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Pixar o el triunfo de la inteligencia emocional

larazon
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La magistral cinta animada «Del revés» levanta una gran ovación entre los críticos de Cannes.
Es fácil entender por qué las películas de Pixar siempre participan fuera de concurso en los festivales. Si «Del revés», de Pete Docter, optara a la Palma de Oro, podría ganarla exaequo con «Carol». Es una obra maestra absoluta: no sólo se plantea, con toda naturalidad, cómo representar la conciencia emocional de un ser humano, la formación de la memoria y el imprescindible nacimiento de la melancolía como motor de la construcción del yo, sino que lo hace cocinando toda la creatividad, sabia y colorista, de la que es capaz un animador (y su equipo) tocado por el genio. Es una película densa y conceptual de una ligereza que alegra el día. Es cine que existe para hacernos felices, como demostró la ovación cerrada que le dedicó la prensa en Cannes. Docter, que había demostrado su talento en «Monstruos» y, sobre todo, en «Up», se tira a la piscina desde el minuto uno: con el nacimiento de un bebé nace también el primer gesto de la emoción primigenia, la Alegría, seguida de la Tristeza, el Miedo, el Desagrado y la Ira. A cada una un color, cinco colores trabajando al alimón en la educación sentimental de una niña llamada Riley.
«Del revés» se plantea el uso de la animación digital como manifestación sublimada de lo irracional pero también de lo abstracto, abriendo una nueva puerta a un arte que parece ir más rápido de lo que puede asumir el espectador. Al principio fue la emoción, como decía Leos Carax en «Boy meets girl»; y en esa celebración de lo emocional, que no descarta pasajes que podrían hacer las delicias de Alain Resnais –la Alegría arrastrando a la Tristeza a través de una biblioteca laberíntica, llena de canicas de colores, que representa la Memoria a Largo Plazo– y que tiene hallazgos de una brillantez abrumadora –el Tren del Pensamiento Humano; la Fábrica de Sueños, un Hollywood que empieza a rodar a la hora de dormir; el viaje bidimensional por el Pensamiento Abstracto–, se pone en juego una idea tan sencilla como hermosa: es la tristeza la que nos permite crecer, madurar, ser personas.
¿Hay algo más misterioso que un preadolescente en guerra consigo mismo? La hija de Pete Docter, que puso voz a la Ellie de «Up» cuando tenía nueve años, «había crecido y se había apagado. Me preguntaba: ahora, a los trece, ¿qué le debe pasar por la cabeza?». La cabeza de Riley, como la de todos, es un mundo compuesto por otros mundos, que, en este caso, se derrumban cuando un cambio de residencia, de Minnessota a San Francisco, obliga a nuestra heroína a rebelarse, a adaptarse y a vivir con la melancolía de lo que ha perdido por el camino. Como la excepcional «Toy Story 3», «Inside Out» es un relato de iniciación servido en bandeja de plata para que el espectador infantil –o el niño que llevamos dentro– entienda lo que significa la edad adulta.
La sección oficial palideció al lado de semejante derroche de talento. El danés Joachim Trier, que se apunta a la moda de rodar en inglés y con reparto internacional que predomina en esta edición de Cannes, no sabe sacarle partido al tema del duelo (y van...) en «Louder than Bombs». Alrededor de una ausencia –que se manifiesta, en intermitentes «flashbacks», en la figura de Isabelle Huppert, que interpreta a una célebre fotoperiodista que muere en un accidente de coche– que vertebra todo el relato, un padre viudo y sus dos hijos intentan reconstruir sus vidas. El carácter excesivamente fragmentario de la trama, junto a las desdibujadas intenciones de su director, no ayudan a que la película despegue en ningún momento. En cierto modo, es la antítesis de la espléndida «Oslo, 31 de agosto», carece por completo de su sintética intensidad.
Víctima de la crisis
En «La loi du marché», Stéphane Brizé se aprovecha de la verdad de la interpretación de Vincent Lindon, espléndido, para contar la historia de una víctima de la crisis: un hombre que ya ha cumplido los 56, que ha perdido su trabajo de más de dos décadas, que no llega a fin de mes, que está harto de hacer cursos y entrevistas inútiles por Skype y que encuentra un empleo como guardia de seguridad en un supermercado que le obligará a hacer cosas contra sus principios. A Brizé se le va la mano en el círculo de desgracias que encierran a su personaje –¿hacía falta que Lindon tuviera un hijo discapacitado? ¿hacía falta un suicidio, ese facilón recurso dramático que abunda en el cine social?–, pero la película capta con rigor naturalista lo que tantos parados tienen que sufrir día tras día en nuestro país. Lo peor es que en este diario de un hombre humillado, los que se ceban en la desgracia ajena son, muchas veces, las demás víctimas: ver, si no, una incómoda escena en la que otros parados critican a muerte la entrevista en vídeo de Vincent Lindon.

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