«Calígula», de Mario Gas: este loco está muy cuerdo
Con la programación del clásico de Camus en el María Guerrero, ya son dos los montajes del director en la capital al mismo tiempo
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Con la programación del clásico de Camus en el María Guerrero, ya son dos los montajes del director en la capital al mismo tiempo.
Mario Gas es de esos tipos que no sabe estarse quieto. Hace diez días aparcaba el carromato de Zampanó y Gelsomina en el centro del escenario de La Abadía –donde permanecerá «La Strada», de Fellini, hasta final de año–, y desde hoy ocupa la principal del María Guerrero con el «Calígula» de Camus, que lleva año y medio paseando por España desde su estreno en Mérida. Un título de esos que «forman parte del repertorio universal contemporáneo», define el anfitrión de la cita y director del Centro Dramático Nacional, Ernesto Caballero. Aunque, sobre todo, para Gas es un texto que le ha obsesionado desde la adolescencia. Luego, a mediados de los 80, compró los derechos junto a Juanjo Puigcorbé para levantarlo, pero la cosa quedó en el intento hasta que Focus se lo propuso y él, encantado, aceptó.
Singular y perturbador
Interés que responde a lo «magnífico, profundo e inclasificable» de la obra, responde. «“Calígula” es un texto singular y turbador. No se trata ya de la descripción de un tirano y de las consecuencias que sus acciones provocan en sus súbditos. Hay más. Mucho más. Un texto existencial y políticamente incorrecto que sigue arrastrando sus preguntas hasta ahora mismo, al borde de la actualidad», presenta de un montaje que aborda temas recurrentes en la obra de Camus –«un autor que se va agrandando con el tiempo»– como el absurdo existencial, la alienación, el sufrimiento y la lógica del poder.
Ve Gas en el aspecto conspirativo de su protagonista «bastantes de las claves de muchos ordenamientos políticos que están jodiendo a los súbditos en muchas latitudes del planeta en estos momentos». Busca centrar su reflexión más inmediata en la extrema derecha, quienes, para el director, pretenden aprovechar «la sensación de vacío existencial que puede torcer todo y llegar hacia el despotismo», cuenta un director para el que Calígula «representa el comportamiento del hombre occidental actual y su relación con el poder. Es un dictador que opera sobre una sociedad corrupta y tocado por una angustia existencial».
Aun así, uno de los puntos que Gas tenía más claros era que no quería mostrar a uno de los emperadores más despiadados como un «loquito», dice. «Son muy atractivos los personajes así, pero puedes caer en el error de tratarlos como un caso clínico». En esta ocasión, un papel que recae en un actor que ya trabajó con el director en «Muerte de un viajante», Pablo Derqui, «clave» para el director: «Lo curioso de Calígula es que no es una persona loca, vive muy desesperadamente esa sinrazón de la existencia, que parecemos infinitos pero nos morimos y no lo puede soportar, pero desde una extrema lucidez».