El último Picasso que vio Kennedy
Una exposición recrea la última noche que vivió JFK, en la suite presidencial del Hotel Texas de Fort Worth, rodeado de obras de arte
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Una exposición recrea la última noche que vivió JFK, en la suite presidencial del Hotel Texas de Fort Worth, rodeado de obras de arte
Dallas trata este año, cincuenta después, de recrear instantes y escenarios relacionados con el asesinato de John F. Kennedy. Hoy cierra sus puertas en la ciudad tejana una exposición que recrea la última noche vivida por el presidente estadounidense y que vuelve a demostrar la estima que sentía tanto él como su esposa Jacqueline por el arte. Son los cuadros y las esculturas que decoraron la suite presidencial, la 850, en el Hotel Texas de Forth Worth entre el 21 y el 22 de noviembre de 1963 cuando un grupo de coleccionistas de la ciudad decidieron colaborar juntos en esa iniciativa. Picasso, Monet, Van Gogh o Kline fueron los artistas que protagonizaron esa velada, última parada antes de continuar el viaje. El Museo de Arte de Dallas ha reunido una buena parte de esas obras, además de documentos y fotografías que explican aquellos momentos.
El hotel no parecía el más adecuado en 1963 para acoger a un alto mandatario, pero el Servicio Secreto lo había escogido por un motivo estratégico importante, y es que solamente tenía una entrada. Cuando la caravana presidencial paró en Forth Worth llegaba exhausta y tarde a su lugar de descanso. Pese a que se trataba de un viaje político, para muchos una manera para que limaran sus asperezas el vicepresidente Lyndon Johnson y el gobernador John Connally y mostrar unidad a un año de una nueva campaña electoral, Kennedy había logrado convencer a su mujer para que lo acompañara a Texas. Las cosas estaban saliendo bien, y eso que el sur había demostrado ser hostil a las políticas de JFK. Unas semanas antes, el embajador de Estados Unidos en la ONU, Adlai Stevenson había sido golpeado e insultado en Dallas, aunque parecía que los símbolos de la llamada «ciudad del miedo» habían desaparecido.
Los Kennedy no durmieron juntos esa noche. El motivo era el duro colchón que el presidente usaba en sus viajes que solamente cubría la mitad de una cama de matrimonio. El hotel se negó a proporcionar un segundo colchón para Jackie, de manera que pudiera estar la pareja en la misma habitación. Fueron esas limitaciones en el establecimiento las que animaron a un grupo de empresarios y coleccionistas de Forth Worth a dejar por unas horas algunos de sus tesoros artísticos repartidos en las dos suites, pidiendo incluso la ayuda a museos como el Amon Carter. Las piezas se buscaron según los gustos personales del matrimonio. La habitación del presidente se dedicó al arte estadounidense entre finales del siglo XIX y principios del XX, con pinturas de Charles Marion Russell, Thomas Eakins y Marsden Hartley. Por su parte, para la primera dama se pensó en su predilección por el impresionismo, lográndose reunir telas de Van Gogh –con una vista de las afueras de París– o Maurice Prendergast. Un tercer ámbito de esta pequeña exposición lo constituía un salón en el que se instalaron esculturas de Picasso y Henry Moore, así como pinturas de Monet, Kline, Feininger y Dufy. Los Kennedy se acostaron pronto y no fue hasta la mañana siguiente que se dieron cuenta del patrimonio artístico que los rodeaba, consultando incluso un catálogo editado para la ocasión bajo el título «Una exposición de arte para el presidente y la señora Kennedy». Fue Jackie la primera en darse cuenta al comprobar que el Dufy que tenía ante sí no era una reproducción sino un original. La primera dama, vestida con su vestido rosa de Chanel que pronto pasaría a la historia, pudo hablar telefónicamente esa mañana con la organizadora de la propuesta para agradecerle tan generoso detalle. Antes de pasarle el teléfono a su marido, Jackie dijo que «lo van a tener muy difícil aquí intentando sacarme fuera de estas maravillosas obras de arte».
Lyndon Johnson fue otro de los visitantes de la muestra, aunque su encuentro con Kennedy obedecía a asegurarse que el presidente contaba con él para la campaña electoral, algo que le fue confirmado de manera un tanto ambigua. Era ya la mañana del 22 de noviembre de 1963. En Forth Worth llovía, pero a las 8 de la mañana una multitud se había congregado a las puertas del hotel para poder ver al presidente. Kennedy estaba entusiasmado de reunir a aquel gentío. Desde la ventana de la habitación de su esposa contempló a las miles de personas que lo aclamaban. «¡Mirad la multitud que hay abajo! ¿No es fantástico?», dijo. Se había instalado cerca de la puerta una plataforma para que pudiera dirigirse a la ciudadanía de Forth Worth. Al estudiar la tarima, Kennedy le comentó a uno de sus ayudantes: «Con todos esos edificios alrededor, el Servicio Secreto no podría parar a alguien que quisiera acabar contigo».
Recobrar la memoria a partir de los escenarios perdidos
El Hotel Texas de Forth Worth sufrió varias remodelaciones tiempo después de la visita de John F. Kennedy, de manera que hoy no se conserva la habitación en la que pasó su última noche el presidente. No es el único caso de escenario de aquellos días que ha desaparecido ya para siempre. El Parkland Memorial Hospital, en Dallas, donde los médicos trataron desesperadamente de salvar la vida de JFK, ya no conserva la habitación en la que murió el más célebre de los pacientes que hayan pasado por allí. Una sencilla placa con la fecha del asesinato recuerda que en aquel lugar estuvo hace cincuenta años el Trauma Room nº 1, donde Kennedy falleció a la una de la tarde del 22 de noviembre de 1963, víctima de las graves heridas de bala que sufrió en la cabeza.El que sí sigue en pie es el Texas School Book Depository (ahora el edificio administrativo Dallas County) el edificio de siete pisos desde donde disparó Harvey Oswald. La estructura está protegida con la categoría de Recorded Texas Historic Landmark.
La más reciente de estas desapariciones ha tenido lugar este año cuando se demolió el que fue hogar en Dallas de Lee Harvey Oswald, el supuesto asesino del presidente. Pese a los intentos de algunos por conservarla, la especulación inmobiliaria acabó con la casa en la que se quiso crear un museo que no ha pasado del proyecto. En cambio, otro edificio, en el que Oswald tuvo una habitación alquilada durante los días del asesinato, está actualmente en venta a la espera de comprador. Fue allí adonde el magnicida volvió tras abandonar la plaza Dealey, el escenario del crimen, para, supuestamente, coger un arma y matar con posterioridad a un policía, Marrion Baker, que quiso identificarlo como sospechoso.
El no de Salinger a Jackie
Los Kennedy mantuvieron una estrecha relación con las artes durante los casi mil días que duró la presidencia de JFK, especialmente gracias al buen hacer de la encargada de la remodelación de la Casa Blanca. La pareja invitó a numerosas personalidades en ese tiempo: desde la reunión de premios Nobel estadounidenses al concierto del violonchelista Pau Casals. También hubo quien se negó a acudir a los salones de la mansión presidencial, como J. D. Salinger que rechazó el ofrecimiento pese a ser llamado por la mismísima Jacqueline Kennedy. Uno de los mayores logros, gracias a la complicidad del intelectual y ministro de cultura francés André Malraux, fue la exhibición en Estados Unidos de «La Gioconda» de Leonardo da Vinci.
La pintura había fascinado a la familia desde mucho tiempo antes, hasta el punto de que Jackie tenía como una de sus aficiones probar suerte con el óleo. Para su marido pintó una recreación del exterior de la Casa Blanca en el siglo XIX, un cuadro que estuvo colgado en el despacho oval durante la presidencia de JFK. Lo que probablemente poca gente sepa es que en la Casa Blanca se guarda una pintura de Claude Monet, «Mañana en el Sena», un regalo de los Kennedy a aquella histórica casa en memoria del presidente asesinado.