«Alien: Covenant»: El otro corazón de las tinieblas
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Director: Ridley Scott. Guión: John Logan, Dante Harper. Intérpretes: Katherine Waterston, Michael Fassbender, Demián Bichir. EE UU, 2017. Duración: 123 minutos. Ciencia ficción.
David (por la escultura de Miguel Ángel, que encarna Michael Fassbender, ora sombrío, ora demente en su doble y notables papeles), superviviente de la malograda expedición de Prometheus, toca al piano una pieza de Wagner vestido de un blanco impoluto porque su creador se lo ha pedido. Él, un robot, nació para obedecer. O no. Pero hay un momento exacto en el notable, kubrickeano prólogo de esta nueva ración «alienígena» en que David mira a su dios, mira una taza de té llena y se promete que jamás volverá a obedecer a ese personajillo que parece frágil y sin respuestas. Porque el humano es muy inferior a él, deduce. De dónde venimos, se pregunta David, y, con él, la humanidad entera, mientras la película de Ridley Scott (aunque ese trasfondo filosófico y espiritual con que arranca exista siempre) va permutando hasta que la nave Covenant, que transporta a 2.000 colonos para habitar un lugar lejano y numerosos embriones, sufre un grave percance, la tripulación dormida despierta bruscamente y comienza el horror. En estado siniestramente puro y gore. Walter, otro sintético «gemelo» a David, dirigía el vuelo accidentado aunque poco o nada pudo hacer para evitarlo, y ahora, con el capitán de la nave muerto de una manera espantosa (la efímera aparición de James Franco, que no figura en los créditos, quedará para los anales de las curiosidades cinematográficas), el resto de sus compañeros se preguntan qué va a suceder ahora. Y entonces aparece el paraíso perdido, un planeta idílico, y deciden probar suerte, y la suerte se transforma en el terror absoluto personificado en ese individuo encapuchado que se llama David y que, en medio de una ciudad panteón, recuerda a otro demente con aspiraciones de falsa divinidad, el coronel Kurtz de «Apocalypse Now» (Francis Ford Coppola, 1979, curiosamente el mismo año en que Scott estrenaba la primera producción de esta saga). Secuela de la elegante y estilosa «Prometheus» (2012), y presumiblemente antesala ya al fin de «El octavo pasajero», aunque veremos a ver, el director nos ofrece una generosa ración de terror, de sangre, de «partos» endemoniados, de bestias ávidas por colarse en el interior de un mortal. Creced y multiplicaos con mi ayuda. Todo, o casi todo, le sonará al fan acérrimo, pero Scott ha sabido agitar correctamente la coctelera y servir un recomendable y pavoroso producto en el que ya se intuye incluso cuánto echaba de menos a su «Blade Runner». Al que también volvió, porque, al menos en el caso de este director un poco esquivo y genial a ratos, cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero mucho.