenido sexual). El Orgullo no es solo una cuestión de diversidad sexual sino el choque de dos visiones socioculturales antagónicas, una centrada en los vínculos familiares y otra en cierto tipo de libertad individual, ligada al hedonismo y al consumo.
La tesis progresista de que solamente es homófoba la derecha y, por lo tanto, cualquier gay debe votar de manera automática a la izquierda tiene cada vez menos fuerza, ya que existe un número creciente de homosexuales que priorizan otros factores políticos a la hora de votar (algo lógico si tenemos en cuenta que todo occidente tiene leyes que protegen la libertad sexual). La batalla tiene otro factor a punto de entrar en juego: los partidos de extrema derecha, también llamados socialpatriotas, tienen ya líderes gay como Marine Le Pen y Alice Weidel, aparte de altos cargos homosexuales en sus filas. Florian Philippot, un prestigioso político derechista gay, es considerado uno de los principales artífices del subidón electoral del lepensimo. Por eso cada vez va a resultar más complicado tachar a las nuevas derechas de homofobia.
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