Fernando Vilches: Isabel Díaz Ayuso
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Un excelente columnista de LA RAZÓN –a quien leo y admiro– escribió el 24 de marzo que «a Ayuso se la ama o se la detesta en general con la misma poca base en ambos casos», y tengo que discrepar de él. Me explicaré. Fue pionera en muchísimas tomas de decisión ante la pandemia, difíciles e incomprendidas, en primer lugar, por su propio partido. Estas decisiones, en segundo lugar, se debieron de revelar buenas porque las fueron imitando desde el Gobierno central hasta otras autonomías.
No ha tenido facilidades para gobernar desde el principio, pero no por la oposición, que es lastimosa, analfabeta, mentirosa y ruin. A esta le ha cogido bien la medida y desde el histrionismo de Más Madrid hasta la pereza del PSOE por los temas de la Comunidad, la presidenta no se inmuta lo más mínimo y, a diferencia de una parte del Partido Popular, no tiene ningún complejo por ser conservadora, de centro derecha (o derecha, pues es sutil la línea que los separa) ante la supuesta supremacía cultural y moral de esta penosa izquierda que nos ha tocado padecer.
Donde se las ha visto peor ha sido con sus socios de gobierno, en especial por la labor del taimado vicepresidente, quien, al igual que el Visir Iznogoud, quería ser califa en lugar del califa. Poco Aguado para tan buena cepa de vino Ayuso. Tras las intentonas espurias, cicateras y torpes de las dos mociones de censura (olé por los murcianos y por don Francisco Igea, un pedazo de político y de persona), ahora andan rasgándose las vestiduras los paladines de la mentira y de la hipocresía acusando a la presidenta madrileña de, nada menos, que convocar elecciones en medio de esta pandemia. Su «Sanchidad» quería llegar a estas tres comunidades por la puerta de atrás. Así, el amor a Ayuso está más que justificado.