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Un inédito de Velázquez llega al Prado

La obra, donada por el hispanista americano William Jordan, es un boceto de «La expulsión de los moriscos», que ardió en el incendio del Real Alcázar de Madrid, y representa a Felipe III.
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La obra, donada por el hispanista americano William Jordan, es un boceto de «La expulsión de los moriscos», que ardió en el incendio del Real Alcázar de Madrid, y representa a Felipe III.
Es una historia de reyes, encargos, incendios, hallazgos, intuiciones y reencuentros. A finales de la década de los años ochenta, concretamente en 1988, William Jordan, un reconocido especialista norteamericano en pintura española, tuvo un pálpito con un cuadro que salía a la venta. Esos días había caído en sus manos el catálogo de una casa de subastas y, entre sus páginas en blanco y negro, su mirada se detuvo en un óleo; en una tela matraltada, que atrajo inmediatamente su atención, y que arrastraba las huellas indudables del paso del tiempo y la falta de cuidados. Lo adquirió y durante los siguientes treinta años lo observó reiteradamente, lo restauró, lo conservó en las mejores condiciones y lo estudió hasta llegar al convencimiento de que se trataba de un boceto de Velázquez y no era uno cualquiera; exactamente, era un retrato de Felipe III. Una conclusión, rubricada ya por el Museo del Prado –que ahora lo recibe en depósito a través de la institución American Friends of the Prado Museum, que, a su vez, lo recibió en donación–, y que trae aparejada vaya novedades extraordinarias: la primera y la más evidente, que es un nuevo Velázquez, y la segunda, que es un boceto, y la pinacoteca madrileña no tiene ninguno del artista.

Una pérdida irreparable

Pero la importancia de esta pieza va más allá de su mera atribución ya que está vinculada con dos obras de arte de extraordinaria relevancia, una que no existe y otra con la que iba a formar un díptico y que actualmente está en proceso de restauración en El Prado: «Felipe II ofreciendo al cielo al infante don Fernando», de Tiziano, una alegoría de la victoria de Lepanto. Cuando Velázquez se instaló en Madrid, se le encargó una obra destinada a formar pareja con la del maestro italiano. El tema respondía a un hecho histórico: «La expulsión de los moriscos», una composición datada en 1627 y que estaba destinada a decorar uno de los salones del Real Alcázar. Desgraciadamente, la pintura se perdió, junto al resto del edificio, durante el fatídico incendio de 1734. Este «Retrato de Felipe III» es lo único que queda de esa obra. Es uno de los bocetos preparativos para la tela definitiva. En él aparece el inconfundible rostro del monarca, al que Velázquez, por cierto, no conoció jamás. Cuando el artista sevillano se instaló en la Villa y Corte, este rey ya había fallecido. El pintor extrajo las facciones de su cara de las pinturas que lo habían retratado. Pero Velázquez, que nunca se conformó con recorrer los caminos habituales, lo que hizo fue pasarlo por el tamiz de su arte, arrastrar esos rasgos al orden de su talento, traducirlo a su magisterio. Javier Portús, jefe del departamento de pintura española del Museo del Prado, comentó ayer los paralelismos que comparte con otros cuadros del autor que hizo en la década de 1620 –de hecho, proponen como fechas de su ejecución el arco comprendido entre los años 1623 y 1631. Ésta es una obra inacabada, pero revela muchas semejanzas con la manera de tratar este género. «Construye la expresividad con puntos de luz en la nariz, la barbilla y los ojos, justo como podemos encontrar en otros retratos de él», afirmó Portús. La manera de abordar los labios y la perilla también recuerda a otras obras del artista. Las últimas dudas las despejó Jaime García-Máiquez, que se ha encargado de hacer un informe técnico de esta tela y cotejar con los datos que poseen de Velázquez. Han descubierto que el retrado de Felipe III está recortado, pero que sus medidas originales coinciden con las que Velázquez empleaba para acometer esta clase de encargos; que la imprimación que se aplicó a la tela coincide con la que usaba el autor de «Las Meninas» durante esta época (después, debido a la visita de Rubens y la influencia de éste, cambiaría su método) y que las características que presenta el fondo –un color rojizo extendido en una y otra dirección, y que, incluso, impregna las ropas; y esa manera particular de jugar con el negro– son similares a otras composiciones de Velázquez.