Arturo Barea y la exposición que salió de una maleta
El Instituto Cervantes recupera la obra del extremeño exiliado en Reino Unido que retrató la Guerra Civil en «La forja de un rebelde».
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El Instituto Cervantes recupera la obra del extremeño exiliado en Reino Unido que retrató la Guerra Civil en «La forja de un rebelde».
Juan Manuel Bonet recuerda cómo el periodista británico William Chislett, un enamorado de la obra de Arturo Barea, llegó a su oficina en el Instituto Cervantes con una maleta llena de libros y documentos relacionados con el autor extremeño. «Decidí sobre la marcha exponerlos», escribe en el catálogo que presenta la recién inaugurada muestra «Arturo Barea. La ventana inglesa». Este año se cumplen 60 de la muerte del escritor y parece que el aniversario le ha traído suerte a Chislett, que desde hace mucho lucha por reivindicar su imagen, y a Antonio Muñoz Molina, también presente ayer en la apertura de la exposición. Ambos, junto con otras seis personas, reunieron el dinero –23 euros cada uno– para restaurar la lápida de Barea, colocada de forma conmemorativa en el cementerio de Faringdon, Inglaterra, donde vivió su exilio. En julio lograron que se le dedicara una calle de ese Madrid del que tanto escribió (Chislett comenta que las ventas de «La forja de un rebelde», su obra más conocida, aumentaron en consecuencia) y se publicaron una serie de cartas inéditas que Barea había enviado a su hija Adolfina.
El periplo editorial de la trilogía de este exiliado es el perfecto ejemplo del olvido en que vivió y murió, al menos en su país. Se publicó por primera vez en inglés entre 1941 y 1948 y en español, en Argentina, en el 51. A España, sin embargo, no llegó hasta 1977. Chislett afirma que, de no haber sido por Ilsa Barea, la segunda esposa del autor, éste muy probablemente «no habría tenido una carrera literaria». Y es que Ilsa, una judía austriaca que dominaba cinco idiomas, fue quien le tradujo todos sus textos. «Se sentaban en la mesa de la cocina, uno de cada lado. Él escribía en español y ella traducía al inglés», afirma el periodista. Además, el primer tomo de «La forja» nace de las historias sobre su madre lavandera y su infancia madrileña que Barea le contaba a Ilsa cuando ambos trabajaban en el edificio de Telefónica, en Gran Vía, donde se conocieron y enamoraron a principios de la guerra civil. «Sus traducciones son fantásticas, tanto que diría que Barea es mejor en inglés», afirma Chislett, y explica que el manuscrito original de «La forja» se perdió, por lo que la versión en español es la traducción, también de Ilsa, de la edición en inglés.
El Madrid de su infancia
En la exposición se puede ver un mapa del Madrid de Barea marcado con los lugares de su vida y de su obra, desde el colegio donde estudió hasta los 13 años –cuando el tío que le pagaba la educación murió– hasta el Teatro Real, donde jugaba de pequeño porque era amigo del hijo del conserje. También están todos sus libros, en inglés y en español, y el único escrito por Ilsa, «Viena», sobre su ciudad natal. Además de la trilogía y de «Valor y miedo», una serie de relatos que sí se publicó en España inicialmente (en 1938, el mismo año en que el escritor huyó a Francia y, luego, a Inglaterra), Barea publicó «Lorca, el poeta y su pueblo», que aún no se ha editado en España, un libro sobre Unamuno, «La raíz rota» y «La lucha por el alma española». También escribió para la revista «Horizon», editada por Cyril Connolly, y trabajó durante décadas en la BBC, en la que transmitió 856 charlas sobre América Latina de 1940 hasta el año de su muerte. Curiosamente, no se conserva ninguna de ellas, ya que fueron destruidas, junto con las de Orwell, por cuestión de espacio. Chislett encontró, sin embargo, una entrevista de 1956 que es la única grabación suya que se conoce.