Carlos Pujol, retrato de un humanista sabio
Novelista, poeta, ensayista, traductor, editor, profesor, aforista y, en definitiva, hombre de letras integral, su personalidad sigue siendo uno de los secretos mejor guardados de la literatura española en el quinto aniversario de su muerte
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Novelista, poeta, ensayista, traductor, editor, profesor, aforista y, en definitiva, hombre de letras integral, su personalidad sigue siendo uno de los secretos mejor guardados de la literatura española en el quinto aniversario de su muerte
Era un hombre alto, discreto, elegante, que no alteraba nunca el gesto y que se hacía cercano con una simple media sonrisa. Nadie recuerda una sola vez escucharle hablar mal de otros. Seguía una máxima sencilla: «Nunca pasa nada y, cuando pasa, no importa», que deberíamos aplicarnos en conjuunto, por lo que exaltarse tenía nulo sentido para él. Rafael Reig lo describe como «monje tibetano» y Andrés Trapiello dice que era un «franciscano ilustre», pero es sólo la fachada que esconde un hombre extraordinario, de recursos infinitos. Novelista, poeta tardío, ensayista, traductor, editor, crítico literario, profesor universitario, fue un hombre de letras integral, tan sabio como humilde, incapaz de buscar o exigir el aplauso y la admiración, pero a la vez una de las figuras más admiradas del mundo de las letras.
Así era Carlos Pujol. Su poco gusto por la afectación y el exhibicionismo le hizo muchas veces invisible para el gran público, pero tanto su vida como su obra piden ahora una segunda oportunidad. Hace cinco años falleció en un día triste y gris este gran humanista, y no hay motivo para más demora: hay que empezar a levantar la voz sobre sus grandes virtudes literarias. Su obra merece una revisión, no por él –su humildad le impediría algo así–, pero para el gran público lector para quien Pujol todavía es un secreto.
La Universidad Internacional de Cataluña, donde Pujol fue profesor, inició ayer dos jornadas en homenaje a la memoria de este humanista contemporáneo. Coordinada por Teresa Vallès, las conferencias unieron a nombres como Andrés Trapiello, Pere Gimferrer, David Castillo, Manuel Longares, Andreu Jaume y Valentí Puig para glosar la figura poliédrica de Pujol. En total, este polifacético hombre de letras publicó 50 libros de creación propia y 80 traducciones, con lo que su actividad siempre fue incesante. Todo comenzó el 12 de abril de 1962, en la Facultad de Filosofía y Letras de Barcelona, junto a su maestro Martín de Riquer, que le dirigió la tesis sobre Ezra Pound y su relación con los poetas provenzales. A partir de aquí, medio siglo de dedicación absoluta por la palabra en mayúscula. Y cuando las de verdad hablan, qué más tiene que decir el autor. Nada. Así era Carlos Pujol.
El acto lo abrió José Creuheras, presidente del Grupo Planeta, que rememoró sus 30 años de vivencias juntos. Recordó especialmente uno de sus textos, uno que nunca publicó, de un libro de diferentes autores con motivo del 50 aniversario del matrimonio entre José Manuel Lara Hernández, fundador de Planeta, y María Teresa Bosch. En el texto rememoraba sus reuniones a tres para hablar de libros. Allí afirmaba cómo Lara le pedía su opinión, que Pujol definía como «demasiado técnica y sabionda, perdiendo matices». Luego hablaba Lara, que era más expeditivo y contundente. Pero al final éste siempre añadía una coletilla. «María Teresa ha leído el libro» y a continuación le daba su opinión, siempre la más sensible y sensata. «Esto ejemplifica el grado de humildad de Pujol, pues me consta que su parecer siempre era venerado con respeto y autoridad», comentó Creuheras, que recordó cómo en 1963 «un joven recién casado que acababa de salir de la universidad» entraba en la editorial Planeta.
- Persona infrecuente
Muchos de sus amigos y colaboradores dejaron claro su afecto y admiración por Pujol. Creuheras recordó, por ejemplo, cómo José Manuel Lara Bosch, fallecido hace dos años, hablaba de él. «Era algo infrecuente, una de las pocas personas a las que pude querer, respetar y admirar a la vez. Me llamó la atención cómo era capaz de escuchar a su interlocutor, haciéndole creer que lo que decía era lo más importante del mundo», solía contar Lara Bosch, que vivió con él en el mismo hotel en París en los años 60.
Las anécdotas se acumulan. Como profesor, por ejemplo. Un día Valentí Puig salía de una de sus clases y le preguntó: «¿Cuál es la mejor revista para estar al día sobre la literatura de hoy?». La respuesta deja claro hasta qué punto Pujol vivía al margen de las modas. «Con esa media sonrisa característica, me dijo: ‘‘No hay que estar al día, hay que estar como mucho al siglo, y no más allá del XVII’’». La fina ironía de que hizo siempre gala fue uno de sus fuertes, sobre todo en su narrativa y poesía, como recordó Andrés Trapiello. «No entiendo cómo fuimos amigos, porque yo sí soy exaltado y vehemente. Un día, en su casa, vi que tenía un libro malísimo y le dije: “Pero, Carlos, qué haces con esta basura’’. Él no se excusó, me dio la razón y me preguntó si quería romperlo. Yo no me atrevía, pero él lo cogió y lo hizo pedazos, enseñándome cómo había que hacerlo. No cuadraban estas reacciones con él a primera vista, pero sí en cuanto se le conocía. Para Pujol, la literatura, si era un lastre, no era literatura. Él me dio la libertad de hacer lo mismo», recordó Trapiello.
Otro de los autores que tuvo una relación estrecha con él fue Pere Gimferrer, que cerró la primera jornada de ponencias en la que valoró su gran calidad literaria. «Nunca se le hizo justicia. Él no la buscaba, pero lo sentía. Era un excelente novelista, desde “La sombra del tiempo” a “Dos historias romanas”, totalmente ajeno al halago del gusto y los “modales” literarios dominantes. También fue un poeta interesantísimo y no entendido tampoco. Mucho más reconocimiento, y merecido, tuvo por sus estudios, así como por sus traducciones», comentó Gimferrer, que destacó poemarios como «Me llamo Robert Browning» o sus traducciones de Shakespeare o Verlaine.
- Una historia con vino
Otra anécdota que refleja la calidad humana de Pujol nos lleva a Turín, al lado de Eduardo Mendoza, para recibir un galardón internacional por su labor literaria. Los dos se llevaron como premio sendas botellas de vino, que guardaron en la maleta de vuelta a Barcelona. Cuando fueron a recoger el equipaje vieron como el de Pujol estaba impregnado de vino. Al verlo, el sabio dijo con tristeza: «Vaya, lo que más quería era celebrar el premio con Marta con el vino».La viuda de Pujol, la pintora Marta Lagarriga, presidió ayer las jornadas, agradecida por los halagos que recibía su esposo. Juntos criaron a cuatro hijos y disfrutaron de 17 nietos. «Lo que más le importaba era la libertad; la libertad para escribir lo que él quería o sentía. Después, respetaba la del lector de no leerlo o que no le gustase, pero no quería renunciar al placer de la libertad. Ah, y era un encanto de marido», rememoró poniendo un nudo en la garganta al centenar de personas que se acercaron a las conferencias. El ámbito familiar quedó muy presente dentro del homenaje, como recordó el catedrático y crítico literario José María Pozuelo Yvancos. «Cuando hablaba con él empezábamos por los temas filológicos, pero siempre acabábamos disertando de lo que él se sentía más orgulloso, sus nietos. No quería nunca hablar de sus obras», recordó.
Pozuelo Yvancos repasó su figura como humanista, «a la que el sabio se acercaba desde todas las acepciones del término. Pujol era toda la literatura», aseguraba, para lo que destacó ensayos como «Leer a Saint Simon» o «Espejo romántico», novelas como «Sombra de tiempo», la primera que escribió, a sus traducciones de Shakespeare, John Donne, Robert Browning, Jane Austen, Chateaubriand, Verlaine, los románticos franceses, y un larguísimo etcétera, pasando por sus aforismos inspirados en Joseph Joubert.
Aunque si hay un libro que sirva de guía para la basta obra de Pujol es, como aseguró Trapiello «Cuaderno de escritura», en el que deja claro toda su estética literaria. «No publicó un libro de poemas hasta los años cincuenta, lo que le emparenta a un autor que le gustaba mucho, Thomas Hardy, que ya había publicado sus grandes novelas cuando empezó su poesía», recordó Trapiello, para quien los versos de Pujol no se parecen a los de nadie dentro de la literatura española. «Solía decir que el poeta está para ver lo que los demás no son capaces de ver y que para lo que sí se ve está el resto de la gente. No tenía problemas en decir que hay que robar a otros. Si se tiene talento, será originalísimo, y si no, qué más dará», señaló Trapiello, quien colaboró durante años con Pujol pidiendo traducciones de grandes poetas.
Secretario del Planeta a su pesar
Desde 1972, Carlos Pujol fue miembro del jurado del Premio Planeta. «Era a la vez cauto, sabio, hábil, irónico, ameno y ejemplar», cuenta Gimferrer. Después pasó a ser secretario del jurado del galardón, lo que le obligaba a salir el día de antes en rueda de prensa a reseñar las novelas finalistas y, el día del premio, a anunciar en público cómo avanzaban las valoraciones. Si algo quedó claro ayer es que Pujol no era muy amigo de los grandes actos públicos, pero aún así actuó siempre con elegancia a pesar de tener siempre el «preferiría no hacerlo» en la punta de la lengua. «Cada año, cuando se acercaba el premio, venía y nos pedía si podíamos cambiar, nos decía que estaba muy ocupado. Al final lo convencíamos y al llegar el día insistía en lo mismo cada una de las veces que tenía que salir a hablar en público», recordaba ayer Creuheras.
Archivo digitalizado
La Universidad Internacional de Cataluña no quiere que el homenaje a Pujol acabe en estos dos días. Ya están trabajando en la digitalización del archivo del escritor, que cuenta con 15 carpetas de su actividad como escritor y crítico con 600 documentos que van de cartas a curiosidades del diploma de la «Academia de los ficticios», que fundó con Joan Perucho y Gimferrer. Todo esto se añadirá a la página web dedicada a Pujol, que también contará con 200 artículos sobre su obra, documentos audiovisuales del autor y toda su bibliografía.