Alfonso XIII, el rey que no abdicó
Hace 75 años que Alfonso XIII, frustrado tras una política colmada de errores pero leal a sus principios monárquicos y patriotismo, renunció a los derechos sucesorios en su hijo Juan de Borbón y Battenberg.
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“Hace muchos años –escribía Winston Churchill en 1937- Alfonso XIII hizo una arrogante declaración” dificil de sostener en España: “Yo he nacido en el trono y moriré en él”. Pero el rey, decía el inglés, había dado “lo mejor de sí mismo” para acabar “violentamente rechazado por la nación de la que estaba tan orgulloso”. La proclamación de la República le obligó a salir del país en abril de 1931.
Al comienzo del exilio creyó que la República sería un episodio efímero y que pronto le reclamarían, e incluso repitió a Luca de Tena en Londres, para ABC, que “por encima de las ideas formales de República o Monarquía está España”. Pero ese llamamiento no llegó nunca. Había cometido muchos errores.
La deriva autoritaria de 1923, en la que abrazó la dictadura de Primo de Rivera, le había enajenado el apoyo de los liberales. La bandera de la legitimidad monárquica, además, fue levantada por el carlismo. El fracaso de Sanjurgo en agosto de 1932 y la posterior represión de los monárquicos, convencieron a Alfonso XIII de la imposibilidad de un pronunciamiento militar. La relación con Renovación Española y la CEDA fue mala porque no prestó apoyo a nadie, pero tampoco desautorizó ninguna política. Y la familia estaba rota.
Don Alfonso fue destronado con tan solo cuarenta y cinco años. De carácter abierto y algo frívolo, tuvo que cambiar de modos y hábitos. Primero se instaló en el Hotel Meurice, de París, tan caro que prontó lo dejó por el más asequible Hotel Savoy. Pero no se adaptó.
Los tres primeros años se los pasó viajando por Europa, Oriente Medio y la India, donde vio al infante don Juan, enrolado entonces en la Royal Navy. El primogénito, Alfonso Pío, fue obligado en junio de 1933 a renunciar a sus derechos sucesorios por su matrimonio morganático con la cubana Edelmira Sampedro. Jaime, su segundo hijo, renunció a sus derechos tras una tensa negociación, a cambio de un buena cantidad de dinero y el título de duque de Segovia. Para colmo, a fines de 1933 se consumó la separación de Alfonso XIII y Victoria Eugenia, que se fue a residir a Londres.
Algunos monárquicos comenzaron entonces a barruntar la posibilidad de abdicación de Alfonso XIII en su hijo Juan, a lo que contestaba: “en el destierro no abdicaré”. El sector autoritario inició en abril de 1934 una campaña en Acción Española y La Época para la “instauración” de una monarquía antiliberal, ya fuera con Alfonso XIII o con el infante don Juan. Calvo Sotelo, líder de Renovación Española, pidió abiertamente en 1935 la abdicación sobre la base de los principios neotradicionalistas. Alfonso XIII se negó, y en plena boda de la infanta Beatriz les espetó que “abdicaré siempre y cuando yo vaya a Madrid y me siente en el trono”.
La restauración de la monarquía en Grecia tras un golpe de Estado y un plebiscito, en noviembre de 1935, alentó a los instauracionistas a pedir la abdicación y una adhesión de don Juan hiciera a los principios neotradicionalistas. Alfonso XIII dijo entonces a Calvo Sotelo que los suyos querían un rey joven para “manejarlo a su antojo”. Y concluyó: “al que me hable de abdicación le trendré por traidor”. Esto no suponía que Alfonso XIII abrazara la monarquía liberal, sino que esperaba un vuelco en España que restaurara el trono.
No tuvo un papel relevante en el golpe de julio de 1936, ni hizo de mediador ante el gobierno de Mussolini, aunque sí donó una elevada suma de dinero. El 30 de julio autorizó a don Juan a alistarse en las tropas de Franco para hacerse con el favor de los carlistas. En la primavera de 1937, Alfonso XIII declaró su “adhesión espiritual” a la rebelión, pero repitió que no pensaba abdicar. A su vez, Franco anunció en ABC de Sevilla que la restauración de la monarquía era una posibilidad más, pero distinta incluso “hasta en la persona que la encarne”. Serrano Suñer confió al embajador italiano que la vuelta del rey era una “imposibilidad física y metafísica”. Y Dionisio Ridruejo, que visitó a Alfonso XIII en Roma en 1938, encontró que el rey ya “no albergaba la menor esperanza”. Resignado, el 26 de enero de 1939 felicitó a Franco por la ocupación de Barcelona, y delcaró a Le Journal-Écho de Paris que obedecería las órdenes de quien había “reconquistado la patria”. La restauración era un espejismo. Recibió una carta de Franco, fechada el 4 de diciembre de 1939, diciendo que no contemplaba su vuelta al trono. La vejez invadió entonces a don Alfonso. Areilza escribió que tenía un “aire de fatiga y de melancolía que se traducía en su mirada”. Vegas Latapie le remitió a principios de junio de 1940 un documento argumentando que don Juan era el mejor candidato para unir a alfonsinos, juanistas y tradicionalistas. Alfonso XIII ya estaba resignado a que no hubiera restauración: “yo liberal ya no voy a ser”. El 8 de diciembre de 1940 anunció en Ginebra que abdicaría en su hijo. En un manifiesto firmado el 15 de enero de 1941 en Roma cedió sus derechos dinásticos en don Juan, pero sin hablar de abdicación. En el texto recordó su reinado como uno de los más “prósperos de nuestra Historia”, y anunció a don Juan como el mejor candidato para lograr una España libre de “los defectos y vicios del pasado”. Un mes después, agotado y como si ya hubiera cumplido con su misión, falleció aquejado de una angina de pecho.