Serbia
Abramovic: «Mi madre me abofeteaba y me encerraba en un armario»
Ama las corridas de toros y le gustaría poder conocer a Paul Auster. Adora el jamón ibérico y odia que la llamen «la abuela de la performance». Mañana sale a la venta en EE UU el jugoso libro de memorias de una de las artistas más controvertidas. A punto de cumplir los 70, está en plena forma.
Se ha cortado la piel y ha llevado a cuestas un esqueleto. Para unos es la encarnación de la «performance», el arte total; otros la desdeñan y critican con dureza su papel dentro de la creación artística.
Le ha pedido a sus amigos que recojan todo lo que se escriba estos días sobre ella para leérselo en su cumpleaños, el 30 de noviembre. Cumplirá 70 años y lo celebrará en su casa del norte del estado de Nueva Nueva York, al lado del río Hudson, cuya propiedad tiene una extensión de 26 acres. Será, como todo cuanto toca a Marina Abramovic, una catarsis, como su arte, sus encuentros con sus amantes. Sus amigos. Sus clientes. Sus performances. La artista se desnuda en su libro de memorias titulado «Walk through the Wall: A Memoir», publicado por Crown Archetype, un sello de la casa Penguin Random House, que sale a la venta en EE UU mañana. En él relata la historia de su vida, marcada por la durísima relación con su madre, el romance de sus padres cuando eran partisanos en la antigua Yugoslavia, sus tres abortos, su marcha a Ámsterdam, su relación con el artista alemán Ulay, afincado en Eslovenia, que marcaría a fuego su vida y su obra, su ruptura, su posterior traslado a Nueva York y su éxito internacional diez años después. Abramovic confía en que los lectores entiendan su vida cuando lean el libro.
A Nueva York llegó a los 50 años y una década después alcanzó una fama estratosférica. El reconocimiento definitivo le llegó con una performance en el MoMA «The Artist is present» en 2010. Estuvo tres meses sentada en una silla mirando fijamente a todo el que se colocaba frente a ella. Durante horas el público hizo cola para sentarse frente a ella. El momento más emotivo llegó cuando su ex amante Ulay tomó asiento y le clavó sus ojos casi transparentes. Fue el único momento en que Marina Abramovic lloró. Se le cayeron lágrimas como puños. Él tomaba aire y resoplaba mientras ella lloraba. Pasado el tiempo estipulado y después de juntar sus manos él se levantó y se marchó. ¿Cómo fue su infancia? ¿Se sintió querida de niña? ¿Por qué decidió no ser madre? En sus memorias están todas las respuestas.
- La antigua Yugoslavia
Abramovic admite que viene «de un lugar oscuro. La Yugoslavia de la posguerra, entre mediados de los 40 y 70. Con un dictador comunista, Marshal Tito, al frente. Había escasez eterna de todo. La estética del comunismo y el socialismo está basada en la fealdad pura. El Belgrado de mi infancia ni siquiera tenía el monumentalismo de la Plaza Roja moscovita. Todo era de segunda mano. Como si los líderes hubiesen mirado a través de las lentes del comunismo y construido copias peores, menos funcionales y más jodidas. Familias enteras tenían que vivir en bloques de apartamentos en masa y feos. La gente joven no podía tener el suyo propio, así que en cada vivienda se alojaban varias generaciones», describe Abramovic de cómo era lo que ella llama hoy la «antigua Yugoslavia», que en la actualidad correspondería a Serbia. Aun así, admite que «mi familia no tenía que pasar por todo esto. Mis padres eran héroes de guerra. Lucharon contra los nazis con los yugoslavos partisanos, comunistas liderados por Tito. Por eso, después de la guerra se convirtieron en miembros importantes del partido. Mi padre fue llevado a la guardia de élite de Tito, mi madre dirigía un instituto que supervisaba monumentos históricos y adquiría piezas de arte para edificios públicos», escribe Abramovic.
- Terrible madre
De la complicada relación con ella, la artista relata que «estaba obsesionada con el orden, en parte porque venía de una familia de militares. O quizá, reaccionaba al caos de su matrimonio. Era capaz de despertarme en mitad de la noche si pensaba que dormía de manera desordenada y con las sábanas arrugadas. Hasta la fecha, duermo en un lado de la cama perfectamente quieta (...). De niña, me castigaban con frecuencia por la mínima cosa y los castigos eran siempre físicos, golpeándome y abofeteándome. Eran mi madre y su hermana, Ksenija, que se vino a vivir con nosotros de forma temporal, las que me castigaban. Mi padre nunca lo hizo. Había un armario profundo y oscuro en nuestro apartamento, la palabra en serbocroata es «pakar». Me encantaba y, a la vez, me aterraba. A veces mi madre o mi tía decían que me había portado mal, y me encerraban en este «‘pakar”», recuerda.
- La chica-jirafa
«Mis años de adolescencia fueron muy extraños e infelices. Para mí, era la niña más fea del colegio. Era delgada y alta, y los niños me llamaban jirafa. Me tenía que sentar al final de la clase por mi estatura, pero no podía ver la pizarra. (...). Cuando era joven, me resultaba imposible hablar con la gente. Ahora puedo ponerme frente a 3.000 personas sin notas, sin preparar lo que voy a decir y puedo mirar a la gente y hablar durante horas», explica de su adolescencia.
- Su primera performance
«¿Qué pasó? Era el arte. Cuando tenía 14 años le pedí a mi padre una caja de pinturas al óleo. Me las compró y me apuntó a clases con un amigo suyo artista de los partisanos, llamado Filo Filipovic, que formaba parte del grupo Informel, famoso por pintar paisajes abstractos. Llegó a mi pequeño estudio con pinturas, lienzos y otros materiales y me dio mi primera lección. Cortó un trozo de lienzo y lo puso en el suelo. Abrió una lata de pegamento y tiró el líquido en él, añadió un poco de arena, pigmento amarillo, pigmento rojo y algo de negro. Entonces, vertió medio litro de gasolina, encendió una cerilla y explotó todo. “Esto es una puesta de sol”, me dijo. Y se marchó», rememora en su libro la artista de la que se puede considerar quizá su primera performance. O quizá el origen de sus expresiones artísticas en las que se ha arrancado el pelo, rajado el estómago, comido cebollas crudas delante del público, caminado llevando un esqueleto a cuestas.
- ¿Qué matrimonio es éste?
A las diez de la noche, su madre la obligaba a volver a casa. Siempre, incluso estando casada. «Ahí estaba yo, casi a los 25, casada viviendo alejada de mi marido, todavía teniendo que estar a las diez de la noche en casa», reconoce sobre su situación después de contraer matrimonio con Nesa, que formaba parte del grupo de amigos de la academia de arte donde estudió en Belgrado. «Fue como un pacto entre él y yo: vamos a casarnos, y así puedo ser libre. Es lo que creía. Y nos casamos en octubre de 1971. Pero mi madre no cambió. No vino a la boda, y tampoco dejó a Nesa que se mudase a vivir conmigo. No teníamos dinero para un apartamento, así que vivimos separados», detalla de su peculiar vida matrimonial.
- Tres abortos
«Nesa y yo nos enteramos de que estaba embarazada. Todo cambió. De repente él se convirtió en una persona con caracter; sin embargo, todavía, tenía que regresar a casa a las diez», recuerda Marina Abramovic, que más tarde explica sus tres abortos: «Era y siempre sería una artista. Tener un hijo se hubiese interpuesto», explica así, palabras que han suscitado una viva polémica, como cada paso que da la artista. Por esto, en parte se distanció de su gran amor, Ulay, con el que mantuvo una relación entre 1976 y 1988. El alemán quería hijos, y ella, no. También, podría haber sido madre con su ex marido Paolo Canevari, un artista con el que empezó una relación después de su triunfal trabajo en la Bienal de Venecia de 1997. ¿Era entonces el momento adecuado en el que ser madre no le hubiese impedido continuar con su carrera profesional? Aun así, Abramovic reconoce que no se considera la imagen de ningún tipo de causa. Ni mucho menos feminista. «Me crió mi madre. Tengo las sensación de que las mujeres consiguieron sus derechos. Y yo los míos. Nunca me sentí diferente. O delicada. Era como un toro. Como un tractor. Iba a por todas. ¿Me explico?».
- Un «ménage à trois»
Su relación con Ulay hacía aguas a finales de los 80 y ella se sentía vacía. Les quedaba por superar un reto:encontrarse en la mitad de la Muralla China. Después se casarían. Sin embargo, ella sospechaba que su amante la engañaba. «Yo estaba loca de celos y deseaba saber si él tenía una aventura (...) Finalmente lo confesó, me dijo que era una mujer cuyo marido, músico, estaba en una cárcel en Tailandia por un problema de drogas. ‘‘Fantástico’’, le dije. ¿por qué no tenemos un ménage à trois?». La cita fue a los pocos días, en la casa de la amante de Ulay. «Nunca olvidaré esa noche. Primero tuvimos sexo Ulay y yo, fue muy breve, y después ellos dos delante de mí. Era como si yo no existiera, incluso llegué a olvidarme de alguna manera de que estaba allí. (...) Estaba en la cama junto a ellos, despierta. Eran las cinco de la mañana y ellos dormían agotados. Me acuerdo de todo: el olor, el silencio, los dos a mi lado. Era tan inmenso el dolor que ya no sentía nada (...) Me levanté, me duché y me fui. En ese momento dejó de gustarme su olor. Y supe, entonces, que todo había terminado».
Tras su separación siguieron caminos diferentes. Su relación no pasa por uno de los mejores momentos, pues Ulay le ha ganado una demanda por 250.000 euros por las obras que hicieron juntos y ella no le pagó.
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