Allende, la mujer que sí amaba a las mujeres
La autora de «best sellers» se adentra en la novela negra, pero fiel a su estilo, con «El juego de Ripper»
Un hombre aparece muerto en la cancha de baloncesto de un colegio, apoyado sobre un potro, con los pantalones bajados y un bate de béisbol «fuera de sitio», según la definición eufemísitica de la Policía. Así arranca «El juego de Ripper». ¿Un manuscrito póstumo de Stieg Larsson? No, aunque puede que el éxito del fallecido autor sueco y la moda de la novela negra que vino del frío hayan tenido algo que ver con que la escritora chilena superventas Isabel Allende se haya animado, a sus 71 años, a escribir una novela negra. Ayer, sin pelos en la lengua y muy divertida, presentó en Madrid «El juego de Ripper» (Plaza & Janés), una historia que gira en torno a un juego de rol. «Vivo en el área de San Francisco, donde pasa de todo; ahí no hay nada que inventar, no se necesita imaginación. La novela empieza con un astrólogo. Yo tengo un amigo que lo es. Y hay un personaje, un psíquico, que se comunica con su mascota muerta. Todo lo que ocurre en San Francisco, si estuviéramos en América Latina, se llamaría realismo mágico, pero como es en EE UU, lo atribuimos a la medicina aternativa o al «new age»... Son elementos narrativos estupendos», explica sobre las fuentes y personajes de esta obra.
Reconoce la autora de «Eva Luna» y «El cuaderno de Maya», entre otras novelas, que en este «desafío maravilloso» entró sin mucha idea. «Cuando era más joven leí a Agatha Christie, a Conan Doyle, como todo el mundo, pero después de eso, nada. En 2012, cuando comencé a escribir este libro, triunfaban Stieg Larsson, Jo Nesbo...». Leyó entonces algo de los nórdicos de moda. «Su mundo era muy oscuro, sin redención. No es el tipo de obra que yo escribo ni casa con cómo veo el mundo. Pensé que podía escribir una novela en este estilo, pero a mi manera». Una mirada que ha sido siempre positiva: «En los años que llevo de vida he visto al mundo cambiando. Parece que camináramos en círculos, pero no, lo hacemos en espiral y vamos subiendo». Por eso confía en que la situación mejorará: «Si hemos provocado esta crisis, podemos solventarla. Mis nietos estan mejor preparados de lo que yo nunca estuve. Soy muy optimista. ¡Espera que acabemos con el patriarcado, entonces sí avanzaremos!».
Imposible en once minutos
Lo que no le sirvió de nada fue estar casada con un autor de novelas negras, Willie Gordon, con quien arrancó el proyecto, colaboración que duró nada y menos. «Casi nos matamos. No se puede escribir a cuatro manos, pero además tratar de hacerlo con un marido gringo, cuya capacidad de atención es de 11 minutos, era imposible», explicó, no se sabe muy bien si en serio o en broma. Y aseguró sobre su cónyuge: «En el proceso, conversamos, yo le cuento lo que estoy escribiendo, él me dice en lo que está trabajando. Pero ni yo le corrijo nada ni él a mí. Gracias a eso llevamos 26 años casados. Malamente... pero 26 años». Y subraya que «todos mis libros han sido distintos: he escrito novelas históricas, de amor y sombras, sagas familiares... Hasta un libro sobre la gula y la glotonería. El desafío es lo que más me gusta. Escribí una trilogía juvenil y fue lo que más me costó, porque al tercer libro ya estaba cansada de la fórmula». Y fue tajante sobre las posibilidades de que esta novela sea carne de celuloide, lo que ya se hizo con «La casa de los espíritus»: «Todos mis libros podrían ir al cine porque son muy visuales. Y siempre hay productores interesados. Pero no veo ninguna posibilidad de entenderme con Hollywood. Sus contratos no tienen límite: quieren los derechos de todos los formatos de reproducción y además el copyright de los personajes. ¡Hay que ser idiotas para firmar eso!».
Quedaba preguntarle por sus retos pendientes. Lo resolvió con humor: «El mayor es escribir una novela erótica, pero tengo que esperar a que se muera mi mamá. Tiene 93 años y es inmortal. El día que fallezca, yo tendré 100 y no creo que me quede capacidad hormonal para escribir una novela erótica».