Beatriz Serrano: «Desde que tenemos cámara en el móvil ya no hay milagros»
La periodista madrileña comenta en entrevista con este periódico las claves de «Fuego en la garganta», su segunda novela y finalista del galardón literario
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El nombre de Beatriz Serrano fue una sorpresa la noche del fallo del Planeta. Con su segunda obra, tras el éxito obtenido con su debut, «El descontento», se ha convertido en la finalista del premio en la edición de este año. Su obra fue definida por Juan Eslava Galán, uno de los miembros del jurado, como una obra de iniciación, pero en la que también encontramos un inteligente uso de internet. Serrano, a quien le gusta reivindicar a escritoras como Carmen Martín Gaite o Alana Portero, conversó con este periódico sobre «Fuego en la garganta», título definitivo de una novela que nos traslada hasta Valencia.
¿Siente vértigo tras haberse convertido en finalista del Planeta con su segunda novela?
Sí, hay vértigo. En todo este tiempo, si le soy sincera, no he aspirado a nada. Cuando salió «El descontento» fue una sorpresa el recibimiento, funcionando muy bien por el boca-oreja, por las recomendaciones entre amigas, compañeras de trabajo que se decían que tienes que leer esto. Un año más tarde están saliendo las traducciones. La pasada semana estuve en Portugal para hablar del libro y todavía no me lo creo. Debo decir que cuando escribía la segunda novela estaba sintiendo mucho vértigo porque me daba miedo alejarme de algo, de una tecla que funcionaba bien. Este premio es una cierta tranquilidad porque la novela no pasará desapercibida (risas).
Usted es madrileña. ¿Por qué ha escogido Valencia para ambientar su nueva obra?
Sí, soy madrileña y de padres madrileños, pero por el trabajo de mi padre estuve viviendo en Valencia desde los tres a los dieciocho años de edad. Cuando pensaba en dónde ambientar la infancia del personaje en mi novela, inmediatamente se empezó a dibujar en mi mente el barrio en el que crecí y lo empecé a describir en mi relato. Existe una cosa que me gusta de este libro y es que hay un «road-trip», una gira en la que sale otra vez Madrid, pero no la ciudad, sino el barrio de Vallecas, además de otros puntos de España a los que llega Blanca, mi protagonista.
Precisamente Blanca realiza milagros en la novela. ¿Son buenos o malos?
Hay algunos buenos. Una de las cosas de las que me di cuenta durante la promoción de mi libro anterior es que me vendo fatal (risas). Se me da muy mal hacer autobombo y marketing de mí misma. Esta novela es particular porque cambian los formatos, cambia el tono, además de su voz narrativa. Por eso me resulta muy difícil explicarla.
¿Tiene algo en común con Blanca?
Me parece que sí. Creo que tiene de mí ese sentirse fuera de lugar, como si la chaqueta le quedara más grande. También tiene una serie de condiciones materiales en la infancia que son bastantes similares con las que yo crecí. Igualmente nos gusta la misma música, y nos obsesionamos con el «true crime».
La salud mental es otro de los temas destacados de su obra.
Se repite todo el tiempo que es un tabú hablar de la salud mental. Hemos asimilado la conversación sobre ello, aunque no hemos abordado verdaderamente el problema. Hablamos todo el rato de ansiedad y de depresión, pero lo que hemos hecho es normalizar esto sin dar un paso más allá, no abordarlo como un problema social.
Las conversaciones vía chat son uno de los ejes de la novela. Me gustaría preguntarle si cree que las redes sociales son un ogro o un refugio.
Debemos tener en cuenta que esta novela transcurre entre finales de los 90 y principios de 2000, por lo que no podemos hablar de redes sociales como las que tenemos ahora. Lo que tienen estas chicas de la novela es conocerse por foros y chats de internet, para luego tener un grupo de Messenger. Esas formas de comunicación estaban muy relacionadas en cuanto a intereses, a buscar gente afín. Era algo hacia dentro. Ahora predomina el mostrar todo hacia fuera, con maneras de comunicación muy breves y mucha agresividad. En Twitter no se puede desarrollar una idea sino dar un zasca, palabra que odio con todas mis fuerzas.
¿Y qué tipo de milagros hace Blanca?
Hace un año me fui a Fátima a ver cómo tenían todo montado. Cuando llegas allí te das cuenta de algo tan triste como que es un pueblecito en el que todo está organizado alrededor de tres niños que dijeron haber visto a la Virgen. A día de hoy ves, sobre todo, gente desesperada, con enfermedades. Me dio pena ver eso. Pensé si sería posible que alguien hiciera algo bueno sin pensar en todo ese capitalismo. Desde que tenemos cámara en el móvil ya no hay milagros y me pregunté qué pasaría si se hiciera uno.