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Barbie girl contra todos los hombres

Greta Gerwig hace una lectura feminista algo pueril de la icónica muñeca y parodia un patriarcado en el que los hombres siempre tienen la culpa
Margot Robbie es la encargada de dar vida a Barbie
Margot Robbie es la encargada de dar vida a BarbieWarner

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Tras una semana desde su estreno, ver Barbie seguía siendo una odisea: colas y colas de adolescentes vestidas de rosa, adultos vestidos de rosa, niñas vestidas de rosa de la mano de más adultos vestidos de rosa. Taquilleras con camisetas rosa, incluso, anunciando por megafonía que no quedan localidades. Para ninguna sesión. Lágrimas de purpurina y decepción entre la parroquia, padres tecleando en sus móviles para averiguar en qué cine hay entradas (en ninguno). A 35 kilómetros queda a la venta una entrada para discapacitados, pero partirle las piernas a la niña del vestidito con volantes no parece una opción para el progenitor compungido (con un polo rosa y el jersey azul pastel sobre los hombros), aunque ella grita que sí, que no las necesita tanto como ver la peli.
Si buscas “Barbie” en google, la pantalla se tiñe de rosa y aparecen pequeños destellos. Si entras en Zara, hay una nueva colección dedicada a la muñeca; si lo haces en Burger King, puedes pedir tu combo Barbie, que viene con un batido rosa chicle. La jugada para Mattel ha sido redonda: un dineral en merchandising y cambiar, superproducción mediante, las acusaciones de hipersexualización y de perpetuar estándares de belleza imposibles a su muñeca estrella por la admiración hacia su compromiso feminista. Y ha colado.
Barbie no es una película infantil, ni es la película sobre la muñeca con personas reales que querría ver la adulta que recuerda con nostalgia cómo le hacía trenzas en su infancia rodeada de casitas de ensueño, descapotables de ensueño, caravanas de ensueño y armarios llenos de vestidos de ensueño. La Barbie de Greta Gerwig es un ejercicio de marketing, primero, y de propaganda neofeminista, no mucho después. Puro ideario woke envuelto en purpurina, colorín y, eso sí, algún que otro divertido numerito musical coreografiado y muy kitsch. Ni siquiera los momentos de ironía, que los hay aunque sean escasos, funcionan: se pierden como lágrimas en la lluvia entre tanto mensaje aleccionador y poco sutil, tanta soflama misándrica. Porque si algo destaca en el film es la poca sutileza y el simplismo, tanto del mensaje como del modo de hacerlo llegar: los hombres son malos y nos oprimen y las mujeres, buenas por definición, tenemos que unirnos y despertar.
Viñeta de "Barbie"
Viñeta de "Barbie"Jae Tanaka
La historia es como sigue: Barbieland es un lugar maravilloso y perfecto donde vive Barbie, la muñeca gracias a la cual todas las niñas saben que pueden ser lo que quieran en la vida y tener todo lo que quieran. Esto último es importante, porque Barbie tiene todo lo que quiere. Pero no es capitalismo exacerbado, es empoderamiento. Seguro. Porque Barbie, no lo olviden, es buena y feminista. El mundo real, al que irá porque deja de ser perfecta cuando una niña juega mal con ella, es, sin embargo, un lugar hostil, todo caos y desolación. Porque los hombres, así a bulto, son malos y oprimen a las mujeres. Han ideado e instaurado, consciente y concienzudamente, un sistema social llamado patriarcado (si no dicen la palabra “patriarcado” ochenta veces a lo largo de la película, no lo dicen ninguna) mediante el cual la mujer es relegada a un segundo plano, invisibilizada y cosificada, para ser ellos los que destaquen y tomen decisiones en la esfera pública a su costa. Por el mero hecho de ser hombres, los unos y, las otras, mujeres.
Ese planteamiento tan pueril de lo que es nuestro mundo actual, con el sexo como único factor determinante de ordenamiento social, es el supuesto del que parte la cinta para establecer el reverso ideal en un lugar de ensueño donde los hombres tienen sentido solo cuando las mujeres les miran. Y la mera presentación de esos dos mundos como especulares bajo esa premisa es ya tan falsaria que abruma. No porque a toda película debamos exigirle ceñirse a la realidad, pero sí porque cuando se plantea una obra se adquiere un compromiso con el espectador y se deben respetar unas reglas mínimas, un código compartido: si voy a ver un documental, asumo que lo que voy a ver es un ejercicio de aproximación a la verdad de los hechos de manera rigurosa. Si voy a ver una película de ciencia ficción, acepto que lo que veré seré una fabulación especulativa. Y si voy a ver a Barbie en el mundo real y a Barbie en su mundo ideal, por esa razón, del segundo me espero un libre ejercicio de fantasía e imaginación, pero del primero, como mínimo, que no señale a la mitad de la población como eminentemente perversa y que sea eso lo que permita el desarrollo de la trama.
La película está plagada de contradicciones desde el minuto uno y avanza a trompicones y sin dar demasiadas explicaciones, porque sí y punto. La primera escena, maravillosa visualmente, nos presenta a la muñeca como el motivo histórico por el cual las niñas dejan de jugar a ser mamás para jugar de otro modo y ser conscientes de que de mayores pueden ser lo que deseen. No es que la muñeca fuese creada como respuesta a una necesidad del juego simbólico de la infancia en una sociedad que avanza y en la que la mujer empieza a lograr conquistas sociales. Es justo al revés: los logros son gracias a Barbie, que es la que les abre los ojos y les dice “tú puedes”. Y, por supuesto, como en toda cinta woke que se precie, la heroína humana es racializada, aparece una Barbie gorda, una en silla de ruedas, una Barbie trans… Ninguna pobre ni vieja.
No he podido resistirme a preguntar a amigos con hijas adolescentes que han visto la película su opinión, y me reconforta saber que no les ha gustado nada un mundo en el que los hombres no son más que el complemento perfecto de las mujeres. Si las nuevas generaciones de mujeres, libres de la misandria del morado casi rosa, ven en los hombres, en lugar del enemigo a batir, a sus padres, sus amigos, sus compañeros, sus colegas, sus parejas y sus socios, hay esperanza. No vayan a verla, ahorren dos horas de vida.

"Barbie": feminismo para dummies

Por Jesús Palacios

En 1987, Todd Haynes, figura fundacional del queer cinema, sorprendía y escandalizaba con su cortometraje Superstar: The Karen Carpenter Story. En 43 alucinantes minutos, Haynes contaba la tragedia de la cantante del dúo The Carpenters utilizando muñecas Barbie modificadas. Sin pedir permiso a Mattel ni a la discográfica. Hoy, la copia original está en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, aunque no puede exhibirse.

Por supuesto, desde el minuto cero circularon copias piratas, primero en VHS y hoy en Internet. Ahora: eso es una película subversiva. Que utiliza el mundo Barbie para exponer de forma perturbadora las miserias del capitalismo, la explotación del estrellato y sus muñecos rotos, con todo el absurdo de una sociedad de consumo que se consume a sí misma. Eso es apropiación pop vanguardista, radical reificación crítica de un fetiche para darle la vuelta de dentro afuera. Todo lo que no es, por supuesto, Barbie de Greta Gerwig.

Desaprovechando un fantástico diseño de producción y olvidando por completo qué es y cómo se hace una comedia, Barbie resulta el más sorprendente ejercicio de hipocresía hollywoodiense de los últimos tiempos. Lo que no es decir poco. Auténtico catecismo woke para preescolares, nada de ello sería tan molesto si no fuera porque, aunque está tácitamente mal visto decirlo, se trata de una película simplemente mediocre.

Una comedia que se pierde en pura homilética feminista, sin conseguir que su mensaje, más allá o más acá de polémicas, se articule eficazmente a través de la narración cinematográfica. Una aburrida sucesión de videoclips que, a quienes seguimos desde hace años a Lady Gaga, Demi Lovato, Ava Max, Katy Perry o Maisie Peters, no nos dicen nada nuevo, mal ligados entre sí por peroratas ideológicas de primero de postfeminismo liberal y por toscos gags sin energía. Eso, sin entrar en su descarada zalamería de autoayuda buenista, sentimental y conformista, disfrazada de supuesta subversión.

Paradójicamente, sus únicos momentos divertidos son aquellos a cargo de los villanos machistas, tanto Will Ferrell como Ryan Gosling, cuya vis cómica supera de largo a Margot Robbie. ¿No puede ser divertido el feminismo? ¿No se puede hacer humor con los problemas de la mujer? No seré yo quien conteste. Por otro lado, de la directora de la no menos hipócrita Ladybird y de Noah Baumbach, el hombre cuya película favorita es E.T., ¿qué podíamos esperar? Exactamente esto: Pinocho ansiando tener pene. O todo debe cambiar, para seguir igual.