Grafiti: cuatro décadas del arte fugaz
Cuando se cumplen cuatro décadas del surgimiento de la cultura del hip hop, una espectacular exposición comisariada por el artista Suso 33 trae a Fuenlabrada al pionero en la documentación del grafiti Henry Chalfant
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Henry Chalfant es una eminencia en su campo, pero, sobre todo, un héroe. Sin el, hoy no habría apenas rastro de los orígenes una expresión cultural que, al margen de juicios estéticos y morales, ha influido en miles de artistas a lo ancho del mundo. El escultor Chalfant tomaba el tren en Nueva York cada día y observaba a su alrededor. Piezas pintadas en colores de aerosol dibujaban mensajes, firmas, personajes, nombres con caligrafías fantásticas, números misteriosos. Su intuición le dijo que ahí estaba latiendo algo y decidió averiguar más. Estaba naciendo la cultura del hip hop y menos mal que él estaba allí. Lo documentó todo durante más de una década y por fin se le hace justicia en una espectacular exposición en el Centro de Arte Tomás y Valiente de Fuenlabrada: “El arte no es un crimen (1977- 1987)”. Bienvenidos a la edad de oro del grafiti.
Durante una década, Chalfant fotografió centenares de veces los frutos de esta creación espontánea, nacida de la imaginación de chicos sin recursos que vivían en zonas deprimidas de la ciudad (como eran entonces el Brox, Harlem o Brooklyn), y que buscaban cambiar la realidad del óxido de los trenes y el gris del hormigón por sus nombres de colores. Se ganó la confianza de algunos de los pioneros y lo plasmó en varios trabajos reconocidos en todo el mundo: “Style Wars”, un documental que recoge las intenciones, anhelos y frustraciones de artistas a los que nadie llama como tal y dos volúmenes, “Subway Art” y “Spraycan Art” que son, según el “Times” de Londres, “los dos libros de arte más robados de la historia”. ¿Exageración? Habla Suso33, grafitero y comisario de la muestra: “Yo conocí el Museo Reina Sofía cuando era adolescente porque me dijeron que allí estaban esos libros, el primero sobre todo. Esa fue mi inspiración y la de mucha gente. En mi época, los chavales íbamos a consultarlos y recortábamos las fotos. Nos las llevábamos para estudiarlas e imitarlas. Hasta que el libro se quedó en las tapas. ¿Es robar? Puede que alguien lo vea así. Yo veo chicos que tienen ganas de hacer cosas pero no tienen posibilidades”, explica Suso. “Hace poco fuimos al Reina a preguntar. Y los dijeron que en la ficha aparecía que tenían el libro. Pero cuando lo fueron a buscar no estaba. Ni la segunda copia tampoco”. A Henry Chalfant el asunto le hace “sentir muy orgulloso”. “Esa fue la intención de mi trabajo desde el principio. Enseñar a la gente la belleza que yo veía por la calle”, comenta el artista, “emocionado por la más grande y bonita exposición que ha tenido nunca su obra”.
Cosas de la vida, Suso33 ha expuesto en galerías y ha entrado en el dificilísimo mercado del arte. “Y también he sido rechazado varías veces en las pruebas de acceso a Bellas Artes”, repone. Parece inconcebible, pero esta es la clase de ironías que se da con el grafiti y la cultura del hip hop, seguramente la más maltratada del acervo contemporáneo. Chalfant, por ejemplo, nunca había sido objeto de una exposición retrospectiva en ningún museo o institución del mundo. Sin embargo, en la experiencia personal de muchos jóvenes, el grafiti y las rimas del rap impulsaron a chicos sin recursos hacia una actividad creadora. A muchos de ellos, incluso, les salvaron la vida. ¿Dicen que no? Suso33: “Yo era un niño zurdo y me obligaron a usar la mano derecha y me generaron un problema de dislexia. Y me empecé a callar y hasta me volví tartamudo. Necesitaba otra forma de expresión que no fuera la palabra hablada. Y bueno, encontré mi manera y mi lugar. Cuando nadie te apoya ni te ayuda, te lo buscas. En realidad, de niño yo quería ser bailarín pero no me lo provocaron porque era de gays. Y mira, aprendí a bailar en la calle y gané un campeonato de breakdance. Me gustaba el arte y me decían que no valía. Y salí a la calle a hacerlo”. Suso fue criado en la escuela del “no podrás”, pero encontró su acervo en la calle: “Se lo debo todo a esta cultura. Ellos decían que no y yo que si. Hazlo tú mismo, es mi consejo. Mi entorno social no me lo facilitó y en esos tiempos no había internet para recibir conocimiento así que yo salí a la calle”.
Por eso, la muestra es un tributo a Chalfant. “Me he visto en la obligación de hacerlo, aunque más bien ha sido un acto de amor y un reconocimiento. Él fue un mentor y un maestro, nos cambió la vida a muchas personas”, señala el de Fuencarral pueblo, que hoy todavía tiene, a pesar de su carrera, “un pie dentro y otro fuera del sistema del arte”. “Toda la vida me dijeron que no sería nadie en el arte y no estoy en contra del sistema por eso. No me lo tomo como un menosprecio, ni me molesta. Pero quiero cambiarlo”, dice este artista y escenógrafo.
Sin el ojo y la cámara de Chalfant, los frutos de la edad de oro del grafiti se habrían perdido para siempre. Vean la película “Style wars”. Todo el establishment (desde el alcalde hasta las madres de los artistas) están en contra de esta manera de expresión “que atenta contra el estilo de vida americano”, según proclama el alcalde de la ciudad que iniciaría el proceso de especulación y “limpieza” que convirtió a vergel del arte que era Nueva York en el carísimo decorado que es hoy en día. Chalfant coincide en que muchas cosas han cambiado. “Definitivamente, en la ciudad de Nueva York el grafiti no tiene la presencia que tenía. Piensa que hoy en día, si eres mayor de edad y causas un perjuicio de más de 1.000 dólares por hacer un dibujo, te acusan de un delito (felony) y eso queda en tu historial para siempre. Te puede causar problemas para ejercer el derecho al voto o para encontrar trabajo. Por eso han dejado de hacerlo”. Sin embargo, la película muestra el lado más fascinante del grafiti: los chicos compitiendo, interactuando, colaborando para dibujar. “Me llevó unos dos o tres años ganarme su confianza. Nunca les pagué ningún dinero. Como tenía mucha documentación y fotografías de su trabajo, al principio les mosqueaba que fuese un informante de la Policía o algo así. No fue fácil ganarme su confianza, pero al final logré permitir que me dejasen grabarles”, explica Chalfant.
¿No siente como que es un arte que está perdido? “Sí, en parte es así. Porque no queda ni rastro de todo eso, pero ¿no te hace feliz sentir que están las fotos para contarlo? Creo que es muy bonito pensar en un tiempo en que gente que vivía en barrios que, te aseguro, no e que fuesen preciosos, salían a la calle a expresarse. Ya entonces se reprimían de hacerlo en propiedades particulares y mayoritariamente ha sido la actitud de los escritores de grafiti desde entonces. Hay excepciones, claro. Pero en aquel tiempo estaban mandado un mensaje, mejorando su entorno, anunciando su presencia en un lugar olvidado de la mano de Dios. Estaban diciendo. ‘’¡Eh! estamos aquí, no somos invisibles”. Pintaban trenes que pasaban fugazmente por toda la ciudad y que enseguida eran bañados en cloro. Su mensaje se evaporaba.
En la exposición, organizada en torno a tres líneas de metro conceptuales, el espectador puede subirse en vagones de tren a tamaño real con piezas impresas de 3,60 metros de altura. La obra de Chalfant se compone de una gran cantidad de imágenes, unas 800, que incluyen las secuencias de los vagones de tren. Chalfant diseñó un artefacto para poder tomar imágenes a toda velocidad, controlando los tiempos de exposición y las dimensiones del objeto de la fotografía. También incluye una serie antropológica de algunos de los creadores más característicos. La exposición se inauguró con una “performance” genial. Con el centro de arte completamente a oscuras, los visitantes recibieron linternas y se adentraron en la inmensidad de las salas sin saber hacia adónde conducen sus pasos. Entonces, dirigían los haces de luz hacia donde querían, decidiendo cada uno lo que quiere ver, como sucede en la vida real, cuando se camina por la ciudad. No es el museo el que les dice qué deben contemplar. Por otra parte, los haces de luz de las linternas son como los que usan los grafiteros para pintar de noche, en un túnel o un callejón, y también los que acarrean los “seguratas” o los polis. Una buena declaración de intenciones. Que no te dirigan la mirada, que no te digan qué debes ver. Y aunque te digan lo contrario, recuerda que el arte no es un crimen.
¿ESTARÁ CAMBIANDO ALGO?
No lejos de las calles donde Chalfant grabó “Style Wars”, en Long Island (estado de Nueva York) había un edificio abandonado que en los años 90 se convirtió en una meca para los amantes del grafiti y que lucía una fachada espectacular completamente cubierta de piezas. Era tal su fama que el Ayuntaniento habíoa concedido permiso a los artistas para que siguieran pintando el inmueble, conocido como 5Pointz. Sin embargo, en 2013, el dueño del edificio decidió borrar las pintadas y un juzgado determinó que los grafitis tenían suficiente valor artístico como para ser protegidos. El tribunal impuso una multa al propietario, que pretende construir apartamentos de lujo en lo que era un museo al aire libre, de 5,4 millones de euros a repartir entre 21 creadores diferentes acreditados.