"Dumbo": Perdido en el parque temático
Director: Tim Burton. Guión: Ehren Kruger. Intérpretes: Colin Farrell, Nico Parker, Eva Green, Michael Keaton, Danny de Vito. EE UU, 2019. Duración: 112 minutos. Fantástico.
La secuencia más justamente celebrada del «Dumbo» clásico es la alucinación etílica del elefante que puede volar mientras suena «Pink Elephant on Parade». Es una interrupción lisérgica, a la vez cómica y tenebrosa, que podría considerarse por sí misma un corto de animación de vanguardia. Responde, por supuesto, al punto de vista de Dumbo, en una sublimación beoda de su subjetividad que define el rigor desde el que está contada su historia de abusos y autodescubrimiento. No hay más que comparar esa gloriosa escena con su versión burtoniana, un festival de globos y burbujas ectoplásmicas que podrían gobernar uno de los números más kitsch del Cirque du Soleil. Si lo que en la obra maestra de Walt Disney era pura introspección, un paseo por el paisaje mental de su pequeño héroe, en la película de Tim Burton todo es externo al elefante, un espectáculo en el que deleitarse que aplasta la entidad dramática de su orfandad y marginación. Dumbo pertenece por derecho propio a la galería de arquetipos burtonianos, un ser bondadoso que no sabe reconocer que su magia, su estar en el mundo, está en su diferencia. Cuando Burton pone en boca del villano de la función una definición de su credo como cineasta («Crecer es aprender a estar solo»), está volviendo al universo de «Batman vuelve», donde el superhéroe era tan oscuro y ambiguo como sus némesis. La reunión de una tropa de habituales de su cine –Danny de Vito, Michael Keaton, Alan Arkin, Eva Green– demuestra hasta qué punto Burton se toma en serio este «remake» en carne y hueso, que renuncia explícitamente a dar voz a los animales para humanizar su versión e integrarla en lo que parece una película-compendio, una especie de enciclopedia burtoniana que se despliega en forma de circo de quince pistas, más cerca del barroquismo de Fellini y Gilliam que de la inquietante «Freaks». Es admirable que el director de «Eduardo Manostijeras» aproveche la ocasión para lanzar una más que venenosa pulla a la Disney –el malvado Vandervere (Keaton) es un trasunto de tío Walt, y su monumental parque temático, Dreamland, un simulacro digital de Disneylandia– en su fervor anticorporativista, y que apueste por celebrar, como en «Ed Wood», la solidaridad artesanal del trabajo hecho con sentido y sensibilidad. Eso sí, por desgracia, hay algo ortopédico en esa celebración, como si la alegría fuera un trampantojo, una ilusión óptica, un eco de un pasado que fue mejor.