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Carmen Machi comparte escenario con Carolina Yuste (izquierda) y Nathalie Poza

Carmen Machi: «No pasa nada por usar la palabra puta»

Junto a Carolina Yuste y Nathalie Poza, reciente ganadora de un Goya, la intérprete regresa a Madrid con la función de Andrés Lima que triunfó en 2020

La pandemia partió en dos la gira de «Prostitución», pero su regreso solo era una cuestión de tiempo. Desde el primer día se vio que era una función importante y así lo recogieron todas las listas de «tops teatrales» de 2020. Y por ello ya está de vuelta en Madrid la pieza de Andrés Lima y Albert Boronat en la que Carolina Yuste, Nathalie Poza y Carmen Machi se suben a los tacones de diferentes meretrices para abrir el melón. Un tema, el de la prostitución, con tantos matices que, en palabras de Lima, no hay que esconderlo «debajo de la alfombra». De ahí la fuerza de un montaje «especial», para Machi: «Estamos acostumbradas a dar vida a personajes que sufren, pero cuando nos tomamos una caña se nos olvida todo. Aquí no pasa eso, se te queda pegado».

–La vimos de fondo en la gala de los Goya, ¿qué tal?

–Me gustó vivirla a través de los nervios de Nathalie (Poza). La tensión era para ella.

–¿Para el resto, relax?

–Tampoco. En una función así tarda en bajar la adrenalina. Es como un partido de Nadal a cinco sets. Me pareció una gala con agradecimientos muy sentidos.

–¿Se enturbió un poco con los famosos comentarios del Facebook de TVE o no?

–No merecen ni comentarios... Pero vienen bien para la función, donde hacemos una reivindicación absoluta de la mujer a través de las prostitutas: la libertad de sentir y acabar con la estigmatización. Creía que habíamos avanzado. No me gustaría ser la pareja del de los comentarios.

–¿Celebró el 8M?

–Lo pasé de viaje (volvía del Teatro Arriaga de Bilbao). No hice ningún tipo de manifestación, ni tengo redes sociales por las que expresarme. Me comunico a través de los sentimientos, como las personas de toda la vida. Pero es un día necesario para alzar la voz por los derechos humanos.

–¿Por qué es también necesaria esta obra de Andrés Lima?

–Cuanto más la exhibimos, más cuenta nos damos de su valor. Está cargada de verdad. Damos voz y ponemos cuerpo a las personas que entrevistamos. Y de eso ha salido una pieza exultante.

–Supongo que uno de los logros son los mil puntos de vista que pasan por la cabeza del público durante su representación.

–Nos ha ocurrido a nosotras mismas. Mi opinión da igual porque no soy prostituta y son ellas las que tienen que hablar. Pero hemos intentado meter todas las voces. En el debate sobre la prostitución lo bonito es escuchar y aceptar. No necesariamente cambiar de opinión. Ahí te das cuenta de lo poderoso que es el teatro. Nunca he visto tanto político, de todas las sensibilidades, en un montaje. Y a la mayoría se les ha volado la cabeza. Incluso los que tenían las ideas más claras se pasaron a la opinión contraria un rato. Pero lo mejor que tiene esta obra es que ya no ves a una prostituta, sino a una mujer.

–Y su historia...

–Sí, pero no siempre es un drama. Ves a la mujer, que muchas están ahí de manera voluntaria. Reivindicamos el derecho a ser lo que se quiera. Muchas viven infinitamente mejor en este mundo porque tienen ingresos más elevados, visten divinas y viven bien.

–¿Los estigmas no nos dejan ver todo eso que cuenta?

–Lo peor siempre son los prejuicios. Un porcentaje muy elevando del paternalismo y la condescendencia viene de las propias mujeres. Hay fractura social y falta de solidaridad entre mujeres.

–¿Consecuencia del tabú?

–Hay mucha ignorancia. Nadie se va a hablar con ellas, que es lo emocionante de la función. Todo el mundo opina sin saber.

–Ya sabe que aquí todos somos entrenadores y jueces...

–Sí, pero este es un tema peliagudo, que mueve mucho dinero (cinco millones de euros al día). España es la capital europea en esto.

–¿Cómo se descriminaliza?

–No resulta algo fácil. Ni es un problema solo de España, es mundial. Es incomprensible que no se le meta mano. Pero no soy política, ni es mi cometido.

–Sin embargo, abre ese melón sobre el escenario.

–Ese sí es mi cometido. Hacer de buena y de mala. El público se escandaliza porque se le presentan cosas que nunca se han oído. Los políticos tendrían que hablar más con ellas. No gusta la figura de la prostituta, sin embargo, tiene que existir porque es una manera de aleccionar sobre lo que no tienes que hacer como mujer.

–Puta es el insulto supremo.

–Eso viene de muy atrás. Es una forma de que se vea que es malo y nadie piensa en la cantidad de dramas y alegrías que puede haber detrás de esa palabra. Tenemos muchos casos de mujeres que se quedaron sin ingresos y acabaron en la prostitución. Y no por ello tienen que ser tiradas a la calle. Es una forma de salir adelante. Mira, uno de los comentarios de los Goya decía «esa cobra»; lo que más duele es que se lleven dinero por el sexo.

–Este fue su último trabajo en teatro antes de la pandemia, ¿qué se encontró a su vuelta?

–De primeras, fue emocionante, y luego ya dio rabia la situación y la falta de normalidad. En la mayoría de bolos no hemos podido cenar, estaba todo cerrado, y eso ha sido un coñazo porque el teatro tiene algo de salir a comentar lo vivido y, sin eso, te quedas a medias. Es una putada. Eso sí, yo no he sentido la energía cortada por las mascarillas.

–Veo que dice «putada», ¿«Prostitución» nos libra de lo políticamente correcto?

–No pasa nada por usar la palabra puta (risas). Las prostitutas tienen mucho sentido del humor. Una de las cosas que más me llamó la atención, por ignorancia, fue pensar que eran personas torturadas por sus propios pensamientos. No, las putas se ríen, no están con la cabeza gacha todo el tiempo, no son pobrecitas ni nada parecido, y, gracias a los hombres, viven de puta madre. Me sale del alma.

  • Dónde: Naves del Español en Matadero, Madrid. Cuándo: del 13 de marzo al 14 de abril. Cuánto: de 15 a 20 euros.

MÁS PUDOR QUE ANTES

Uno de los alicientes de «Prostitución» es la interpelación directa que las tres actrices hacen al patio de butacas. «Rompemos la cuarta pared a puñetazos», explica Machi. Y es que el escenario gana unos metros al pasillo (siempre que la sala lo permita) para montar una pasarela por la que las actrices se mezclan y se acercan al público. Eso sí, el contacto ya no es el del principio. La pandemia ya no permite ese estrecho contacto entre cliente (espectador) y prostituta (Yuste, Machi y Poza), en ocasiones, incómodo si el elegido era algo pudoroso o tímido. Ahora, mascarilla mediante (para las dos partes), la recreación se vuelve algo más fría si cabe.