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Barea, un Nacional de Teatro al oficio del actor

larazon

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La oportunidad del premio es inapelable: justo dos días antes de estrenar en el Centro Dramático Nacional «Montenegro», el tríptico de las «Comedias bárbaras» de Valle-Inclán a las órdenes de Ernesto Caballero, el jurado del Premio Nacional de Teatro reconoció ayer la trayectoria impecable de Ramón Barea, actor de largo recorrido, uno de esos corredores de fondo que nunca parecen estar en las quinielas de los premios o en las listas de los rostros de moda, pero que siempre están ahí, hermanados a la palabra teatro. De escuela vasca, vinculado desde hace años a Ur, la compañía que dirige Helena Pimenta, Barea ha hecho de todo y mucho, y sin faltar a un oficio sólido y unos resultados más que respetables, en algunos casos con interpretaciones memorables, como su Max Estrella de «Luces de bohemia», otro Valle-Inclán (2002), a las órdenes de Pimenta. Es curioso porque su carrera arranca en 1967 con este mismo título, aunque en un papel menor. Dejemos a un lado su larga trayectoria en cine y televisión, tan sólo porque hablamos del Nacional de Teatro, pues su faceta escénica da por sí sola para llenar esta página.
Barea (Bilbao, 1949) es un autodidacta que fue monaguillo y torero de perros en su juventud, como confiesa en su web. Pero le picó el gusanillo teatral, primero como amateur, y ya en los años 70 como profesional. Comenzó en el circuito vasco con Cómicos de la Legua, compañía que monta varias obras de Bernardo Atxaga. En 1980 se refunda en parte como Karraka: estrenan «Historia del soldado», de Stravinsky; «Oficio de tinieblas», de Cela (1983); las revistas musical-satíricas «Bilbao Bilbao» (1985) y «Euskadi Euskadi» (1989); la obra con muñecos creados por José Ibarrola «Godot» (1990)... En muchos de estos proyectos no se limita a actuar, sino que firma la dramaturgia y la dirección. De hecho, ése será su elemento natural, incluso para otras compañías ya en los años 90: «El alquiler», de Ramón Aguirre (1994); la coproducción «Por mis muertos» (1995); «Gulliver, comida rápida» (1996), que fue premiado con el Ercilla de la crítica vasca; «La ratonera», de Agatha Cristhie, estrenada en 1996 y de gira durante años... En «El hombre que confundió a su mujer con un sombrero» adaptó una dramaturgia de Peter Brook (2000), y en «Morir cuerdo, vivir loco», fue el Quijote según Fernán Gómez. Otros trabajos suyos destacados, de una lista con más de medio centenar de títulos, han sido el monólogo chejoviano «Sobre los perjuicios del tabaco» (2001), «El Buscón», de Quevedo (2007), y «Puerta del Sol», de López Mozo, con dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente, (2008), en el que dio vida a Benito Pérez Galdós.