Peter Ross: "Los cementerios son el lugar perfecto para la gente introvertida"
En "Una tumba con vistas", Peter Ross rebusca entre lápidas historias extraordinarias de gente ordinaria
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Peter Ross es un periodista y escritor escocés criado entre tumbas y lápidas. Hizo de un cementerio su particular jardín de la infancia y, desde entonces, les rinde una devoción que ha cristalizado en «Una tumba con vistas», publicado en España por Capitán Swing. El libro es un ensayo que trasciende lo inexorable de la muerte para hablarnos, sobre todo, de vida y relaciones humanas.
Usted dice que los muertos y los vivos son parientes cercanos.
Es un sentimiento que tengo desde siempre. No se trata de un algo religioso, sino instintivo. Es como si los muertos estuvieran bien presentes, pero no desde un punto de vista inquietante. Terminé de escribir este libro en marzo de 2020, cuando acababa de empezar la crisis del coronavirus. La gente en Reino Unido solo podía salir una hora al día a pasear y, como los parques estaban a reventar, mi familia y yo íbamos al cementerio que tenemos al lado de casa. Era un buen sitio, mucho menos frecuentado. Encontré que estar en un sitio rodeado de personas que habían fallecido era reconfortante en lugar de lo contrario. Como si alguien te pusiera la mano en el hombro y te dijera que estuvieras tranquilo, que todo iba a salir bien. Ellos mismos habían sentido las dificultades y la alegría que acarrea estar vivo.
¿De dónde le viene esa pasión por los cementerios?
Creo que, sencillamente, es algo que muchos llevamos dentro. No es nada morboso. Desde que era pequeño, en Sterling, en el centro de Escocia, pasaba días enteros jugando en el cementerio de al lado de mi casa sin supervisión paterna. Me encantaba estar allí, pasear entre las lápidas y leer los nombres de los muertos. Imaginaba qué vida habrían tenido, si se conocerían entre ellos. Fue parte de mi aprendizaje cuando aprendí a leer. Aquellos epitafios me enseñaron palabras antiguas que no conocía. Empecé a interesarme en la narrativa y, al final, las palabras han sido mi trabajo y mi vida. Contar las historias de otros. Aquellas tumbas eran la biblioteca de los muertos. La sensación se reavivó cuando me mudé con mi familia al sur de Glasgow y encontré por casualidad la tumba de Mark Sheridan, un famoso cantante de principios del siglo XX que se acabó suicidando.
Dice que le interesan más las historias de personas corrientes.
Bueno, es que en mi carrera he entrevistado a cientos y cientos de personas célebres y la gran mayoría no resultó en absoluto interesante. Creo que aquello me dejó un trauma. Así que cambié el rumbo y me dediqué a escribir artículos sobre lo extraordinario de gente ordinaria. Personas que no son famosas pero que tienen una historia que contar, como la mayoría de nosotros. Me interesa la idea de explorar territorio desconocido, encontrar historias no contadas. Al fin y al cabo, el periodismo trata de eso, ¿no? También hay algo democrático al respecto, elevar a ese tipo de personas.
¿Cuál es su cementerio favorito?
Me da hasta vergüenza decirlo porque es conocidísimo, pero creo que el Highgate de Londres. Es extraordinario desde el punto de vista arquitectónico. Es como una versión reducida de la ciudad. Ahí está la tumba de Karl Marx. Es un sitio estimulante. También me encantan los pequeños, los insignificantes. Hay un trayecto que hago en moto por la M75 que pasa por la localidad de Crawford, al sur de Inglaterra, cerca de donde el río muere, que esconde un pequeño cementerio debajo de un puente. Es un enterramiento humilde donde están enterrados los trabajadores irlandeses que construyeron la línea de ferrocarril. Nadie conoce sus nombres, son tumbas anónimas de aquellos que vinieron durante la Revolución Industrial. Tiene algo muy noble, lleno de dignidad. No hay mármol ni nada parecido, es un lugar casi secreto que me fascina.
¿Ha pensado en cómo le gustaría que fuese su lápida?
Bueno, depende de qué parte de mi personalidad sea la que hable. Probablemente, si es el ego del escritor el que se expresa me gustaría algo pomposo, victoriano y con ángeles llorosos de piedra. Pero en realidad me veo más en una tumba sencilla, natural, quizá en lo alto de una pequeña colina. Que sea algo ecológico, no arrogante, en la línea del concepto de que nuestro cuerpo vuelve a la tierra.
Dice que los cementerios son parques para introvertidos. ¿Esto qué significa?
Mi personalidad es esa. Los veo como lugares a los que puedes acudir para estar a solas, pero, al mismo tiempo, en compañía. En silencio, en quietud y, a la vez, en medio de una multitud. Donde puedes sentir su presencia sin tener la necesidad de intimar realmente.
Háblenos de las visitas guiadas a los camposantos, ¿alguna que le haya interesado especialmente?
En Reino Unido hay una organización que se llama «The Cemetery Club» que trata de recuperar la historia de los cementerios. Ellos hacen un «tour», «Queerly Departed», que visita las tumbas de personas homosexuales conocidas, pero no para sacarlas del armario, claro, sino para hacerles justicia ya que en su época no pudieron expresarse en toda su complejidad.
Imagino que las lápidas de niños pequeños son las que más tristeza producen.
En el cementerio de Londres del que le he hablado antes hay una tradición de lápidas distintas, hechas con mucha creatividad. Un día, caminando por la parte nueva, me topé con una que tenía una de las esquinas construida con piezas de Lego. Era de un niño, Sonny Anderson, que había muerto de cáncer en 2011. Hablé con su madre para conocer la historia y me contó que era un fan total de las construcciones y que en su entierro los amigos habían arrojado al nicho piezas de Lego en lugar de puñados de tierra. Fue muy emotivo, podías ver la personalidad del niño en su tumba. Mi hermano pequeño murió y aún es algo que me duele.
¿Cómo es el cementerio de Belfast?
El cementerio nuevo, Milltown, es muy conocido porque acoge las tumbas de lo que algunos llamarían «luchadores por la libertad» y otro «terroristas» del IRA. Personas que murieron como miembros de la organización a manos de las Fuerzas de Seguridad o en huelgas de hambre en la cárcel. Están en un lugar distinto del camposanto, donde son visitados por personas que los consideran mártires. Otros lo calificarían de repugnante.
Los suicidios tampoco deben de ser un plato de gusto.
En el cementerio Glasnevin de Dublín está la tumba de un guía de la ciudad que fue muy conocido, Shane MacThomáis. Fue una celebridad, muy carismático y brillante. Le apasionaba contar historias de la gente enterrada allí. Era, al mismo, tiempo, una persona con muchas sombras y oscuridad que se acabó suicidando en el camposanto. Fue un privilegio para mí hablar con su familia y amigos para contar su historia y rendirle tributo. Solo por eso mereció la pena escribir el libro.
No sabía que se celebraban bodas en los cementerios. En el libro habla del de Bristol, donde desde 2014 hay 40 ceremonias al año.
Creo que se trata de un cementerio que ha logrado ser rentable de alguna manera para evitar que caigan en la decadencia total. Muchos de estos sitios son muy caros de mantener y las familias de los fallecidos van perdiendo el interés. Estuve en una de esas bodas y fue bastante curioso porque no era una pareja de góticos o amantes del Heavy Metal, como suele ser el caso. Era una pareja local. Después de contraer matrimonio al aire libre bajaron una colina y pasaron por todas las tumbas. Uno de los amigos les tiró confeti y algunos restos quedaron sobre una especie de santuario. Me acerqué a leer el nombre y se trataba de un matrimonio que había muerto muchos años antes. El círculo de la vida en toda su expresión. Fue muy emocionante.