La catalanización de España
Juan Milián cuenta en «El proceso español» cómo Cataluña ha funcionado como el laboratorio de lo que veríamos más tarde extenderse en la política nacional, Sánchez y su ambición desbocada mediante
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Cataluña ha funcionado ante nuestros ojos como laboratorio de lo que veríamos más tarde extenderse en la política nacional, Sánchez y su ambición desbocada mediante. ¿Estamos a tiempo de, visto lo visto allí, reaccionar antes de que la fractura social sea irreparable? La marea etnolingüística, la pasión identitaria, la fascinación por el Antiguo Régimen y las políticas estamentales devoran todo a su paso, mientras los consensos del 78 y la propia democracia liberal amagan con desplomarse. Por el momento Juan Milián, politólogo, coordinador general del PP catalán y profesor asociado en la Universidad de Barcelona, publica “El proceso español” (Deusto), donde destripa la sinfonía nacionalista y su asimilación a nivel nacional. El autor advierte de que el presidente español cabalga un tigre, y que el tigre amenaza ya con devorarnos. Si lo hace, no nos valdrá el manido “no se podía saber”.
–Rebeca Argudo: ¿Hemos exportado lo peor de la política catalana a la nacional?
–Juan Milián: Ni Cataluña ni España son especiales, el fenómeno existe en otros muchos lugares de Occidente. La diferencia es de grado. En Cataluña sufrimos un populismo que ya no podemos digerir, incluso la burguesía catalana compra ahora mismo las tesis populistas de la extrema izquierda. Y eso lo compra también el PSOE: políticas de identidad, guerra cultural, sacrificio de la verdad, propaganda por encima de la gestión, uso sin contención ni límites de las instituciones públicas al servicio de una causa partidista...
–J.V.: Y, por supuesto, tal y como indica en el libro, la fractura social.
–J.M.: Lo que más preocupa es esa división de la sociedad, inducida desde el poder político. De manera consciente se ha fomentado la división y el estrés. Buscando la paranoia de una parte del electorado, hablan de que hay fascismo, de un enemigo que va a por ellos. Todo esto sirve para no tener que rendir cuentas por la mala gestión o las corruptelas. Es un fenómeno que vivíamos en Cataluña de forma mucho más intensa que en otras regiones de Occidente, replicado ahora por Sánchez a nivel nacional.
–R.A.: ¿Por conveniencia o por convicción?
–J.M.: Sánchez seguramente no quiere la independencia de Cataluña ni comparte el objetivo final con el nacional populismo catalán. Pero hay una convergencia estratégica y le va bien para mantenerse en el poder. Sánchez es un significante vacío, ambición pura, y puede rellenar esa ambición con cualquier contenido. Podría perfectamente aliarse con Vox.
–J.V.: Conviene no olvidar que Xavier Domènech y otros han teorizado que la izquierda nacional debía aliarse con los nacionalismos periféricos para perpetuar su hegemonía.
–J.M.: La ruptura de los consensos de la Transición empieza con Zapatero y ahora se ha acelerado. Podemos y Comunes teorizan esta cuestión, a fin de sustentar la idea de un enemigo común, que puede ser España, o todo lo que esté a la derecha del PSOE. Y lo llevan a la práctica sumando colectivos teóricamente agraviados. Víctimas, reales o imaginarias. Gestionar sus reivindicaciones es imposible porque, por poner ejemplo, las del feminismo entran en contradicción con las de los musulmanes, excepto si encontramos un enemigo común: la derecha. Todo esto, y todas las teorías de Ernesto Laclau, Iñigo Errejón o Domènech, desembocan en una sociedad irrespirable. Nadie quiere vivir en una sociedad fragmentada, estresada, amenazada por un enemigo que quiere acabar contigo. Se sustituye la lucha clásica de la izquierda, la discusión por lo que tienes, por las clases sociales, por la discusión sobre lo que eres, por lo identitario, transformando una parte de tu identidad múltiple en algo excluyente, beligerante. El enemigo ya no es exterior, sino interior: tu hermano, tus amigos, tus vecinos...
–R.A.: Pero no hay forma de razonar. Son impermeables a la crítica racional y obligan a aceptar un «frame» que no deja de mutar en función de sus intereses momentáneos.
–J.M.: El diálogo es imposible con quienes sacrifican la verdad. El gran problema en Cataluña es que vivimos un cambio cultural en el electorado. La mayoría de los independentistas saben que el proceso no es viable en el corto plazo y que el proceso ha sido un desastre económico, saben que sus líderes mienten, pero son sus líderes. Como la identidad prima sobre cualquier cosa, se da todo por bueno. Hemos sustituido el escepticismo respecto al poder político por el cinismo. Mienten, pero como son los nuestros, está justificado porque están en el lado correcto. Además, en efecto, cambian sus objetivos continuamente, como ya explicó Douglas Murray en «La masa enfurecida», el Síndrome de San Jorge Jubilado, que empuja a que los colectivos a radicalizarse ante pequeñeces a medida que consiguen sus objetivos y deben buscar otros.
–J.V.: ¿Qué podemos hacer?
–J.M.: Hay una serie de soluciones fallidas. Hacer concesiones es fatal, porque legitima sus delirios. Pero irse al otro extremo tampoco sirve. Irse a la incorrección política porque sí, por llevar la contraria, exacerba los problemas, incluso crea otros nuevos. Tampoco ignorar el problema, refugiarte en la mera gestión. Así que no es fácil.
–R.A.: ¿Soluciones?
J.M..-Hay que cambiar la metodología. Los demócratas en Cataluña son héroes sin capa ni recursos frente a un gobierno que les desampara. Para la solución hay que ponerlos en la ecuación. Es una mayoría social que debería ser convertida en mayoría política, fortaleciéndoles culturalmente, políticamente, socialmente, económicamente, prestigiándolos. Hay que dejar de estar únicamente en contentar o castigar a los nacionalistas.
–J.V.: ¿El cambio es posible, cuando luego ves al empresariado o al clero desamparando a esta parte de la sociedad?
–J.M.: Tenemos un problema grave de selección de élites, absolutamente antimeritocrático, que dependen más de la Generalitat que de cuestiones morales o de talento. Olvidémonos de estas élites y vayamos a la sociedad. Hay un problema de interlocución. Es más importante el qué que el quién.
–R.A.: ¿Incluso cuando dicen que los indultos van a ayudar a la concordia?
–J.M.: Los indultos no van a ayudar a la concordia, da igual quién lo diga. Todo lo contrario. Abren una puerta a una hoja de ruta del Gobierno de España con los independentistas que va a provocar más tensión. Están creando un sistema de incentivos pernicioso al premiar al desleal y castigar al demócrata, al que tiene un comportamiento cívico, al que cumple la ley. Esto producirá un desánimo en el constitucionalismo y un envalentonamiento del independentismo en todo el país. Muchos catalanes ya están cansados de sacrificar dinero, familia, trabajo, por una Constitución que no se defiende.
–J.V.: ¿El problema en Cataluña es el secesionismo en sí o los procesos de construcción nacionalistas?
–J.M.: La independencia es mala, pero ya el mero hecho de tener un gobierno nacionalista o que trabaja para la independencia en el futuro es realmente pernicioso. Y es un gran problema para movilizar a la ciudadanía. Es consciente de que la amenaza de independencia no es posible a corto plazo y no se moviliza en elecciones. Pero la amenaza no es la independencia, es tener un gobierno nacionalista, que se dedica a la fractura social, que destina todos los recursos públicos a mantener una élite totalmente extractiva en una administración. Tener un gobierno nacionalista ya es perjudicial para la sociedad ,independientemente de que consiga la independencia. Ya es una lacra. El problema ya es este.
–R.A.: Estamos viendo la evolución de lo que ha ocurrido en Cataluña y vemos que empieza a ocurrir en España, de manera similar a cómo vimos lo que ocurría con la Covid y no hicimos nada, obviando las advertencias ¿Podemos reaccionar?
–J.M.: No podremos decir aquello de «no se podía saber», porque a partir de 2017 ya sabemos lo que hay. Ya dieron un golpe y lo volverán a hacer. No lo harán ahora, pero conseguirán recursos, la amnistía, lograrán legalizar algunos artículos del Estatuto de Autonomía... Y cuando crean que ha llegado el momento darán el golpe con más garantías. Sabemos que lo van a hacer porque ya lo han hecho. Tenemos una responsabilidad. Los partidos constitucionalistas deben colaborar y cooperar. Necesitamos un centro izquierda y un centro derecha que defiendan la Constitución y sean fuertes. No hace falta ir todos unidos electoralmente, pero sí recuperar el espíritu del Parlament del 6 y el 7 de septiembre de 2017, cuando, desde los Comunes al PP, todos defendimos la democracia liberal. Lamentablemente, aquel espíritu de fraternidad fue efímero. Y hoy no hay una izquierda política en España, sí una izquierda intelectual y social, pero no política, no en las instituciones, que esté a favor de estas ideas. La izquierda política no defiende el país. Está por el poder, por el cortoplacismo. Es necesario un despertar social, capaz de exigirlo.