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A Mortadelo y Filemón no les llega el sueldo

Francisco Ibáñez presenta la nueva entrega de las desventuras de los agentes de la T.I.A., que tienen que pluriemplearse para llegar a fin de mes
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  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Francisco Ibáñez presenta la nueva entrega de las desventuras de los agentes de la T.I.A., que tienen que pluriemplearse para llegar a fin de me
Si viviéramos en un país inteligente, hace mucho tiempo que Francisco Ibáñez habría ganado el Premio Princesa de Asturias o el Cervantes. Nadie ha hecho tanto como él para fomentar la lectura, para que lo pasemos bien con sus dibujos y con las divertidas aventuras que narra. Por eso, que este maestro del cómic, a sus envidiables 80 años, siga en activo y publicando es todo un acontecimiento. Ayer, Ibáñez presentó la última entrega de las alocadas aventuras de sus héroes Mortadelo y Filemón. En «Sueldecitos más bien bajitos», publicado por Ediciones B, los alocados agentes de la T.I.A. se enfrentan a la precariedad laboral, lo que les obliga a pluriemplearse en los más disparatados oficios, ya sea en una funeraria o en el muy rústico pueblo de Valdepito de la Entrepata. Todo ello con la compañía del Superintendente Vicente, el doctor Bacterio o la secretaria Ofelia.
Ibáñez explicó ayer que si ha elegido este tema para su nuevo álbum es porque «es ideal. Éste es un libro que puede durar años. Tardo un par de meses en todo esto, a lo que hay que sumar el tiempo que pasa hasta que se colorean las páginas y se distribuye el libro. Vamos, que son cuatro meses y puede pasar que la temática esté ya olvidada. Con lo de la crisis esto no pasa. Es magnífico para Mortadelo».
Pero no hay en todo esto un ánimo de realizar una crítica social al tiempo que le han tocado vivir a su manera a Mortadelo y Filemón. «A mí lo que me interesa es el gag. Es como aquello que llamaban celuloide rancio, aquellas películas de Chaplin, Jaimito o el Gordo y el Flaco, en las que el tema no importaba sino el gag, lo que hacía que la gente se pudiera reir», aseguró el dibujante.
Ibáñez sigue al pie del cañón y hace tiempo que descartó del jubilarse del mundo del tebeo. Como él decía con humor , «estoy en la estación termini», bromeando sobre sus 80 años, pero sigue dibujando porque «cuando acabo un libro, pienso en el que vendrá después. Yo no soy nada de irme a la petanca. Sigo con el lápiz y el papel porque continúo divirtiéndome con mi trabajo, con Mortadelo y Filemón». Las horas de trabajo son las mismas de siempre, «igual que cuando tenía 40 años, aunque el ojo, la mano y la cabeza no funcionan igual».
Entre los proyectos que le gustaría poner en marcha está el recuperar alguna de sus otras criaturas de tinta. «Me gustaría volver a alguno de ellos, como Pepe Gotera y Otilio, que son como esos lampistas a los que llamas y te dejan eso como si fuera una fuente de Bohigas. O el 13, Rue del Percebe, en la que yo hago eso mismo que se inventó Vélez de Guevara en «El diablo cojuelo», abriendo una casa y pudiendo ver todo lo que sucedía en su interior», añadió el maestro. Pero entre todos estos personajes de tinta china, hay uno al que tiene un especial cariño: Rompetechos, ese bajito corto de vista que se mete en mil líos sin querer. «Es un miope perdido. Un día llegó a la editorial una carta de alguien quejándose, diciendo que no estaba bien eso de reírse de un defecto. Le contestaron que el autor es así, que si se quita las gafas hay que llevarlo de la manita hasta casa. Lo que pasa es que llegó un momento en el que la gente quería más Mortadelo y Filemón y no había tiempo de hacer otras cosas. Ojalá pudiera como hace cuarenta años», aseguró el padre de Rompetechos, de la Familia Trapisonda y de Chicha, Tato y Clodoveo.

Más risas y menos museos

Francisco Ibáñez también aprovechó para felicitar a Javier Pérez Andújar por las referencias que hizo en su pregón de las fiestas de la Mercè al mundo del tebeo, en particular a los que salían de la factoría de la Editorial Bruguera. «Menos mal. ¡Gracias por hablar de nosotros, Pérez Andújar! La verdad es que ya no hay historietistas como Peñarroya, Conti, Escobar o Raf. Hace años no se decía nada de nosotros. Nuestro único objetivo es que la gente se ría, nada de medallas o de museos», proclamó el dibujantes. Todo esto lo dice un hombre que, como apunta, «unos días he trabajado mucho y otros días he trabajado mucho más», alguien que todavía recuerda con nostalgia a personajes de otros maestros, como el repórter Tribulete de Cifré, Carioco de Conti o la familia Pío de Peñarroya. «Nunca ha habido una escuela. Yo aprendía leyéndolos a ellos y lo que hacían los belgas y los franceses», dice quien tiene la risa como premio. Que dure muchos años de la mano de Francisco Ibáñez.