Fetén Fetén: “Tocar un pasodoble en una plaza para 500 personas en el Siglo XXI es para estar orgullosos”
El dúo burgalés, exploradores de la canción popular y del folclore, publica “Cantables II”, con todo el peso y el encanto de la tradición y colaboraciones de Fito, Rozalén, Depedro y Bunbury, entre otros.
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Son científicos de la canción, alquimistas de la emoción modesta. Son humildes artesanos de la vibración popular. Diego Galaz y Jorge Arribas, el dúo Fetén Fetén, llevan años dedicados a las melodías tradicionales que interpretan con instrumentos insólitos para mantener viva la llama de ritmos ibéricos e iberoamericanos con la devoción que da el amor por una cultura. En su nuevo trabajo, “Cantables II”, nada menos que 16 canciones para las que se han sumado una alineación invencible de amigos y admiradores: Fito & Fitipaldis, Bunbury, Coque Malla, Rozalén, Guitarricadelafuente, Depedro, El Kanka, Kevin Johansen, Ismael Serrano, La M.O.D.A., Luisa Sobral, Rita Payés, y Nina de Juan (Morgan) aportan cada uno su acento, ritmo y sentimiento. “No soy de aquí, pero yo soy quién quiero: no importa el acento, digo lo que siento, el alma va primero”, dicen en el disco.
-El Coronavirus nos ha separado y nos ha arrebatado las fiestas populares. ¿Cómo les ha cambiado?
-Nos ha transformado a todos, es obvio. Creo que si no hubiéramos pasado por todo esto, no habríamos abierto puertas como la Bunbury, de estétivca más Tom Waits, más cruda. Antes teníamos una estética más naíf, y esto nos ha permitido perder el miedo a expresarnos de forma más cruda. Hay dos o tres canciones que lo reflejan.
-Cultivan el discreto encanto de la canción popular, que casi sin pretensiones lleva a hablar de cosas más profundas.
-Creo que eso existe, sin duda. Todos llevamos ese legado de lo popular. Alguien que escuche solo reguetón todo el día se da la vuelta si escucha una jota, lo siente. Lo puede apreciar. No somos de una generación tan lejana a cuando esta música era la única que existía. La música popular no solo hay que protegerla y cultivarla, sino que nos conecta con algo profundo, con la identidad.
-Me preguntaba si en este disco o ya en su misión artística hay una exploración panhispánica, o incluso más paniberoamericana.
-Ya en “Melodías de ultramar”, nuestro anterior disco, tocábamos un homenaje a las músicas de ida y vuelta. Aunque nosotros no hacemos trabajo de campo, ni científico en lo musical, sí que bebemos con cierta rigurosidad de todo. Y se puede interiorizar. Por ejemplo, dentro de una chacarera, que no es española, se escucha el acento de “ajechao” salmantino y los tanguillos de Cádiz. No es poesía para conectar lo inconexo, es que es real. España no se puede entender musicalmente sin los ritmos de ida y vuelta, ya sean de América, del Norte de África, o del Camino de Santiago que trae de Europa. Nosotros nos permitimos jugar con estilos ajenos, pero en el fado a veces puedes escuchar un pasodoble o una ranchera. Y detrás de una ranchera hay un vals.
-Perdón, ¿un “ajechao”?
-Es un ritmo que se toca con un pandero cuadrado que nos dejaron los musulmanes en herencia y que tiene que ver con el ritmo africano. Igual que la chacarera que también procede de África.
-¿No se debería explicar esto más habitualmente para que comprendamos de dónde venimos?
-Pues es que en estas épocas de odios por ideologías o por banderas se nos olvida lo más importante. Lo más patriótico es sentir la identidad, ya sea castellana o gallega o lo que sea. Porque la identidad nos diferencia pero también nos une. La gente de Castilla iba a Extremadura con el ganado y volvían con lo aprendido. Y la identidad cultural abarca ideas que están a la izquierda y la derecha, lo que pasa que no nos queremos dar cuenta.
-Se trata la identidad con enorme estrechez. Eso es una pena.
-Claro que sí. Yo me siento muy castellano, que parece que a veces no tenemos identidad como el resto, pero me siento muy feliz de verme reflejado en culturas cercanas. Y eso es lo que hace que un país se conecte. Y si los políticos y mucha gente lo entendiera, sería muy bueno. Hay gente que pone banderas sin saber cuál es la música popular de su tierra. Si entráramos en la sabiduría de las músicas populares nos ahorraríamos problemas políticos.
-”No importa el acento, digo lo que siento, el alma va primero”, canta Nina de Juan.
-Está clarísimo. En este contexto político tan complicado, si viene alguien de fuera a dar un concierto, la gente lo va a entender, a sonreír y a sentir. Y ese es el problema, que se nos ha enfrentado. Y en la música popular encontramos el poso que nos falta, eso que buscamos en las banderas. La sabiduría de los pueblos es el verdadero patriotismo, lo que nos dejaron nuestros abuelos.
-¿Se resisten a hacer una investigación científica o exhaustiva?
-Me habría encantado estudiar etnomusicología. Pero es difícil, porque los informantes o las informantes, esos señores que te cantaban con un vasito de vino, ya no quedan prácticamente. Se hizo una labor increíble y que está ahí, pero no se escucha. La verdad es que tampoco está en Spotify. La gente en los pueblos de Galicia tocaba un tango de Argentina cuando volvía de allí. Y nosotros lo que hacemos es un pasodoble del Magreb, es decir, mezclar cosas que has vivido y traerlo. En cierta medida hacemos algo de investigación.
-Menciona a Spotify. Si reducimos nuestra música a lo que una plataforma tiene en su catálogo, nos estamos empobreciendo.
-Pienso que, todas las herramientas, bien usadas, son buenas. Nosotros por eso hemos sacado un disco físico. Pero sea como sea, creemos que estar ahí es importante aunque las condiciones no son justas. Y mantendremos vivo el CD. Pero nosotros seguimos en nuestra realidad. Poder tocar un pasodoble en una plaza ante 500 personas en el Siglo XXI es para estar contentos.
-La instrumentación de Fetén Fetén es siempre sorprendente. ¿Qué se puede escuchar en esta ocasión?
-El acordeón y el violín son los protagonistas. Y el serrucho ya es conocido en nuestro caso. He incorporado percusiones como la lata de pimentón, que se ha usado siempre en Castilla. He tocado cucharas, he incorporado la zanfona, que es un instrumento medieval que llegó por el Camino de Santiago. Y también el banjo tenor, el violín trompeta...