El hijo del trapero cumple cien años
Kirk Douglas, uno de los duros de Hollywood, héroe de la gran pantalla y productor polémico que no temía a los estudios, celebra hoy su centenario.
Kirk Douglas, uno de los duros de Hollywood, héroe de la gran pantalla y productor polémico que no temía a los estudios, celebra hoy su centenario.
Los años 50 supusieron un cambio radical en la concepción del héroe masculino en el cine: fuerte, enérgico y físicamente poderoso. Tres actores lo encarnaron con su exultante magnetismo sexual: Kirk Douglas, Burt Lancaster y Charlton Heston. Frente a tan poderosas estrellas, se opusieron dos fenómenos: el roncarol y los actores del Actor’s Studio de Lee Strasberg. Marlon Brando, Paul Newman y James Dean fueron los prototipos de la escuela realista, neuróticos que interiorizaban el conflicto del personaje. Frente a la escuela natauralista de Stanislavski, Hollywood oponía la tradición fisicista de los actores que como Kirk Douglas imponían en la pantalla su presencia y el atractivo animal de su mirada, de una fiereza y control de la situación que lo hacían adecuado para interpretar papeles de hombre de acción, héroes mitológicos y productores sin escrúpulos de Hollywood. Solamente Charlton Heston podría medirse con Kirk Douglas como macho alfa del cine internacional. Ambos hacían de la testosterona el ingrediente secreto de una se-xualidad avasalladora, tanto en el cine como en la vida diaria.
El ídolo de las mujeres
«“Don Nadie” significaba ser hijo de inmigrantes analfabetos y rusos judíos en la ciudad de Ámsterdam», estado de Nueva York. Así comienza la autobiografía «El hijo del trapero» de Douglas, nacido Issur Danielovitch en 1916, el único hijo que llegó a la universidad St. Lawrence y logró una beca para la American Academy of Dramatic Arts de Nueva York. Allí conoció a Betty (Lauren Bacall), a la que intentó seducir sin éxito, pero que gracias a su mediación consiguió un papel en «El extraño amor de Martha Ivers» (1946), junto a Barbara Stanwyck. A pesar de su carácter temperamental, lo encasillaron en papeles de hombre débil hasta que interpretó a un boxeador en «El ídolo de barro» (1949), una producción independiente por la que cobró 15.000 dólares. En ella, pudo manifestarse de forma desafiante, dando vida a un púgil antipático, uno de los primeros antihéroes de la pantalla. En su autobiografía confiesa que «nunca sintió la necesidad de proyectar determinada imagen como actor. Me gustan los papeles estimulantes, desafiantes, interesantes». El éxito le abrió las puertas de la Warner Bros y la casa de Joan Crawford, que lo llamó para felicitarlo. Salieron a cenar y al volver a su mansión hicieron el amor en el vestíbulo. Crawford murmuró: «Eres muy limpio. Te has afeitado los sobacos para hacer “El ídolo de barro”».
Ése fue el comienzo de su agitada vida sexual en el Hollywood que pasaba del blanco y negro al tecnicolor. Durante un tiempo estuvo con Rita Hayworth, tras el divorcio con Ali Khan. Pese a su belleza, la encontraba simple y depresiva. Con Patricia Neal mantuvo una corta relación. La actriz vivía en ese momento un apasionado idilio con Gary Cooper. Su relación con la hermosísima Gene Tierney fue extraña. Le gustaba que entrara por la noche por la ventana del dormitorio, donde ella le esperaba en la cama, pero se enamoró de Spencer Tracy y creyó que se divorciaría de su mujer, abandonaría a Katharine Hepburn y se casaría con ella. Por entonces, Kirk se dejaba querer mientras trataba de divorciarse de su mujer, Diana Dill, madre de sus hijos Michael y Joel.
Una huIda a Europa
Su currículum sexual aumentó con Natalie Wood y el amor obsesivo por Evelyn Keyes, divorciada de John Houston. Con Marlene Dietrich tuvo una amistad que duró años. Le gustaba cuidarlo cuanto estaba enfermo, hacerle sopas y tener sexo afectuoso. Llegó a ser tal su obsesión sexual que acudió a su psiquiatra y le comentó que había tenido un gatillazo. El psiquiatra le contestó: «Me dice que ha hecho el amor veintinueve noches seguidas con distintas chicas. Me dice que la trigésima noche es impotente. Como sabrá hasta Dios descansó el séptimo día». Además de su pasión por las mujeres, escribe Douglas que le asustaba enamorarse: «Quizás el amor perfecto es el que tiene un principio breve y un rápido final». Pero cuando conoció a Pier Angeli rodando «Tres amores» (1953), quedó fascinado por su belleza. Durante años mantuvieron un noviazgo ilusorio. La idealización de Angeli le impedía ver que ella mantenía la ilusión de su matrimonio postergado acostándose con cualquiera menos con él. A los 35 años, Douglas se fue a Europa por dos razones: perseguir a Pier Angeli para casarse con ella y permanecer dieciocho meses para reducir sus impuestos. Acababa de estrenar «Cautivos del mal» (1952), uno de los papeles que lo consagrarían, junto a Lana Turner, con quien no tuvo ningún encuentro sexual. Interpretaba al productor Jonathan Shields, un malnacido típico del Hollywood de Jack Warner, Zanuck, Louis B. Mayer y el odiado Harry Cohn, bestias negras contra los que se había rebelado y de las que se vengó copiando su maldad.
Douglas siguió el camino abierto por Burt Lancaster de montar su propia compañía, Bryna Company —el nombre de su madre—, con las que produjo, entre 1955 y 1986, dieciocho películas. Entre ellas, «Senderos de gloria» (1957), de Stanley Kubrick, de quien dijo, tras «Espartaco» (1960), que «era un mierda con talento». El rodaje de este peplum con mensaje izquierdista estuvo repleto de contratiempos. Tuvo que sustituir a Anthony Mann por Kubrick. Enfermó Jean Simmons, él contrajo un virus, Tony Curtis se rompió una pierna y se excedió en un 250 por ciento en el presupuesto.
Es conocido que Douglas contrató a Dalton Trumbo y le restituyó su identidad en «Espartaco». El autor de la novela, el comunista Howard Fast, trató de adaptar su novela, pero Trumbo dijo que «el enfoque marxista de Fast era de miras tan estrechas como el de los contrarios al comunismo». Para la generación de posguerra, Douglas fue un héroe tan rompedor como Burt Lancaster. Ambos protagonizaron aventuras innovadoras. En «Los vikingos» (1958), Douglas perdía un ojo y a Tony Curtis le cortaban una mano. Comenzaba con una violación, y en el enfrentamiento final Tony mataba a Kirk. Fue un hito tan novedoso como su papel en «20.000 leguas de viaje submarino» (1954) y «Ulises» (1954). Inolvidable fue el duelo en O.K. Corral, en donde el shérif Wyatt Earp (Burt Lancaster) y el pistolero tísico Doc Holliday (Kirk Douglas) se enfrentan a muerte en «Duelo de titanes» (1957), una de las película de vaqueros míticas de ese Hollywood en el que todavía los actores eran grandes estrellas.
El vikingo que se quedó sin blanca
Tras una larga y exitosa carrera, la segunda mujer de Kirk Douglas, Anne Buydens, se empeñó en saber a cuánto ascendía la fortuna de su marido, al recordar que su agente y gran amigo Sam Norton le había hecho firmar un papel al casarse en Las Vegas. Ante la reticencia de éste a darle el papel, Anne pidió una auditoría de sus libros. El informe de Price Waterhouse decía que no tenía dinero en el banco y debía a Hacienda 750.000 dólares de impuestos. Sus dieciocho meses en Europa no cumplían los requisitos para la reducción de impuestos y las sólidas inversiones y acciones petrolíferas eran propiedad de Sam Norton. Kirk Douglas está sin blanca y endeudado. Un abogado les aconsejó que le obligara a firmar un documento en el que la firma Rosenthal & Norton no percibirían ni un dólar de «Los vikingos», de próximo estreno. Consiguió que le devolviera doscientos mil dólares, lo único que pudo reclamarle, a dos mil quinientos dólares mensuales, una exigua parte de lo robado. Gracias a la suspicacia de su mujer, a Kirk Douglas no le pasó lo mismo que a Doris Day, robada por el mismo Jerry Rosenthal, con el que pleiteó por veintidós millones de dólares que nunca devolvió.