El mago Pop: «Varios de mis trucos no los vendería por nada»
Antonio Díaz vuelve a demostrar que cuando está sobre el escenario «Nada es imposible», un espectáculo que puede verse en el Teatro Rialto (Madrid).
El Mago Pop vuelve a demostrar que cuando está sobre el escenario «Nada es imposible», un espectáculo que puede verse en el Teatro Rialto (Madrid).
Es menudo, pero grande. Un tímido atrevido que contrarresta el aire canalla que le da su chupa de cuero con modales de buen chico y exquisita educación. Su cara asoma en el Teatro Rialto de la madrileña Gran Vía, donde cada tarde-noche deja boquiabiertos a todos cuantos van a verlo. El mago Pop (Antonio Díaz) cree que nada es imposible. Y lo demuestra. Es capaz de volar, de teletransportarse, de hacer que los adultos jueguen a ser niños y paguen la entrada para que les engañe.
–Usted, de pequeño, ¿con qué soñaba?
–Con dedicarme a esto. La magia me atrapó desde muy joven. Hoy tengo la suerte de ser ilusionista y de haber formado una gran compañía con la que competir contra musicales de presupuestos multimillonarios. Era lo que soñaba.
–Y ahora, ¿cuál es su ilusión?
–Seguir creciendo para ser un mago de referencia internacional, convertirme en uno de los grandes.
–Elija un superpoder.
–El de volar. Lo hago en el espectáculo, pero también lo elegiría en la vida real. Es que con el resto de superpoderes solo se me ocurren cosas malvadas (risas).
–¿Dónde se teletransportaría?
–Me paso 51 semanas al año fuera de casa. A veces echo de menos a los míos. Me gustaría tener una máquina para estar cerca de familiares y amigos.
–Pues «nada es imposible», como su espectáculo.
–De verdad que lo creo. El universo es acojonante, no entendemos nada. Estamos vivos, y eso resulta la demostración absoluta de que nada es imposible. Bueno, imposible a veces es... me iría a temas políticos.
–Puede irse, eh.
–Encontrar un marco en el que todos nos entendamos, a pesar de nuestras diferencias y de nuestras distintas maneras de ver la vida.
–¿Contesta como catalán?
–El tema de los territorios, después de viajar tanto, es circunstancial. Yo he nacido donde he nacido, pero podría haberlo hecho en cualquier otro lugar. Amo España y amo Cataluña. Soy muy fan del entendimiento.
–Volvamos a los imposibles. ¿Por qué le tiene tanta manía a esta palabra?
–Porque creo que confundimos lo difícil con lo imposible, y eso me da mucha pena. Hay cosas que parecen imposible, como meter un «pendrive» a la primera, pero sólo son difíciles.
– A usted que impresiona tanto y a tantos, ¿qué le impresiona?
–El cine, la música, el arte en general. Y las buenas ideas.
–¿La magia existe?
–Estoy convencido. Algunas de las cosas que nos pasan en el día a día desafían a la estadística de forma constante. Como, por ejemplo, estar pensando en alguien y encontrártelo.
–Vale, pero, ¿qué es la magia?
–(Piensa) La vida.
–¿Es ciencia?
–Y literatura. Es un arte escénico que tiene un futuro arrollador.
–Pero tiene truco.
–Y eso es maravilloso porque los adultos juegan a ser niños. El público sabe que lo que hacemos no es verdad, nosotros sabemos que ellos lo saben, y jugamos a obviarlo.
–Claro. Es que «engaña» a quienes luego le aplauden...
–Es fantástico. Resume lo maravilloso que es mi arte. No únicamente quieren que les engañes sino que compran la entrada para que lo hagas. La magia nos transporta a la niñez, es un viaje en el tiempo.
–¿Cuánto valen sus trucos?
–Algunos no tienen precio, no los vendería por nada. La alegría que me da hacerlos noche tras noche durante tantos años me compensa más que todo el dinero del mundo. Hay juegos que son el resumen de muchas horas de mi vida. En el arte de la magia el error no puede existir. Si fallas, no hay magia.
–Seguro que alguna vez le han pillado.
–Claro. Hacer un juego cuando no lo tienes muy probado hace que estés en riesgo, pero hay que hacerlo.
–¿Qué le gustaría realizar por arte de magia?
–Convertir el mundo en un lugar todavía mejor.
–Más allá de para ganarse la vida, ¿para qué ha usado usted la magia?
–De adolescente, hasta para ligar (risas). De niño la utilizaba muchísimo. Hacía juegos que volvían locos a todos. Alguna vez al conductor del autobús le colé un euro como si fueran tres después de enredarlo. Recuerdo malicias, pero ahora me porto bastante bien.
–¿Y si pudiera hacer desaparecer a alguien?
–A Trump.