Cotillard se pierde entre lágrimas
La actriz pincha en el melodrama de James Gray, que sólo despega al final
A la que te descuidas, James Gray te cita a Roland Barthes y Gilles Deleuze. Quizá por eso les gusta tanto a los franceses, quizá por eso Cannes le ha sido tan fiel desde que escogió «La otra cara del crimen» para competir en la edición de 2000. Cineasta neoclásico y a la vez renovador de las formas del género policiaco y el melodrama, en «The Inmigrant», su película de producción más ambiciosa, intenta resucitar al Griffith de «Las dos huerfanitas» y «Lirios rotos», sin entender que la parsimonia de su estilo puede apagar el fuego dramático de tan nobles modelos. Sólo en la última media hora de metraje reaparece el Gray que más nos gusta, el de «La noche es nuestra» y, sobre todo, «Two Lovers».
Como una diva del cine mudo
Es admirable que Gray quiera volver a los orígenes del melodrama para que forma y fondo trabajen en la misma dirección, pero su operación de desplazamiento olvida la expresividad del cine mudo, la intensidad de tonos y ritmos, que aquí se diluyen en una exposición demasiado morosa, que quiere alejarse de los orígenes populares del género –el folletín, la novela por entregas– para adecuarse a las exigencias del cine de autor. A Gray le gusta la palabra «melodrama» pero no «melodramático», aunque, para ser fiel a sus sustantivas preferencias, la contención a la que somete la trama de «The Inmigrant» la transforma durante una hora larga de metraje en el retrato inerte de una tragedia.
La interpretación de Marion Cotillard puede servirnos como excelente barómetro para entender el gran defecto de «The Inmigrant». Cuando Gray conoció a la Edith Piaf de «La vie en Rose» en París, pensó inmediatamente «en la Renée Falconetti de "La pasión de Juana de Arco"», confesó. «Su rostro tenía una gran capacidad para transmitir emociones. Y cuando me lanzó un trozo de pan a la cara porque critiqué a un actor que a ella le gustaba mucho, vislumbré su fuerza». Gray habla de la Falconetti de Dreyer, pero el modelo bien podría ser Lillian Gish. El problema es que la intensidad dramática de la actriz favorita de Griffith no encuentra su reflejo en Cotillard; está desubicada en una película que pretende desecar las emociones de una historia, sí, melodramática.
Cotillard, que tuvo que sudar tinta para hablar polaco sin acento, encarna a una inmigrante que, en los años veinte, debe prostituirse para lograr el dinero suficiente con el fin de sacar a su hermana tuberculosa de la isla de Ellis. ¿Melodramático? Por supuesto. Si a eso añadimos que a Ewa, que así se llama Cotillard, se la disputan dos hombres –su chulo y su salvador (Joaquin Phoenix) y un mago canallesco (Jeremy Renner)–, primos hermanos, tenemos todos los ingredientes de una película de James Gray. En este caso, además, con una minuciosa reconstrucción de época que completa la visión hiperrealista que Gray tiene de su ciudad, Nueva York. Cuando el director de «Two Lovers» asume las implicaciones de lo «melodramático» en su material de partida, la película despega hasta la estratosfera. Más allá de las connotaciones sociales de su mensaje o de lo extrapolable que es su contexto histórico a la contemporaneidad («Un 40% de los estadounidenses tiene un miembro en su familia que pasó por Ellis Island», explicó Gray. «Soy favorable a la inmigración. La inmigración es un factor de enriquecimiento de la sociedad, aporta vitalidad, flexibilidad y dinamismo a la cultura»), «The Inmigrant» se carga de sentido emocional cuando se transforma en preciosa elegía. Todos los caminos del autosacrificio, nos dice Gray, conducen al amor absoluto. Si «Michael Kohlhaas», del francés Arnaud des Pallières, no estuviera protagonizada por el danés Mads Mikkelssen, premio al mejor actor en Cannes 2012 por «La caza», ¿habría participado en la sección oficial? Seguramente no. Adaptación cansina de la «nouvelle» de Heinrich von Kleist –que Volker Schlondorff llevó al cine en 1969–, sólo destaca por su mirada sucia, realista, de la Edad Media. Por lo demás, el sustrato revolucionario del texto original –Kohlhaas es un burgués que desata una espiral de violencia contra un aristócrata despótico, vengando de paso el asesinato de su mujer– se pierde con una redención final que niega la razón de ser del filme, que no debería ser otra que contar la indignación que, hoy mismo, enciende a las clases proletarias.
El cine iraní, clandestino
Mohammad Rasoulof (en la imagen) llegó casi de puntillas. No concedió entrevistas a la Prensa y prefirió no mojarse para no meterse en camisas de once varas con el Gobierno iraní. Próximo al caso de Jafar Panahi (fue condenado a un año de prisión, pena que aún no ha sido ejecutada), Rasoulof participó en «Una cierta mirada» con «Manuscripts Don't Burn». Rodada en la clandestinidad con expatriados iranís, la copia que se presentó carecía de títulos de crédito para evitar la persecución de las autoridades. La agresividad de su subtexto –una alegoría sobre el terrorismo de Estado– justifica el silencio de Rasoulof y demuestra el coraje de su proyecto artístico.