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El libro maldito: “Manuscrito Voynich”

La obra no se lee, no por ningún conjuro, sino porque se desconoce en qué idioma está escrito. Se trata del último rincón de los conspiranoicos literarios
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Nada atrae más la inteligencia humana que una paradoja. Probablemente, por eso, fascina tanto el “Manuscrito Voynich”: el único libro que no se puede leer y del que se desconoce por completo lo que transmite. En este punto, algún lúcido de por ahí habrá pillado la contradicción y podría plantearse las siguientes y elementales cuestiones: ¿y para qué demonios alguien ha escrito un libro que nadie entiende? ¿Quién es el lince que ha malgastado vista, meses de esfuerzos y noches de esparcimiento y gozo en una tarea tan baldía? ¿Cuál es el propósito de una escritura estéril? Y, sobre todo, ¿tan desocupado estaba? A saber. El secreto probablemente esté encerrado en el enigma, pero como el espabilado del copista se dejó la llave dentro al acabar de redactarlo, ahora no hay quien se entere.
De vez en cuando, surge la noticia de algún iluminado que dice haber encontrado la clave de sol para descifrar lo que tan celosamente guardan sus páginas y adentrarse en los secretos que hasta ahora nos niega (a tenor de lo que se lee por internet, todos de una inverosimilitud pasmosa). Incluso se ha acudido a la informática y los ordenadores para deshilvanar la enrevesada madeja, porque ya se sabe que hoy en día los chips son la nueva mirada de Dios: todo lo ven y nadie escapa a su poder. Lo que denota algo muy básico, aparte de nuestro fetichismo en la ciencia, por supuesto. Se ve que lo sugerido, lo oculto, lo que a primera mano se nos antoja misterioso o impenetrable a nuestros mundanos ojos espolea con frecuencia la fantasía más que lo que es meramente explícito.
El alma humana
La lectura es la evocación de la imaginación a través de la palabra escrita, pero aquí lo que tenemos es un manuscrito que atrae la atención por lo que no nos dice, entre otras razones, porque desconocemos su lengua. Lo que nos cautiva es lo que podría decir o, lo más probable, los que nos gustaría que dijera. En fin, que lo que descansa en esas páginas arroja más luz sobre las motivaciones que mueven la testaruda alma de los hombres que los conocimientos que aporte.
El ejemplar, que se conserva en la Universidad de Yale (se comenta que hay quienes malgastan toda su vida escudriñando las líneas de la obra), está escrito sobre un pergamino datado en el siglo XV, lo que, eso sí, autentifica su origen medieval. Sus folios resultan muy bonitos, como si el autor, en el rapto de alguna musa, hubiera decidido ilustrar la enigmática escritura con ilustraciones de un enorme sentido estético (se presupone que los dibujos harán relación a lo que descansa en él, o no, vaya uno a saber). Los saberes que corren por la savia de sus capítulos aluden a la cosmología, la biología, la astronomía, las hierbas y los conocimientos farmacéuticos. Algunos pensarán que en sus renglones descansan ocultos esoterismos, pero cuando se descifre, si sucede algún día, ya les aseguro que el chasco será monumental y más de uno dirá: “Pues vaya...”.

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