Estreno

«La La Land»: La música de la melancolía

«La La Land»: La música de la melancolía
«La La Land»: La música de la melancolíalarazon

Dirección y guión: Damien Chazelle. Intérpretes: Emma Stone, Ryan Gosling, J.K. Simmons, Rosemarie DeWitt. EE. UU., 2016. Duración: 128 minutos. Musical.

Como «Whiplash», «La ciudad de las estrellas» habla de los sacrificios que exige el éxito, de hasta qué punto el artista tiene que inmolar sus principios para conectar con el público de masas, y de qué papel cumple el amor en este proceso cuando las dos partes implicadas compiten para hacer compatible su visión del mundo con las demandas del sistema. Parece un «mea culpa» entonado por un cineasta joven, que se crió en los arrabales del «mumblecore», y que ha utilizado la buena acogida de «Whiplash» para rehacer, en hermoso Cinemascope, su humilde ópera prima, «Guy and Madeline in the Park Bench». Liberado de la molesta sublimación de la figura-paterna-castradora-pero-didáctica que J. K. Simmons encarnaba en su anterior película, Chazelle se pregunta si puede tener un lugar en Hollywood manteniendo intacta su integridad como cineasta. Es un tema caro al musical de «backstage», aunque Chazelle prefiere mirarse en los musicales de Demy. No hay nostalgia en el gesto: tal vez lo que demuestre la película es que el manierismo dinámico de la obra de Minnelli y Kelly & Donen llevaban dentro la semilla del cine moderno, que Demy convirtió en una prosa poética (o una poesía prosaica) de una vigencia extraordinaria. Demy admiraba el cine americano hasta el punto que se dejó tentar por la fantasía del exilio, facturando en Los Ángeles uno de sus filmes más crepusculares, «Escuela de modelos». Cinéfilo de pro, Chazelle se deja impregnar por esa melancolía sin renunciar a los momentos extáticos que caracterizan el género, que Ryan Gosling y Emma Stone, magníficos, interpretan con la levedad de lo corriente, sin fingir que saben cantar o bailar más de lo que saben, reencarnándose a la vez en la tristeza de «Los paraguas de Cherburgo» y en la luminosidad de «Las señoritas de Rochefort».

«La ciudad de las estrellas» hace por L.A. lo que «Manhattan» hacía por Nueva York. Es admirable cómo Chazelle trabaja el encanto de una ciudad sin horizontes, desde la virtuosa escena inicial en la autopista hasta la bella evocación de la secuencia del Planetarium en «Rebelde sin causa». La sencillez de la trama romántica contrasta con la expansividad de su puesta en escena, que, lentamente, se hace más íntima y cálida, y siente la necesidad de abarcarlo todo. La voracidad de Chazelle puede resultar un tanto arrogante, por no decir complaciente, pero ¿desde cuándo la generosidad es un defecto?