Literatura

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Cirlot, el maldito español del siglo XX

Crítico de arte, coleccionista de armas, ensayista, músico, pero sobre todo, poeta, Cirlot cultivó una amplia vida intelectual en su Barcelona natal

Juan Eduardo Cirlot
Juan Eduardo Cirlotlarazon

Rimbaud, Baudelaire, Corbière... la lista de poetas malditos está formada en su mayoría por autores francófonos, pero en España tenemos a uno de los más enigmáticos, tanto como desconocido, Juan Eduardo Cirlot (1916-1973). Crítico de arte, coleccionista de armas, ensayista, músico, pero sobre todo, poeta, Cirlot cultivó una amplia vida intelectual en su Barcelona natal, de donde casi no salió, como aseguró Antonio Rivero Taravillo, quien por su trabajo sobre el catalán ha logrado el Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías 2016, que conceden la Fundación Cajasol y la Fundación José Manuel Lara.

Taravillo afirmó que Cirlot es “un poeta bastante iconográfico que tiene un pie puesto en la tradición, que se remonta al medievo a civilizaciones perdidas como cartago; y el otro en la innovación, la investigación y el abismo”. Esto es parte de la dualidad del lírico, casi bipolar, como demuestra el título de la biografía de Taravillo, “Ser y no ser de un poeta único”, que ahora publica la Fundación José Manuel Lara. De esta manera, el autor hace una referencia al “conflicto constante” en el que se encontraba en barcelonés, quien “siempre se adentraba en lo mítico, en lo esotérico y en lo religioso como una puerta a su propia alma, aunque esto suponga la autodestrucción”. Su disputa interna Cirlot lo representaba iconográficamente mediante la cruz, cuya horizontal representaba el amor y la vertical la muerte, y ambas se “enfrentan” en el cruce porque “quien amas te puede matar”. Respecto al simbolismo Cirlot tenía una parte oscura, ya que era estéticamente filonazi, aunque no compartía los ideales del partido de Hitler.

Todas estas cualidades, dice Taravillo, conforman “una poesía revolucionaria”, cercana al movimiento surrealista que procede de su tendencia hacia lo onírico. Sin embargo, Cirlot tuvo un tenso desencuentro con uno de los surrealistas más reconocidos, Bretón, lo que le alejó definitivamente de esta tendencia. Pero el poeta encontró una “puerta a esos mundo distintos que le obsesionaban”, comentó Taravillo, más allá de la lírica, lo hizo mediante el cine, con películas como Susan Lenox, a la que dedica un poema “mejor que la propia cinta”, admite el biógrafo; o también “El señor de la guerra”, donde comprendió que una mujer podía ser tan bella como destructiva, como el personaje interpretado por Rosemay Forsyth. A Cirlot “le atraía la guerra”, confiesa Taravillo, porque “venía de una familia de oficiales militares”. De ahí también su carácter impulsivo que le llevó a destruir parte de su obra, ya de por sí amplísima.

Al biógrafo le gustaría que se realizase una reedición de la misma que “dé el salto a hispanoamérica porque Cirlot es un poeta exportable por su manipulación del lenguaje y su técnica”, que se adapta a cualquier forma del habla hispana. Para elaborar la biografía de este poeta “fuera de lo común”, Taravillo se ha valido principalmente del archivo de Carlos Edmundo de Ory, con quien mantenía correspondencia, y de las más de cincuenta cajas de documentación que las hijas de Cirlot cedieron al Museo Nacional de Arte de Cataluña con el objetivo de que su padre dejase de ser un maldito y su poesía y persona adquieran la difusión que merece.