Camilo «Superstar»
Llegó desde Alcoy a Madrid con el propósito de triunfar en la canción. Lo consiguió. Empezó de cero y tocó el cielo con las yemas de los dedos. Sus canciones se convirtieron en himnos y brilló en la década de los 80 y los 90. Después desapareció, se recluyó en su casa, se dejó ver poco. Ayer murió a los 72 años. Se apaga una voz única, inmensa. Eterna ya
Ningún cantante español llegó tan alto como Camilo Sesto: se reencarnó en el hijo de Dios en la ópera rock «Jesucristo Superstar», que estrenó en Madrid en 1976. Hoy, cuando tanto triunfan los musicales en la Gran Vía madrileña, debe reconocerse que fue el primero que produjo e interpretó en español con el nivel de los musicales de Broadway –por Andrew Lloyd Weber, compositor del musical–sin escatimar dinero ni ambición. A mediados de los años 70, la carrera de Camilo Sesto ganaba en popularidad tanto en España como en Hispanoamérica con sus primeras baladas. Había comenzado como la mayoría de los cantantes: versionando temas de rock'n'roll en español del grupos mexicano Teen Tops. Una vez superada la etapa juvenil mimétida de Elvis Presley, la mayoría de los cantantes se independizaron de los conjuntos y se convirtieron en «crooners» y baladistas tan sobresalientes como Bruno Lomas, Nino Bravo, Juan Pardo, Julio Iglesias y Camilo Sesto.
Grupos y solistas de los años 60 y 70 conformaron la época dorada del pop español. Nunca, hasta los años 80, hubo una generación que además de cantar componía y arreglaba sus canciones, sin nada que envidiar a los grandes intérpretes y compositores extranjeros.
Si la canción señera de Joan Manuel Serrat es «Mediterráneo», la equivalente de Camilo Sesto es «Vivir así es morir de amor», himno de sucesivas generaciones. Una de esas canciones que se cantan en los karaokes y se corean en las discotecas gays en las que las lesbianas la han convertido en el grito de sus amores más arrebatados. Hay que ver con qué entusiasmo se canta en las pistas de las discotecas el estribillo «Y ya no puedo más, y ya no puedo más. Estoy harto de rodar como una noria».
Camilo Sesto participó de la moda sinfónica que se iniciaba con la psicodelia, especialmente con grupos románticos como The Walker Brothers y su desgarradas canciones de amor, que tanta influencia tuvieron en los grupos españoles que hacían la transición del beat al pop. Baladas románticas grabadas con gran aparato orquestal y letras más grandes que la vida.
Quizá en algunos momentos de su carrera fue minusvalorado como artista. Unas veces por la repetición de sus grandes temas en radios y televisiones; otras por su imagen un tanto almibarada, sus trajes exagerados, camisas picudas y pantalones acampanados extremos. Y sobre todo por esas melenas largas que Camilo Sesto lucía desde joven con sospechoso brillo acrílico.
Triunfo envidiado
Otro factor del menoscabo de su fama, mundialmente reconocida, era la envidia por su triunfo internacional; por la facilidad con la que colocaba cada una de sus temas en los primeros puestos de las listas de éxitos y por lo millones de discos que vendía. Añádase el menosprecio de los cantautores y críticos más izquierdistas y los independentista catalanes, que se sentían muy superiores a los baladistas «comerciales» que, como Raphael y Camilo Sesto, cantaban en español. Pero sobre todo por la portentosa voz del cantante valenciano. Difícilmente imitable. Una voz que superaba las tres octavas, con un registro vocal que fluctuaba desde el bajo al tenor, llegando al tenor-soprano, con vibratos y desgarros que daban a sus canciones una coloratura excepcional.
Lo cierto es que la mayoría de ellos han desaparecido en un agujero negro, mientras que él y sus canciones siguen sonando y gozando de idéntica aceptación popular que cuando fueron grabadas. Se convirtió en el renovador de la canción romántica española. Baladas con una línea musical delicada y unas letras poéticas más complejas que las que hasta entonces se escribían. Sus mejores temas, «Algo de mí», «Vivir así es morir de amor», «Melina», «Amor...amar», «Perdóname», «El amor de mi vida», «Algo más», «Ayúdame», «Mi buen amor» y «Quererte a ti» tienen en común una propensión épica a la desmesura que exigía orquestaciones grandilocuentes y arreglos que enfatizaran sus valores líricos.
Una línea que durante los años 60 habían puesto de moda los grandes de la canción francesa como Charles Aznavour y los cantantes yeyés Hervé Vilard y Christophe, con arreglos de sobresalientes directores como Paul Mauriat, Michel Legrand y Françoise Rauber.
Esa misma línea que acariciaba con violines y coros canciones de amor y desengaño como «Te quiero, te quiero», de Nino Bravo, y los grandes temas de Raphael, fue seguida por quienes triunfaron en los años 70. Y el pionero y mejor cultivador fue Camilo Sesto, que además de un compositor insuperable no desdeñaba ninguna influencias, desde los falsetes de los Bee Gees a los ritmos mediterráneos de Mikis Theodorakis y Georges Moustaki, mejorados con su portentosa voz.
A comienzos de los años 70 se convirtió en el mejor compositor moderno desde Augusto Algueró y abrió el camino a las Américas a cuantos cantantes vendrían después. Actuó en el Madison Square Garden delante de 45.000 personas y ganó un Grammy por «Quieres ser mi amante». Su consagración definitiva en el mercado internacional llegó en 1978 con el álbum «Sentimientos», disco de Platino por el millón de copias vendidas.
Se instaló en Miami como plataforma para triunfar en el mercado hispano de EE.UU. y abrió el mercado suramericano con baladas románticas años antes que Julio Iglesias, Ricky Martin, Alejandro Sanz, Enrique Iglesias y Rosalía fueran aceptados y premiados. Hoy nadie duda de que sus mejores baladas románticas están al mismo nivel que las anglosajonas y su voz de oro es muy superior a la de la mayoría de cantantes de su generación. Camilo Sesto muestra la evolución del ídolo juvenil al compositor, cantante y arreglista que acaba controlando todas las facetas del negocio musical, con éxitos sin precedentes en el panorama del pop español.
La voz de Jesucristo
El año 1975, además de recordado por la muerte de Franco, sería un año muy importante para la música española. Camilo Sesto, un artista ya con una solidez internacional incuestionable, decidió montar en España el musical «Jesucristo Superstar», que él financió y produjo, con un coste total de 12 millones de pesetas. Una operación arriesgada dado el momento político que vivía España. Se estrenó el 6 de noviembre, poco días antes de que muriera Franco –lo que implica que también tuvo que vadear con la censura– y las puertas del Teatro Alcalá Palace de Madrid se convirtieron en un hervidero. Su puesta en escena fue alabada por el propio Andrew Lloyd Webber, compositor de la música original: «La única equiparable a la original estadounidense fue la española», dijo.