Gema Pajares

«Casatschok», la canción del verano que vino de la estepa rusa

Fue el primer éxito de Georgie Dann, un tema pegadizo y con coreografía propia que causó furor aquel año.

Dann bailaba el tema que lo puso de moda junto a dos chicas con botas altas: brazos juntos, postura de cosaco, revuelo de manos y vuelta a empezar
Dann bailaba el tema que lo puso de moda junto a dos chicas con botas altas: brazos juntos, postura de cosaco, revuelo de manos y vuelta a empezarlarazon

Fue el primer éxito de Georgie Dann, un tema pegadizo y con coreografía propia que causó furor aquel año.

Georgie Dann era, a finales de los sesenta, un francés con un marcadísimo acento. Todavía no era el padre de la canción del verano. Estaban por llegar «La barbacoa», «El dinosaurio», «El bimbó», «El chiringuito» y «El negro no puede» y todos aquellos ritmos que calentaban los ya de por sí tórridos julio y agosto (criticados y bailados por todos con la misma intensidad, no me digan ahora que no). Sin embargo, 1969 se iba a convertir en el año de su primer número uno. Solo por mor de las ondas, que redes entonces había las de pescar. Y llegaría, paradojas de la vida, del frío de Rusia. El artista se lanzó a la pista de baile, y lanzó de paso al resto de los mortales, con un tema que nos acercaba a la estepa rusa y al vodka. «Casatschok», que así se llamaba la coplilla, tenía una letra facilona y un ritmo pegadizo.

Ni una broma con Rusia en aquella época, que no estaba los tiempos para confraternizaciones. Hablaba de los inviernos al calor de la lumbre, animados por Petruska, que seguro era una joven de los más dicharachera, rubia y de ojos azules, de los remeros del Volga, que imaginamos fornidos y dispuestos a tirarle los trastos a la tal Petruska, y de bailes enloquecidos, seguramente para subir la temperatura. Y en medio de ese panorama, una copa de vodka en la mano «para olvidar la pena y la aflición». Hoy seguro que esa estrofa no pasaría el filtro de lo políticamente correcto y aceptable.

Pantalones de campana

Georgie Dann, que era un tipo la mar de dispuesto siempre a la jarana (que llegó a España en 1965 para representar a Francia en un festival y decidió que aquí se vivía bastante mejor, se casó con una española de nombre Emy y ya no se fue nunca más), bailaba al compás de esta balada de la estepa con pantalones de campana y casaca bien ceñida. A su lado, tampoco bien visto en este siglo XXI, dos chicas con una casaca larga a modo de vestido, unas botas altas y un ritmo del demonio. Que si los brazos en alto, que si una sentadilla aquí y una pierna al frente allá. Brazos juntos, postura de cosaco, revuelo de manos y vuelta a empezar. Pasos muy básicos que levantaban el ánimo de los guateques de la época, aquellos que se esperaban con ansia durante toda la semana y sonaban de maravilla en un picú con forma de maleta. O en un comediscos, toda una revolución redonda a 45 rpm que hacía la música transportable (y que fue, no es cosa baladí, el antecedente del walkman y el discman). Y lo mismo podías mover el esqueleto (sí, expresión anticuada y «demodé», pero era la de aquella época) en un parque que en mitad de la piscina porque llevabas la música colgada del hombro.

La cantidad de veraneos que nos habrá alegrado este señor que ya está a punto de cumplir los setenta. Les animo a que vean el vídeo del tema (los primeros, leo, que se pudieron ver en Televisión Española, en la 1 de entonces, fueron los de Georgie Dann con su eterna melenita y un rostro anguloso), que es impagable, regresen al pasado y traten de seguir los pasos de la canción. Que cincuenta años, que son los que han pasado, no son casi nada. Y así, como el que no quiere la cosa, pueden emular a Petruska tañendo la balalaica. Casatschok, casatschok, casatschok.