Un día de música de aquellos de la vieja normalidad
Love of Lesbian hace vibrar a 5.000 personas en el Palau Sant Jordi. Se recuperan sensaciones de antaño con vicios actuales: test de antígenos, por la mañana; y litros de gel y mascarillas, por la tarde
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Ahora que la música en directo, una de las iniciativas culturales golpeadas con más dureza por la pandemia, vuelve a recuperar poco a poco la actividad en salas de pequeño formato y con estrictas medidas sanitarias para evitar los contagios, llega el turno de rescatar a una de las gallinas de los huevos de oro de la industria musical española: los festivales de verano y los macroconciertos de artistas nacionales e internacionales.
Con ese propósito y bajo el nombre de Festivales por la Cultura Segura, un grupo de asociaciones y colectivos musicales encabezado por la FMA (Asociación de Festivales de Música) y la APM (Asociación de Promotores Musicales) se han propuesto trabajar duro para que la música en directo en grandes recintos pueda volver a ser una realidad en unos tiempos donde todavía se ve algo lejos el fin de la pandemia y el esperado retorno a la normalidad.
Siguiendo el ejemplo de una prueba piloto –con resultados esperanzadores– que el pasado mes de diciembre congregó en la sala Apolo de Barcelona a mil personas con mascarilla pero sin distanciamiento social para un concierto de la banda Mujeres, el experimento se ha replicado en un recinto más grande, el Palau Sant Jordi, y ante los 5.000 fans de Love of Lesbian que se animaron a adquirir una entrada y a participar en una iniciativa pionera en Europa.
Este ambicioso estudio de campo, monitorizado por científicos del Hospital Germans Trias i Pujol de Badalona, se puso en marcha la mañana del sábado en diferentes puntos de la Ciudad Condal, al convertir en hospitales de campaña tres salas de conciertos emblemáticas: Luz de Gas, Razzmatazz y Apolo. La imagen de la sala grande del Apolo llena de biombos, sanitarios y kits para realizar los test, una instantánea que parecía salida de una novela de ciencia ficción post-apocalíptica, explicaba por si sola la extraña función que les ha tocado desempeñar a unos emplazamientos que, hace poco más de un año, solo respiraban música.
Como si se tratara de una yincana y con mucha paciencia, los cinco mil asistentes al concierto tuvieron que pasar antes por una serie de pruebas para poder entrar de forma segura al Palau Sant Jordi. La primera consistía en descargar una aplicación en el teléfono móvil y obtener ahí el código y la hora para realizar un rápido test de antígenos en alguna de las tres sedes designadas. El proceso se llevó a cabo sin incidencias destacables y respetando en todo momento los protocolos sanitarios para evitar contagios. El resultado del test estaba listo en menos de veinte minutos, y los asistentes lo recibían a través de la app. Una vez confirmado el negativo en Covid-19, tocaba acudir escalonadamente al Palau Sant Jordi para poder disfrutar del concierto con una mascarilla FFP2 obligatoria puesta, aunque sin distancia social.
La pista del Sant Jordi, custodiada por cinco telones negros gigantes que daban un aspecto algo tétrico al Palau pero que servían para simular un espacio más acogedor y pequeño, se ha divido en tres espacios independientes para distribuir mejor y evitar una interacción masiva entre los cinco mil asistentes. Unos asistentes que en las colas para entrar al recinto, con sus negativos confirmados, utilizaron el tiempo de espera bebiendo cervezas y manteniendo animadas charlas; una imagen que hacía mucho tiempo que no se veía en Barcelona y que hizo pensar en los grandes festivales que, antes de la pandemia, se solían celebrar en Barcelona en primavera y verano. Ahora bien, esas no fueron las únicas imágenes y sensaciones –felizmente– recuperadas que se vivieron durante la cita.
Tras media hora de retraso debido a un pequeño problema con los accesos,y de un par de vídeos de carácter reivindicativo, tanto del ensayo clínico de ayer dirigido por el doctor Bonaventura Clotet como de la campaña «La cultura es segura», la foto en movimiento de las cinco mil personas cantando y botando al unísono con la primera canción de Love of Lesbian, una celebradísima «Nadie por las calles», ha sido otro momento de esperanza y júbilo en estos tiempos oscuros. El aviso cariñoso de un emocionado Santi Balmes, líder de la banda barcelonesa, al público para que no se quitaran en ningún momento la mascarilla, confirmaba que el experimento iba muy en serio a la hora de cumplir las medidas que lo pudieron hacer posible. La industria musical, que se jugaba mucho, ha vuelto a respirar un poco en el Sant Jordi. Ojalá los resultados sean positivos y la música en directo vuelva a inundar pronto los escenarios del país.