Barcelona, un personaje eficaz
La ciudad de Barcelona ha sido durante las últimas décadas un potente tema literario. Dejando de lado novelas ambientadas con anterioridad a la Guerra Civil, como «Un señor de Barcelona», de Josep Pla, crónica de una saga familiar; hitos de la mejor literatura catalana como ese modelo de introspección femenina que es «La plaça del Diamant», de Mercè Rodoreda, o la fascinación que ha ejercido en autores extranjeros, como André P. de Mandiargues y su «La marge», vivo retrato del prostibulario barrio chino, la ciudad condal despierta a la mejor narrativa con «Nada», de Carmen Laforet, retrato de personajes vinculados a una atormentada posguerra. Una identificable geografía callejera marca el neorrealismo crítico de «Los contactos furtivos», de Antonio Rabinad, una historia de vencidos y perdedores teñida del duro estigma de la depredación social y la represión política.
Ya en los años sesenta, Juan Marsé publica «Últimas tardes con Teresa», protagonizada por el Pijoaparte, un joven pícaro contemporáneo que se pasea igualmente por sus deprimidos barrios bajos que por la zona alta barcelonesa, en un equívoco ejercicio de melodramatismo crítico y sentimentalidad neorromántica. Y cómo olvidar «La ciudad de los prodigios», de Eduardo Mendoza, y a ese Onofre Bouvila que protagoniza paródicamente la irresistible ascensión de la mesocracia barcelonesa; la ambiciosa tetralogía de Luis Goytisolo, «Antagonía», panorámica del antifranquismo intelectual y análisis prospectivo de la metodología realista; o el género policiaco desarrollado, entre otros novelistas, por Manuel Vázquez Montalbán, Francisco González Ledesma o Andreu Martín. La novela histórica aparece muy bien representada por «La catedral del mar», de Ildefonso Falcones, en la que asistimos al titánico esfuerzo secular de la construcción del templo de Santa María del Mar, con sus características incidencias gótico-enigmáticas; o «Victus», de Albert Sánchez Piñol, el vibrante relato de una Barcelona sitiada durante la dieciochesca Guerra de Sucesión, y en un plano más moderno, destaca esa apología de la era pop que es «El día que murió Marilyn», de Terenci Moix, radiografía de una estética entre amanerada y libertaria, de honda significación generacional.
Singularidades como el libro de cuentos «La gran novela sobre Barcelona», de Sergi Pàmies, un irónico título para una no menos mordaz sátira; o «La sombra del viento», de Carlos Ruiz Zafón, un misterio de inquietante bibliofilia con Borges al fondo; «Antes que el tiempo lo borre», de F. Javier Baladía, una historia familiar en el marco de la alta burguesía catalana, o, muy recientemente, «Una heredera de Barcelona», de Sergio Vila-SanJuán, flamante premio Nadal con una novela de parecida temática ciudadana, confirman la vigencia de Barcelona como eficaz personaje literario, semillero de tramas y argumentos, certero vehículo de crítica y entretenimiento.