Michael Moore for president
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Hay documentalistas empeñados en que la acción disuelva cualquier vestigio de planificación previa. Los hay virtuosos del montaje. Maestros del comentario entre líneas. Desdeñosos con la propaganda
Hay documentalistas empeñados en que la acción disuelva cualquier vestigio de planificación previa. Los hay virtuosos del montaje. Maestros del comentario entre líneas. Desdeñosos con la propaganda. Pacientes como monjes que miniasen un códice. Luego está Michael Moore. Narrador mercurial, superdotado y vocinglero, el de Michigan nunca sintió excesivo aprecio por las sutilezas del medio. Lo suyo es el grito huracanado, al tiempo que pretende dar por realidades inobjetables sus intuiciones. Moore es alguien capaz de rodar con la potencia de un bulldozer y, al mismo tiempo, comportarse delante y detrás de la cámara con la petulancia de quien considera superfluos los matices. Pues bien. Moore, autor del documental más taquillero de todos los tiempos, «Fahrenheit 9/11», tiene nueva criatura: «Fahrenheit 11/9». Con la cinta original, de 2004, que versaba sobre la invasión de Iraq, las galletitas de George W. Bush, las fantasmagóricas armas de destrucción masiva y la familia de Bin Laden, ganó la Palma de Oro y cosechó 200 millones en la taquilla (para un presupuesto de 6). Pero fracasó en su objetivo fundamental: provocar la derrota electoral del presidente en los comicios de 2004. Catorce años después y el festival de cine de Toronto Moore saludaba su «Fahrenheit 11/9» como un segundo y reforzado grito de guerra. En este caso dirigido contra el nuevo inquilino del Despacho Oval. Así, la película arrancaría con el triunfo electoral de Donald Trump y aquella noche de caras estupefactas entre la «intelligentsia» culta, cosmpolita y ligeramente ensimismada consigo misma. Incapaz de asumir que el monstruo, el ogro guasón y macarra, el millonario patán de la telebasura, acababa de desayunarle la Casa Blanca a la dura institutriz Hillary. Quienes han visto la cinta, que llega a los cines de EEUU el 21 de septiembre, coinciden en que alterna los vicios más reseñables del director con sus grandes virtudes. «Como película», escribe la crítica Alissa Wilkinson en Vox, «Fahrenheit 11/9 es defectuosa. Por momentos parece un curso intensivo sobre lo que ha sucedido desde 2016, una especie de álbum de “peores éxitos” desesperada por tocar todas las cuestiones posibles puntos posibles y juntarlas en una teoría unificadora». Al mismo tiempo, insiste, en sus mejores pasajes, por ejemplo cuando cede el micrófono a los adolescentes de Parkland, Florida, que abanderaron las protestas contra la compra/venta de armas, «Fahrenheit 11/9» destila tal rabia, tal mezcla de angustia y optimismo, que el público parecía genuinamente impactado. Entre otras razones por la brutal crítica que Moore reservaría a Obama y otros destacados demócratas. Siempre los ha considerado tan culpables del triunfo
de Trump como a los propios votantes, demasiado entretenidos en lamentarse como para salir a calle y revertir las cosas. Está por ver que la a todas luces desmelenada «Fahrenheit 11/9» cumpla con ese destino.