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The Haçienda: la discoteca peor gestionada y más importante de la historia

Fue el club donde nació el «acid house», uno de los templos de la música electrónica y del sonido «Madchester»: las anécdotas de su ruinosa gestión las relata Peter Hook en un libro en el que revela que Laurent Garnier fue friegaplatos de la discoteca
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La historia ya está contada, pero se parece mucho a esas comedias de enredo en las que vemos al protagonista hacerlo todo mal constantemente y anticipamos el bochorno que llega a continuación. Pero en el fondo no podemos dejar de ver la película y si por casualidad nos volvemos a cruzar con ella, la vemos de corrido de nuevo. Así es la historia de The Haçienda, el icónico club de Manchester donde se fraguó un movimiento musical caótico y maravillosamente divertido que ya retrató la exitosa película «24 Hour Party People», entre otros relatos y del que llega un valioso testimonio con un título muy sintético: «The Haçienda. Cómo no dirigir un club», escrito por Peter Hook, fundador de Joy Division y New Order. En él, como le pasa a Ben Stiller o a Mr. Bean, todos los errores que se pueden cometer se van enlazando, y como nos pasa como espectadores, en este caso lectores, no podemos parar hasta ver de qué magnitud puede ser el desastre que cometen nuestros antihéroes.
Como decíamos, ya se sabe que The Haçienda albergó una movida cultural antes de tiempo, dio cobijo al postpunk primero y abrió sus puertas al verano del amor inglés, cuando en lugar de flores en el pelo lucían ropa ancha y tomaban éxtasis como «chuches». El verano de las raves y el que transformó a «hooligans» en adorables muchachos que daban abrazos gratis a desconocidos. El verano del acid house fue el de la primera generación de ingleses que podían expresar sus sentimientos (aunque fuera bajo los efectos de un enorme colocón) y abandonar el estreñimiento emocional característico de la Pérfida Albión. En definitiva, como es conocido, en The Haçienda nació esa escena que primero fue «Madchester» y que luego fue «Gunchester» cuando las bandas sacaron las pistolas y los diarios dieron cinco columnas a las sobredosis.
Gabardinas hasta junio
Todo está en esta crónica de Peter Hook, socio industrial del club más desastroso de la historia, miembro de una especie de «merry pranksters» británicos que en lugar de autobús tenían una discoteca para hacer el anormal. Bajo las a menudo contradictorias pero siempre erróneas directrices de Tony Wilson (director de Factory Records, el sello de New Order) y Rob Gretton (mánager del grupo), nuestros patosos iluminados trataron de abrir el local definitivo, que lo sería todo: club de socios, restaurante, sala de conciertos y hasta peluquería, a imagen de los elegantes y sofisticados Danceteria y Paradise Garage de Nueva York. Pero esto es Manchester, amigos, y estamos en los lúgubres comienzos de los ochenta, cuando los jóvenes vestían sobretodos y gabardinas hasta las rodillas en junio. Los comienzos, ahogados por la mayor racha de decisiones equivocadas que jamás haya conocido una empresa, y la mayor ineptitud para los negocios que haya conocido un país protestante, no pueden ser más absurdos. Pese a que la clientela era perfecta para los sellos de Factory (propietaria de The hacienda), el Dj de la sala no pinchaba ni a Joy Division y ni siquiera a los Smiths, sino toda una colección de temazos de música negra que, por supuesto, ninguno de los paliduchos mancunianos estaba por la labor de bailar. El club estaba permanentemente vacío y el aspecto del mismo, que era un viejo almacén de embarcaciones a las afueras, frío y luminoso como una galería de arte, resultaba desolador.
Todo estaba mal desde los cimientos: sobrecostes de las obras, un crédito leonino que lastró el negocio para siempre, empleados que eran unos perfectos inútiles o robaban todo lo que estaba a su alcance (desde los amplificadores a la iluminación, los tocadiscos, la caja registradora y por supuesto las bebidas) y que en una ocasión incluso llegaron a realquilar un equipo al local que tenía las iniciales del club grabadas. Todo el capital que lograban New Order con sus giras iba a fondo perdido a la ruina del club. Mientras, los músicos vivían con 20 libras a la semana. Bueno, pero también con droga y bebida ilimitada. Y es que el valor de este volumen no es contar la gran historia, sino acercarnos a los gloriosos conciertos que solo presenciaron 40 personas, a los desastres de gestión cotidiana del club, al viaje a Ibiza que cambió la vida de Peter Hook, a Nico llegando desde Nueva York sin que a nadie le importase un pito y a Lauren Garnier de friegaplatos del bar donde nadie comía.
Como proyecto comercial, fue un perfecto desastre llevado a cabo por insensatos que, eso sí, pagaban de maravilla a grupos locales que no llevaban ni a 50 personas. Sin embargo, hoy puede verse en perspectiva qué clase de maravilloso sueño era un local que, en 1982, programó a Orange Juice, The Durruti Column, Culture Club, New Order, The Birthday Party, Echo & The Bunnymen, Cabaret Voltaire y Grandmaster Flash. Allí, unos hombres geniales y desquiciados, unos mantas para los negocios, crearon una cultura a partir de unos dulces sueños que dejaron un amargo amanecer: cuando las armas automáticas y los doberman llegaron todo se fue al traste. Como negocio fue ruinoso hasta después de terminado: unos bulldozer derribaron The Haçienda apenas unas semanas antes de que una productora de cine pagara 280.000 libras por reconstruirlo para la película «24 Hour Party People».
Sobre el autor
Peter Hook (Salford, 1956) formó, junto a Bernard Sumner e Ian Curtis , Joy Division. Tras la muerte de este último, fundaron New Order, pioneros de una manera de hacer pop electrónico. Ha publicado también dos libros sobre esas experiencias: «Unknown Pleasures: Inside Joy Division» y «Substance: Inside New Order».
Ideal para...
quien desee montar una discoteca, quien esté interesado en la música electrónica y en conocer el espíritu «rave» de finales de los 80 y quien disfrute de los relatos lisérgicos o bien desee un subidón de los que no dejan resaca.
Un defecto
Como todas las memorias, la subjetividad domina un relato en el que, para más inri, los estados de conciencia alterada son la norma, así que mejor tomarse las bravuconadas como hipérboles y simplemente sonreír.
Una virtud
El tono humorístico añadido a una acción tan loca como los hechos narrados hacen del libro un caramelo. Además, incorpora una lista de actuaciones y temas por cada año para poder escuchar The Haçienda
Puntuación: 9