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Calixto Bieito: «“Enfant” ya no soy... y ‘‘terrible’’ tampoco, creo»

Con la polémica de las banderas del montaje de «Carmen» en el Real aún reciente, estrena en Bilbao su adaptación al castellano y a las tablas de «Obabakoak», de Bernardo Atxaga, huyendo del folclorismo y focalizado en el humanismo de la obra

Un momento del montaje de «Obabakoak», que refleja el particular mundo de su director
Un momento del montaje de «Obabakoak», que refleja el particular mundo de su directorlarazon

Con la polémica de las banderas del montaje de «Carmen» en el Real aún reciente, estrena en Bilbao su adaptación al castellano y a las tablas de «Obabakoak», de Bernardo Atxaga, huyendo del folclorismo y focalizado en el humanismo de la obra.

Calixto Bieito (Miranda de Ebro, 1963) transmite paz. Da confianza al otro lado del teléfono. Bieito, en Basilea, frente al Rin, y un servidor, en Madrid, ante la pantalla del ordenador, pero muy cerca del Manzanares.

–¿Qué tiempo hace por ahí?

–Frío, pero sin una nube.

–Aquí hace bastante, hoy vamos a bajar a -3, pero me encanta porque me recuerda a mi infancia en Miranda, ya te imaginas... Llegábamos a 20 bajo cero, tío. Suena muy exagerado, pero es cierto.

–Que eso no quite las ganas de ir.

–No, por supuesto. Además, es un sitio muy singular, es mitad de Burgos y mitad de la Rioja Alavesa, es muy alavesa.

De una ciudad frontera a otra. Porque, si entre Castilla, La Rioja y el País Vasco pasó su niñez, es en Basilea donde ahora tiene su vida –además de ser director residente del Theater Basel–: «Estoy en Suiza, pero tardo 10 minutos andando a Francia y 5 más a Alemania», apunta. Es Calixto Bieito, un hombre del mundo, de Europa, «de Centroeuropa», insiste. Haber vivido tan cerca de las fronteras, como suele pasar con la Historia, le da ese punto de presbicia que le hace no conocerlas. Va y viene por Europa guiado únicamente por su oído –y por una agenda rebosante de citas que, entre otras, le traerá a Madrid en mayo por «Die Soldaten», en el Real–. Este sentido le dice qué es cultura y por dónde va a desarrollar su arte: «Lo que hago es para mí». Y en esas escucha la musiquilla de las lenguas. Ruso, sueco, noruego, danés... Da igual que no la hable, si le llena el sonido, la comprende. Por eso se ha fijado ahora en el euskera de Bernardo Atxaga en «Obabakoak»: «Suena precioso y tengo mucha curiosidad». En este idioma ha desarrollado la adaptación de uno de los libros más vitoreados de la lengua vasca, que ahora traslada al castellano en el teatro que dirige en Bilbao, el Arriaga –desde el día 23–.

–¿Por qué «Obabakoak»?

–Porque es una novela ejemplar donde está todo.

–¿Una lectura obligada?

–Por supuesto. Tiene las obsesiones de un escritor, la melancolía, la niñez, el amor, cómo nos maltratamos, la mitología de los animales, el simbolismo de la naturaleza, la esquizofrenia, la locura, la muerte... Es total.

–Armendáriz tardó una década en adaptarla al cine. ¿Ha sido tan complicado?

–No, solo ha sido un año y medio. La he disfruta mucho, aunque me obsesioné un par de veces.

–¿Con qué?

–Con intentar transportar esta sensación del viaje a la locura de un escritor. Pero tampoco quise hacer toda la novela. Con Bernardo tengo una relación excelente, aunque no hablé con él durante el proceso.

–Eso dice, que no le gusta meterse en las versiones de sus textos. Total libertad.

–Aun así es un espectáculo 100% Atxaga. Hay una frase de la novela que me ha ayudado mucho: «Lo que el azar ha dispersado que el autor no lo ordene». He trabajo bastante con esta clave. Con la libertad de escoger fragmentos y no intentar hacer una historia lineal, porque la novela no lo es. Es un gran puzle. Me decía Bernardo: «Es un tipo de material que te va muy bien porque no te gustan mucho las historias lineales».

–Hay 26 cuentos en el original, ¿cuáles ha escogido?

–Tenía la obsesión de la búsqueda de la última palabra, y eso me daba un arco que iba desde la infancia a la locura adulta. Pero me he dejado fluir como el Rin, que lo tengo aquí delante.

–¿Y qué es Obaba?

–Somos las personas, nuestros rincones, un sitio oscuro, las pequeñas y grandes obsesiones, los animales que tenemos dentro, es ese mundo de memoria selectiva de la infancia y un lugar rural, aunque el espectáculo no lo sea, que es lo que le gustaba mucho a Bernardo porque no tiene nada que ver con lo pintoresco.

–Eso de huir del folclore es una seña muy de Bieito.

–Sí, ha ayudado que la novela contase con muchos cuentos de Centroeuropa.

–Una de las cosas que más ha gustado a Atxaga es cómo ha recogido ese ambiente alemán.

–Vivo en el centro de Europa y hace muchos años que viajo por el continente, y la cultura de aquí ha sido muy importante para mí, como también la española, por descontado, y la anglosajona.

–Vamos, que le ha salido de forma natural.

–Sí, y porque la novela no puedes verla como una obra folclórica de Euskadi porque no tiene que ver con eso. Es humanista, como Bernardo.

–Hasta donde sé, no domina el euskera, pero, aun así, ya ha levantado la obra en este idioma.

–Es algo a lo que me he acostumbrado desde hace muchos años. He trabajado en Rusia con Dostoievski, en Suecia con Strindberg y en Noruega con Ibsen sin hablar sus lenguas. A veces confío más en el sonido de las palabras que en el significado. Nos aferrarnos a comprender su sentido y, a veces, el sonido es más sincero y fiel. Lo que fascinaba al público de la época de Shakespeare o Calderón no era entender todas las palabras, porque es imposible a la primera. Pero lo que gustaba era quedar seducido por aquello que no entendía literalmente. Ésa era la fuerza.

–Aprovecho esto para ir a «Carmen»; pese a no saber francés, o lo justo, es una delicia dejarse llevar por la historia y el sonido.

–«Carmen» es una de las mejores óperas. Es pura emoción, sensualidad, erotismo, libertad... Es maravillosa.

–¿Le hubiera gustado estar en la presentación en Madrid? Sé que estaba estrenando en Alemania.

–Sí, me gusta Madrid...

–Lo digo, sobre todo, por la que estaba «cayendo». Por el tema banderas y demás. Para dar explicaciones en primera persona.

–No, no... No tengo ninguna opinión sobre esto.

–¿Por qué explota esto casi 20 años después del estreno?

–No voy a comentar nada... Te digo por qué, y es la primera declaración que voy a hacer de ello: si pensara que pudieran ayudar en algo mis palabras lo haría, pero no. No vale la pena. Bueno, no es que no valga la pena, es que no tengo nada que decir... Como he comentado, es una ópera maravillosa, adoro su música e incluso después de dos décadas me emociono en el acto IV. Ese dúo final me pone la piel de gallina.

–La última del tema: ¿le ha dolido?

–No... No voy a comentar nada.

Intentar hablar de polémicas con Calixto Bieito es pinchar en hueso. Da la sensación de que se muerde la lengua, aunque eso solo lo sabe él. Se rompe por un segundo la paz que le da contemplar el Rin, pero rápidamente vuelven las aguas a su cauce. Insinuar temas nacionalistas ante alguien de descendencia andaluza, que ha nacido en Burgos, que ha dirigido teatros en Euskadi y Cataluña y que ha trabajado por todo el mundo también se presume imposible: «Me han acribillado a preguntas en Barcelona y no he dicho nada...». Rehuye la controversia, prefiere envenenarse, si es que guarda algo de malicia. Así que mejor salir del fango.

–¿Entiende que le llamen el «enfant terrible» de la escena?

–«Enfant» ya no soy (ríe)... y terrible tampoco, creo. Quien me conoce me considera agradable y generoso. No sé. Tengo mucha suerte porque hago lo que creo que debo hacer y para mí. No pretendo cambiar nada.

–Hay que estar contento con uno mismo...

–Eso no quita que me gusten muchísimos artistas y escritores.

–Viendo su agenda, se intuye que no se aburre...

–Eso seguro que no (risas).

–Anda de un lado para otro...

–Viajo continuamente, pero ahora estoy en mi casa, en Basilea, contemplando el Rin.

–Con la distancia que le da el vivir allí, ¿cómo ve la escena española?

–He intentado acercarme más, pero no puedo hacer un retrato completo. Voy a ir ahora a Madrid con «Die Soldaten», en el Real. El Arriaga de Bilbao me ha ayudado a conectarme. Y además la ciudad está muy bien, ha apostado por la cultura y ganado el premio a Mejor Ciudad Europea compitiendo con Viena y Liubliana.

–¿Echa en falta más españoles en el centro de Europa?

–Bufff... Creo que no soy muy interesante (risas). No sé qué decir.

–Usted verá de quién se rodea en el día a día...

–Tuve un mentor muy importante que me introdujo en Centroeuropa cuando yo tenía 16 años. Ya hablaba catalán y me introdujo en el alemán y el húngaro, que no lo hablo. Me llevó a Viena. Ha sido una persona clave a nivel personal, pero sobre todo cultural. Centroeuropa hizo un romanticismo muy fuerte y fue un paso hacia la modernidad, no lo digo yo, sino los grandes. Pero también me gusta el barroco de España (ríe). Me eduqué con mi madre en la Semana Santa de Sevilla, que es una cosa maravillosa. Un gran espectáculo que recomiendo fuera de España. «Quien quiera comprender lo que es el barroco no se puede perder esto», les digo. No sé... Adoro ver la catedral de Basilea y saber que ahí está enterrado Erasmo de Roterdam. Es una tontería, pero...

–La cultura como eje.

–Es importante, lo hago por mí.

–Puede sonar egoísta...

–Puede, pero no es mi intención. Hago mis espectáculos porque lo necesito, me gusta y me lo paso bien. No pretendo cambiar a la gente. Pero el arte y la cultura me hacen sentir más libre. En una sala de ensayo todo es posible, hoy puedes ser una cosa y mañana otra.

–Es lo bonito de este mundillo, que entra todo.

–La música te da mucha libertad. Te lleva a sitios a los que quizá nunca pensaste llegar. Eso es lo importante de un teatro, una ópera y un museo de arte contemporáneo público, darte lo que nunca imaginaste que podían llegar a gustarte o que incluso desconocías. No darte lo que ya sabes que te va a gustar.