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Soñar a contracorriente

larazon

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«En cuerpo y alma» obtuvo el Oso de Oro en la pasada Berlinale.
Mantiene Kundera en «La lentitud» que «la velocidad es la forma de éxtasis que la revolución técnica ha brindado al hombre». ¿Estamos quizás saturados de obviedades en el cine, hemos acelerado el ritmo hasta perder el gusto por el paisaje que dejamos atrás a un paso endiablado? En un mundo en el que prima la violencia explícita, el sexo rápido y la fisicidad extrema, la húngara Ildikó Enyedi propone bajar el tono: «Es curioso pero cuando hablas bajito a los niños, descubres que atienden más». Y esa es, ni más ni menos, la estrategia de «En cuerpo y alma», que ganó el Oso de Oro en la pasada Berlinale y que plantea la paulatina apertura a los sentidos de una joven que vive aislada.
Todo comienza en un matadero con no poco de simbólico. A este lugar entre insoportablemente orgánico y veladamente místico llega María en calidad de supervisora. Durante meses se mantiene alejada del resto de trabajadores: come sola, evita el contacto físico y los corrillos. Pronto se convierte en la comidilla de todo el matadero, incluso de su jefe, Endre, que sin embargo alberga una curiosidad excesiva por ella. Unas sesiones de psicoterapia para la plantilla arrojan un resultado sorprendente: María y Endre comparten, noche tras noche, los mismos sueños. A partir de ahí, María se verá impelida hacia su jefe y obligada a salir de su mundo interior y descubrir el contacto con los otros.
«En muchos sentidos creo que es una película inusual –asegura la directora–, pero no la hice para provocar o por hacer algo extraño, contracorriente. Hoy muchas películas buenas usan la provocación e intentan mostrar algo que no se ha hecho antes o con mucha violencia. Yo quería hacer algo como encapsulado. Quería hacer al espectador más abierto y atento a los sentidos a medida que María va probando cosas. Aspiraba a envolverle en este descubrimiento de la protagonista», asegura. Un camino que será compartido con Endre, un tipo más sociable pero igualmente solitario. Y todo a partir de las secuencias oníricas de ciervos que, en medio de la nieve, se otean, se acercan, se rozan. Son María y Endre, y cada noche sueñan el uno con el otro en forma de animales. «Tardamos seis días en poder trabajar con los animales para el rodaje. Teníamos un coordinador que trabaja en Estados Unidos que nos dijo que nunca le habían pedido que los animales tuvieran tanta presencia, sino como decorado. Nosotros queríamos que parecieran humanos». Ellos, los ciervos soñados, representan el alma (gemela en este caso) de los dos protagonistas, cuyo reto es trasladar a la realidad, al cuerpo, un amor tan improbable como inevitable.

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