“Al poder le interesa que tengamos opinión, no criterio”
El director vasco retoma la esencia de sus orígenes más radicales con “Baby”, su último y personalísimo trabajo
Creada:
Última actualización:
Las familias cinematográficas de Juanma Bajo Ulloa son infiernos. Son complejas, oscuras, cambiantes, disfuncionales y se encuentran alejadas de la supuesta ejemplaridad y pulcritud que muchas veces exige la mirada del que observa. La atmósfera que las rodea transita por la pantalla con el tenebrismo de un cuento de Poe, aderezado con la virtud estética de las imágenes y la claustrofobia del cine de Agustí Villaronga. En “Baby”, su último y escarbado trabajo, el patrón no cambia. El ganador de una Concha de Oro en el 91 por su primer largometraje “Alas de mariposa”, puntualiza el distanciamiento consciente de la moralina o el aleccionamiento: “en esta película no juzgo a la familia como conjunto pero sí muestro que a veces puede convertirse en un ámbito de dolor y de crueldad”.
A través de una mirada profundamente autoral, independiente y arriesgada, el director prescinde de manera natural de los diálogos para narrar a través de los silencios la historia de una joven drogadicta que tras dar a luz a un bebé para el que no tiene tiempo ni ocasión de proporcionar el amor que demanda, lo vende a una mujer dedicada al tráfico de niños, pero pronto se arrepiente de la decisión y regresa a la remota casa avejentada en mitad del campo donde lo dejó para recuperarlo. Perfilador extremo de la metáfora y el simbolismo, Ulloa arriesga nuevamente con la propuesta de algo en lo que cree sirviéndose de “una película para los que están hartos de las palabras”.
Nos sentamos a conversar con este enfant terrible del cine español, hombre lúcido y desligado voluntariamente de todo lo que está de moda, desconfiado perpetuo de los envoltorios edulcorados del sistema y creador visceral sobre el funcionamiento raro de las emociones, la concepción del cine como última liturgia cultural, las flaquezas de la religión católica, el veneno que inocula el fanatismo en los movimientos humanistas y la hipocresía de las apariencias.
- ¿Defender una película con un sello tan marcadamente autoral como “Baby” en estos tiempos tan ajenos que vive la industria puede interpretarse como una temeridad más que como ejercicio de valentía?
- Es difícil distinguir a veces la valentía de la temeridad, pero yo creo que si no hay cierto vértigo en la creación significa que no vas por el camino adecuado. No sé lo que quiero contar con esta película porque lo que narro no surge del intelecto, sino desde las tripas. Y precisamente porque nace desde ese lugar, no puedo evitarlo. Cuando planteo una película personal, es porque no puedo evitar hacerla. De modo que el temor, el encontrarme con un panorama hostil, como el actual por ejemplo, no me puede condicionar, porque entonces estaría en mi casa y no habría hecho ninguna de mis películas. Porque todas son así. Han surgido de lo profundo. Necesito hacer películas para conocerme. Siempre aprendo con mi cine, por eso lo hago
- El catolicismo se integra en el relato como un componente oscuro...
- La religión es una presencia en la cinta. Narrativamente no va a ningún lugar sino que aparece de forma recurrente en mis películas. La religión cristiana parte de un sentimiento y un mensaje de amor, pero el fanatismo del ser humano a través el catolicismo, lo convierte en una amenaza, en algo que hay que temer. Jesús no dijo “temedme” pero los católicos sí, porque en muchos casos son ellos los que han hecho un mal uso de ese mensaje. Se ha convertido en un dogma. Esa presencia dual en la que por un lado se representa lo que es el amor pero por otro surge la parte amenazante, está muy presente en “Baby”. Esta película es un viaje del temor al amor. Sin embargo, el mensaje de la religión se ha convertido en un ejercicio inverso, en algo que va del amor al temor y por eso ha fracaso, por los abusos permanentes que se han hecho en su nombre. Igual que ha ocurrido con diferentes movimientos. El socialismo convertido en un totalitarismo, el liberalismo en consumismo enfermizo capaz de destruir a las personas, el feminismo en un radicalismo totalitario… En todos los movimientos humanistas ha aparecido el fanatismo y curiosamente hemos escuchado a los fanáticos y no a las personas que hablaban de amor.
- Puede que hayamos sacralizado en exceso a la familia.
- Probablemente. Mis familias son infiernos, no precisamente las bendigo (risas). Pero no hago un juicio de valor, lo que hago es decir que seguramente cuando pones la lupa en cualquier ser humano, encuentras un lado oscuro terrible. Esta es una sociedad que vive de cara a la galería y nunca tanto como ahora. Todo lo que importa es lo que parezco y no lo que soy. Seguramente esta señora cuando compra al niño y la vemos sentada en el banco con la cruz y con ese vestido y esa sonrisa comiendo fresas, quieres que sea tu abuela. Pero cuando te acercas a sus sentimientos profundos, a sus rencores no superados y sus terribles actuaciones, descubres esa cara fea, mala y perversa que nadie muestra pero que muchos tienen. En esta película no juzgo a la familia pero sí muestro que a veces puede convertirse en un ámbito de dolor y de crueldad.
- ¿Prescindir por completo de los diálogos es un ejercicio de estilo o una necesidad creativa?
- Durante el proceso de creación he ido depurando y eliminando muchos elementos. Son las consecuencias supongo de ser honesto con una historia viva como ocurre en este caso, ella misma me lo iba pidiendo. Al tratarse de un universo de creación, como es la maternidad, los personajes tenían que ser forzosamente mujeres. Eliminar todo lo innecesario lo convertía en un ejercicio más puro y en el último montaje fue cuando prescindí de forma definitiva de todos los textos. No había nada que contar, todo estaba ahí, todo estaba narrado con los elementos del cine. Como espectador muchas veces he visto películas en las que el diálogo me parecía redundante, tenía la sensación de que me estaban contando lo que ya había entendido y me estaban conduciendo de alguna forma a un lugar concreto como si yo no fuera capaz de llegar por mí mismo. A veces como creador tienes miedo de no ser bien interpretado y te agarras al texto…Lo tiene que decir alguien. Pero las herramientas del cine son muy poderosas y van a ser siempre capaces de dar una explicación al público en el que yo confío, que no es otro que aquel que ama el cine. Esta es una película para los que estamos hartos de palabras.
- Escoges un tema polémico como el tráfico de bebés para vertebrar la historia...
- Sí, pero no es una película social. Entre otras cosas porque creo que las películas sociales envejecen mal y son un tanto oportunistas. La trata de bebés es un tema terrible, de hecho tengo un caso cercano en la familia, pero en este caso utilizo lo social como excusa. No me interesa lo puntual, lo que está de moda, lo meramente social… Me atrae lo que está detrás de eso, el sentimiento, todo lo que nos mueve a las personas. Intento no quedarme en la anécdota. Es una excusa para hablar de algo que creo que es más importante.
- ¿En qué momento te desengañaste del mundo de los adultos?
- Mi madre era una mujer muy directa. No recuerdo nunca tener consciencia de los Reyes Magos porque desde el principio me contaron la verdad. Se acabó pronto el juego. La ruptura de la inocencia es algo que me interesa mucho y por eso recurro con frecuencia a ello. ¿Un niño es realmente inocente? ¿Y un adulto es tan culpable? El personaje de Mafalda por ejemplo ha crecido en la crueldad, carece de escrúpulos, la agresión le parece aceptable. La protagonista no se quiere y por eso se refugia en un velo pernicioso de paraísos artificiales. Cuando eres inmaduro la culpa la tienen los demás. Hacerse mayor significa tomar consciencia de que lo que te pasa te pasa porque tú lo has provocado. No eres culpable (eso lo dicen los católicos), eres simplemente responsable de ello.
- ¿Está boqueando el cine?
- El cine está agonizando porque nuestra sociedad actual no tolera las manifestaciones de amor. Es una sociedad que está básicamente desconectada y fomenta la bulimia consumista. Se apuesta por “el uso de”. Uso una obra para llenar mi espacio, uso la comida basura para saciarme rápido, uso a los demás para satisfacer mi ego…El cine es un acto de amor, la última liturgia cultural que queda. Está el teatro, están los museos…pero el cine obliga a una selección, a un desplazamiento. Se apaga la luz, te abstraes, no puedes hacer otra cosa y estás además con otras personas que son como tú, que están respetando a ese autor. Es un ritual de aprecio y eso al poder le tiene que doler mucho. Porque de ahí sale gente cultivada y lo que ellos quieren es que tengamos opinión, pero no criterio.