Madrid

Los secretos de la colección Abelló

La compra de un Darío de Regoyos inauguró la pasión, heredada de su padre, de Juan Abelló por el arte. Fue su primera adquisición. En Madrid pueden verse hasta el 1 de marzo 160 obras de su propiedad en lo que es una exposición de obligada visita

Tríptico de Francis Bacon
Tríptico de Francis Baconlarazon

Su padre era un gran aficionado al arte y poseía algunas piezas barrocas de gran valor. De él heredó Juan Abelló un cuadro de Rusiñol, «Jardines de Aranjuez».

Su padre era un gran aficionado al arte y poseía algunas piezas barrocas de gran valor. De él heredó Juan Abelló un cuadro de Rusiñol, «Jardines de Aranjuez». En la familia de su esposa, Anna Gamazo, la afición se multiplicaba por dos, pues a la sensibilidad artística demostrada por el conde de Gamazo se unía el legado proveniente de la rama materna, los Hohenlohe, como son, pongamos por caso, dos bodegones de Juan de Arellano y dos esculturas de Juan de Mora (que precisamente se exponen en la muestra que se acaba de inaugurar en Centro Centro de Madrid). El matrimonio Gamazo es extraordinariamente discreto. Apenas hablan en los medios, pero es del dominio público que su colección de arte se encuentra entre las más importantes de España, junto con la de Carmen Cervera y la de la Duquesa de Alba, y una referencia fuera de nuestras fronteras.

Cuando le preguntamos a Enrique Gutiérrez de Calderón. director del proyecto y una de las personas que mejor conoce al matrimonio, de dónde le viene a la pareja el gusto por coleccionar mira al pasado: “Desde siempre han estado acostumbrados a convivir con el arte, lo han visto. Al padre de Abelló le gustaba llevar a su hijo a los museos, que viera los cuadros, pues era tremendamente aficionado. Y esa pasión paterna hizo mella en el hijo. Además del arte le inculcó el gusto por la música y los conciertos. Es una de las personas que más grandes conocimientos de la historia de España posee”, aclara. Sin embargo, Abelló prefiere pasar de puntillas. La discreción, de nuevo. Él prefiere situarse en un segundo plano y que hablen sus obras. La primera que compró fue un Darío de Regoyos, “Peñas de Urquiola”, fechado en 1907, un óleo sobre lienzo que muestra un paisaje con un par de campesinos que tiran de sus bueyes y las montañas violáceas tan características del artista y que se expuso por primera vez en Barcelona en 1912. “Por la época en que empiezan a comprar, el matrimonio se interesa por lo que era la corriente de maestros de la generación precisamente de Regoyos, de Sorolla, de Mir, que es la que imperaba en aquella época”, explica Gutiérrez de Calderón. Pero, ¿Por qué compran? No olvidemos que estamos hablando de verdaderos coleccionistas, en las antípodas de los nuevos ricos que se dejan seducir por las modas: “Ello lo hacen porque les gusta, para disfrutar. Y en cada elección tiene un peso enorme el gusto de Anna Gamazo, a quien Juan siempre ha hecho bastante caso y de quien se ha dejado aconsejar en numerosas ocasiones. Cuenta con ella, con su criterio e intuición”. De Sorolla y compañía (una compañía excepcional formada por Beruete, Regoyos, Anglada Camarasa, Casas) pasaron a adquirir obras de maestros internacionales. Ampliaron fronteras “haciéndose con verdaderas joyas y piezas de un mayor nivel económico, como es el caso, por ejemplo de los Picasso o Matisse que ahora se pueden ver en Madrid. Según se van metiendo en el mundo de coleccionismo y van conociendo les va gustando más también”, añade.

Y a la pintura española de siglo XX le siguen pintura antigua y óleos del XIX. Sin olvidarnos de la colección de dibujos, verdaderamente excepcional y una de las más completas que hoy puede verse en manos privadas. “No hay ninguna pieza que sobre. Son exquisitas. Y el estado de conservación resulta inmejorable”, como sucede también con el resto de obras colgadas en Centro Centro hasta el 1 de marzo de 2015. Fíjense, si no, en “Mujer sentada con sombrero”, un Picasso que fechado en 1929 huele a recién pintado. Durante el montaje de la exposición “Colección Abelló”, el matrimonio visitó con frecuencia las salas. Ella, a diario, él no tanto, pero estuvo muy encima. “Venían y nos ayudaban, jamás entorpecieron la labor de montaje. Y también les sirvió para recordar: ‘’¿Te acuerdas cuando compramos esta obra? ¿y aquella? ¿Dónde fue? ¿Cuantos costó?”, se preguntaba el uno al otro. Y recorrían las salas. Conocen cada una de las obras que están colgadas y la historia que tiene detrás cada lienzo, cada dibujo, cada escultura, no en vano los han hecho suyos. Han sido una permanente ayuda. Se han interesado por todo y nos han aconsejado. Si por ellos hubiera sido habríamos colgado más obra, pero el espacio es el que hay. ‘’¿Cómo váis a dejar esta pieza fuera?”, nos decía ella. Jamás han impuesto su criterio, sino que han sugerido”, comenta Felipe Vicente Garín, ex director del Museo del Prado y comisario de la exposición de Centro Centro. “Se han dejado fuera obras muy buenas, pero es que no hay ni un cuadro que no sea de primera. Han dado libertad plena al comisario”, añade Gutiérrez de Calderón, quien señala que no hay en esta muestra ningún pintor vivo por muy bueno que sea, “porque eso daría ya lugar a otra exposición, aunque de cuadros especiales, que los hay y bastantes, señalaría “El bautismo de Cristo” de Juan de Flandes”, una obra a la que tienen un especial cariño”.

Hasta Madrid han traido en un despliegue único casi 160 de las más de quinientas obras que poseen y que no están guardadas en un almacén o una fría nave, “sino repartidas, en su domicilio de Madrid, en el despacho de Juan o en las fincas del campo. Las obras están a la vista. Todas. Son obras con las que se vive el día a día y cuya mezcla funciona”. Como muestra, un botón: en uno de los salones de la residencia de los Abelló podemos ver en perfecta armonía dos retratos de Goya, el de Juana Galarza y el de Martín Miguel de Goicoechea, junto a un tríptico de Bacon y ‘’La escocesa’’, Juan Gris, a los que acompañan dos lienzos pequeños de Zacarías González Velázquez. Sencillamente perfecto. “Se han preocupado de adquirir obras en muy buen estad, perfectamente cuidadas y de poco a poco ir conformando lo que es una colección seria”, explica Gutiérrez de Calderón. ¿Recorren las ferias de arte buscando una obra concreta? “Van a las ferias y a Arco también. Y compran obra a galerías siempre que sean interesantes y de buena calidad. El nivel de la colección es altísimo”. Y aunque nos cueste entenderlo, la dificultad económica que estamos atravesando también se ha dejado sentir “y la colección se ha ralentizado. La adquisición última, que llegó desde París justo cuando estábamos colgando las piezas para la exposición, fueron dos retratos de Miguel Jacinto Meléndez del siglo XVIII, , “El retrato de Felipe V” y el “Retrato de María Luisa Gabriela de Saboya”. Abrimos en sala las cajas y nosotros desembalamos los lienzos”, desvela Enrique González.. Sabemos la respuesta, pero por si acaso hay lugar para la sorpresa: ¿Hay algún Velázquez en al colección Abelló? “No, ninguno”.

Decíamos que a Juan Abelló su padre casi le llevaba de la mano a ver museos, a empaparse de arte. Los cuatro hijos del matrimonio, Juan Claudio, Alejandro, Christian y Miguel, también lo han mamado. Para ellos era normal desayunar o almorzar frente a un Matisse o un Canaletto. “poco a poco han ido adquiriendo esa pasión que han visto en sus padres. Les va gustando el arte de su tiempo”, dice Gutiérrez de Calderón.

Matisse y Picasso, preferencias del matrimonio

Elegir una obra entre medio millar es imposible, pero siempre hay una que por un motivo u otro se antoja especial. La preferida de Juan Abelló es una pintura de Matisse, “Lectora apoyada en una mesa delante de una cortina recogida” (1923-1924), en el más puro estilo colorista del pintor. Anna Gamazo tiene también su preferencia: Un grandioso óleo sobre carboncillo de Picasso “Desnudo sentado (invierno de 1922-1923), procedente de la testamentaría de Picasso y comprado a sus herederos.

No son, sin embargo, las únicas joyas de la colección. Entre las piezas más llamativas: las vistas de Madrid que abren el recorrido, del siglo XVII, cuando la ciudad era muy otra, una deliciosa fuente de Cibeles de David Roberts de 1832, “La Virgen de la Misericordia”, de Bernando Serra, un tríptico apabullante (lo mismo que el de Bacon, en narajan chillón, que deja casi sin aire), el imponente “Bautismo de Cristo de Juan de Flandes (1496-1499), “El joven gallero”, de Murillo, un cuadro costumbrista de pincelada muy suave, las dos vistas de Venecia de Canaletto, pequeñas solo en tamaño enfrentadas en la exposición a otras dos de Franceso Guardi, el “Teatro Novedades” pintado por Ramón Casas, la rareza de “El violonchelista” de Modigliani, que se expone en una oquedad para dejar ver que está pintado también por la parte de atrás, junto con los dibujos del mismo a tinta y lápiz, “Rostro invisible”, de Dalí y la colección íntegra de dibujos con una Juan Gris inolvidable (“El halago”), un Palazuelo bellísimo y un MIllares de la serie “Humboldt en el Orinoco”.