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«Lío en Broadway»: ¿qué te pasa, Bogdanovich?

El director que con sus obras maestras aficionó al cine a toda una generación sigue sin levantar cabeza con esta comedia protagonizada por Jeniffer Aniston y Owen Wilson

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El director que con sus obras maestras aficionó al cine a toda una generación sigue sin levantar cabeza con esta comedia protagonizada por Jeniffer Aniston y Owen Wilson

Ha vuelto Peter Bogdanovich con una comedia romántica al estilo de las viejas películas de Fred Astaire. Un elegante vodevil que quiere rendir homenaje a las elegantes historias de enredos de la Edad de Oro de Hollywood, dirigidas por maestros que el director venera: Howard Hawks y Ernst Lubitsch, de quien toma la frase «echar ardillas a las nueces» como leitmotiv de «Lío en Broadway» (2014). Bogdanovich ha pasado 13 años sin dirigir una película, dejando atrás una carrera prestigiosa que fue hundiéndose con fracasos sonados como «Todos rieron» (1981), cuyos defectos siguen presentes en esta amable comedia, un vodevil de un envarado clasicismo que acaba pareciendo un «remake» del Woody Allen más convencional.

Nada ha cambiado para Peter Bogdanovich, el mejor modelo viviente del cinéfilo e historiador del cine de Hollywood clásico que, fascinado por los grandes maestros, acabó convertido en director de fama mundial con «La última película» (1971), considerada una de las cumbres del Nuevo Hollywood y uno de los filmes esenciales de la historia del cine. El filme se basó en el libro autobiográfico del novelista Larry McMurtry, un «bildungsroman» de la generación de posguerra que Peter Bogdanovich transformó en una elegía de la muerte del cine en un polvoriento pueblecito del medio oeste.

Peter Bogdanovich es el culpable de que millones de jóvenes se hicieran cinéfilos, recuperando en las televisiones y cine-clubs locales los clásicos del cine, fascinados por los libros de entrevistas en profundidad con John Ford, Howard Hawks, Orson Welles y Ernst Lubitsch, traducidos en España a comienzos de los años 70 que los convirtió en estrellas. Generacionalmente, dos películas del Nuevo Hollywood pusieron de moda la nostalgia de los años 50: «La última película» (1971) y «American Graffiti» (1973), de George Lucas. La primera homenajea a los directores clásicos de Hollywood, John Ford y Howard Hawks, en el momento en el que la televisión ponía fin a multitud de salas de cine en pueblos y barrios de América, y la segunda, la música pop de comienzos de los 60, con la entrada de América en la guerra del Vietnam y el cambio que supuso la irrupción de los Beatles, la contestación contracultural de los hippies y el nacimiento del Nuevo Hollywood. La actriz Ellen Burstyn dijo de Peter Bogdanovich que «era un pedante, pero tenía talento. Era listo, un director muy inteligente. Sabía qué decir y cuándo decirlo. Tenía al mundo en un puño. Todavía no había ocurrido nada malo».

Eso malo que insinúa Ellen Burstyn tardó apenas unos años en llegar, el tiempo que va de 1971 a 1974. De «¿Qué me pasa, doctor?» (1972) y «Luna de papel» (1973) a «Daisy Miller» (1974). El pequeño «Orson Welles», como lo definió la crítica, pasó a ser un poco inspirado imitador de los clásicos que tanto admiraba, en especial de la comedia disparatada o «screwball comedy». El paulatino declive de Bogdanovich se atribuye al divorcio de su mujer Polly Platt tras enamorarse de la actriz Cybill Shepherd, colaboradora esencial en la creación y dirección de «La última película», a partir de la novela que la propia Platt le había propuesto adaptar. Tras su divorcio, Polly Platt dijo de él que se atribuyó todo el éxito del filme y no reconoció su contribución. Según el actor Ben Johnson, ella dirigió la película tanto como él. «La última película», junto a «Bonnie & Clyde» (1967) y «Cowboy de medianoche» (1969), puso de relieve que había surgido una nueva generación de jóvenes que preferían un cine independiente, más realista y con actores desconocidos. Un cine que tratara temas actuales, como el cine europeo, con gente normal en situaciones del mundo real.

Pero Peter Bogdanovich vivía en un estado de irrealidad, tanto por las perspectivas de éxito de «La última película» como por las solicitudes de productores y actores. Propuso como siguiente filme una comedia enloquecida, siguiendo a su director preferido, Howard Hawks. Más que un «remake», una actualización de la «La fiera de mi niña», al igual que antes había homenajeado los filmes del oeste de John Ford y Howard Hawks.

Fue Barbra Streisand quien pidió a su mánager, tras salir emocionada del estreno de «La última película», que la dirigiera, al enterarse de que se proponía una comedia al estilo de «La fiera de mi niña». A tres semanas del comienzo del rodaje, la productora consideró el guión como una porquería, contratando a un guionista para redactarlo de nuevo. Barbra Streisand salió desolada de un pase privado, pensando que «¿Qué me pasa, doctor?» iba a hundir su carrera de actriz. Sin embargo, fue un éxito de taquilla. Recaudó veintiocho millones cuando había costado casi cuatro, y convirtió a Peter Bogdanovich en un director estrella.

La crítica la comparó con «La fiera de mi niña», pero el filme es una comedia alocada con toques de «slapstick» del cine mudo del Gordo y el Flaco, carente del ritmo y la sobriedad de la obra maestra de Howard Hawks. Es una comedia mediana que no resistía ya entonces una segunda visión, mientras que las comedias de Lubitsch y Hawks siguen tan frescas y divertidas como el día de su estreno. Para el papel del despistado doctor contrató a la pareja de entonces de Barbra Streisand, el actor Ryan O’Neal, que siguió colaborando con el director en «Luna de papel» y «Así empezó Hollywood» (1976), junto a su hija Tatum O’Neal. La primera es un sobrio homenaje al John Ford de «Las uvas de la ira» y la segunda una «slapstick comedy» sobre los primeros años de Hollywood y el cine mudo, con un final en el que rinde tributo al director y pionero D. W. Griffith. A partir de entonces, la carrera de Peter Bogdanovich se fue disolviendo hasta casi desaparecer en los años 80. Como dijo el productor Paul Lewis: «El final de los setenta comenzó a principio de los setenta».